El cazador.

Su mirada penetrante se clavó en el animal que ramoneaba tranquilamente, ajeno a lo que pasaría a continuación.

Sacó una flecha del carcaj, la colocó en el arco y lo tensó. En un suspiro, la flecha atravesó en aire sin emitir sonido alguno, traspasando el corazón del gamo. Murió al instante.

Esta vez su tribu no moriría de hambre en el invierno. Tendrían comida en abundancia. En lo que llevaba de día se había cobrado un venado, un corzo, dos gamos, tres perdices y un zorro para hacer mocasines a su madre.

Las nieves estaban cerca y tenía que seguir cazando mientras pudiera. Se debía a su tribu y sin él se habrían muerto de hambre.

Antes de él, su padre tuvo el honor de encabezar la cacería. Pero estaba perdiendo la vista y le tocaba a él ser su sucesor. ¡Cuanta responsabilidad para un niño de cinco años!

Ma Dolores Alvarez
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