Crónicas de un Requiem Anunciado
- publicado el 20/06/2015
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Aquellos ojos verdes, como en el bolero.
Llevo el nórdico a cuestas y como si viviera en un iglú miro al techo y solo veo blanco. Me han llamado locura, y nadie a mi alrededor se ha dado cuenta. Es más fácil vivir en una burbuja intelectual antes que conocer y comprender la vulgaridad de los sentimientos humanos, ¿por qué tendrían que lidiar con mis devenires y mis problemas?
Encuentro la ropa del día anterior sobre la silla. Del día anterior o Dios sabe cuándo, y necesito salir de las cuatro paredes que me quitan la vida, que me ahogan con cada suspiro, cada latido y no hacen más que joderme los pulmones. Van a romperme la existencia, necesito salir.
Ponen una película de Wong Kar-Wai, y bueno, necesito una dosis de neones y frenetismo. Pero voy solo, y la calle cada vez resulta más fría. Se acerca el invierno, y parece que este va a ser el invierno más frío que recuerde en mucho tiempo. Me siento en la sala, no es la primera vez que veo películas solo, pero siempre por gusto. Y ahora necesito estar con alguien. Es curioso, lo único que quiero es estar solo conmigo mismo y lo que más necesito es estar con gente que me llene. Ver películas solo te facilita meterte en la historia, y precisamente no necesitaba meterme en esta.
De repente, suena Aquellos Ojos Verdes de Nat King Cole, y no puedo hacer más que hundirme, pues vengo huyendo de dos malditos ojos verdes. Y ojalá nunca los hubiera visto, ojalá no me hubiera ahogado en ella. Que me dicen que no me conviene, que yo soy mucho mejor, pero no le digas a alguien que no ha encontrado más que desolación tras un verano de mierda que no ha acertado. Porque dos fallos seguidos podrían resultar fatales, y está resultando.
Tras no tener con quien comentar lo que he visto ni contarte cómo me siento, vuelvo a casa y me meto bajo el edredón. Y vuelvo a dormir. Lo cierto es que ahora mismo no tengo nada mejor que hacer, porque son los viernes el único día que puedo vivir, y cada vez que te veo, más bien, cada vez que te vas, dejo de vivir. Ahí tú, juegas a ser Dios sin saberlo. Me matas o sobrevivo, no lo sé, no tengo ni idea cuando salgo de casa, y hasta la cuarta cerveza no soy capaz de ir al juicio. Aquellos ojos verdes, que nunca besaré.
Y ya van muchos viernes, y yo ya llevo demasiadas caídas encima. Estoy por huir de esta ciudad, por volverme a vivir con mis padres, ver a mi hermana crecer… Porque cada día estoy más triste en esta ciudad, y parece que nadie piensa ayudarme.
Por fin duermo. Otra vez.
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