Dos en una
- publicado el 26/10/2017
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Acomplejada
Era una adolescente acomplejada por su apariencia. No era muy guapa, pero tampoco muy fea. Su vida era la de una chica normal de su edad, pero se sentía incómoda delante de un espejo. Cuando se miraba, lo que captaba su vista era algo horroroso, como si fuera lo peor que hubiera visto en su vida. También se veía gorda, a pesar de no tener sobrepeso. Llegó a estar tan obsesionada que incluso vomitaba a escondidas, pues a veces pensaba que había comido demasiado.
Por mucho que lo negase, había caído en la anorexia. Ya había perdido varios kilos; aun así, se consideraba gorda. No era feliz porque, para ella, tener un cuerpo ideal era el mayor de sus anhelos.
Una noche, mientras se encontraba presa del sueño, se notó tan ligera como una pluma. Andaba con un cuerpo extremadamente delgado. Cada una de sus extremidades se asemejaba a unas finas ramas de árbol. A su alrededor sólo pudo divisar una oscuri-dad infinita. Siguió caminando, hasta encontrarse con un espejo que giraba sobre sí mismo, en el sentido de las agujas del reloj. Poco a poco, el espejo fue deteniéndose hasta quedar parado frente a ella. De esta forma, la joven pudo ver su cuerpo por com-pleto. Eso le produjo tal horror que apartó la vista al momento. No se reconoció debido a la metamorfosis sucedida en su sueño. Decidió entonces que ser tan delgada no era lo mejor.
El horror la hizo despertar de esa pesadilla. Miró sus brazos y el resto de su cuerpo. Recuperó la calma al ver que no presentaba signos de extrema delgadez. Se arrepintió de lo que estuvo haciendo consigo misma.
Cambió sus hábitos. Empezó a tener gusto por la comida, sin arrepentimiento alguno. Sin embargo, lo que parecía ir por buen camino se convirtió en otra obsesión. No le importaba cuánto comiera; si vomitaba, ella seguía como si nada hubiera pasado. No quería admitir que había pasado al otro extremo.
Su cuerpo volvió a cambiar en otro de sus sueños. Esta vez se encontraba hin-chada como un globo. En cada paso que daba, cualquier parte de su orondo cuerpo pre-sentaba flacidez. Lo peor es que se notaba tan pesada que, para ella, caminar era una tremenda osadía. Sudaba con facilidad. Quería descansar, pero no encontró nada para sentarse, pues de nuevo se hallaba en una oscuridad infinita. Todo eso fue suficiente para arrepentirse de su adicción y recapacitar.
Despertó en mitad de la noche con sudores fríos y respiración acelerada. Sus sueños volvieron a darle una lección. Se arrepintió de haber pasado de un extremo a otro. Reconoció que había pasado por unos malos hábitos. Nunca más volvió a exagerar con la comida, ni en defecto ni en exceso. Descubrió así que la solución a sus complejos no se encontraba en lo que comiese ni en un espejo, sino queriéndose a sí misma.
A partir de aquel día, sólo hacía las cosas que realmente quería hacer y las que realmente eran beneficiosas para ella. Sólo así pudo sentirse a gusto consigo misma.
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