Más allá del Templo de Debod (I)

Mi llegada a Atocha sentenció el resto del viaje. Tras recibir aquella carta de mi antiguo colega del departamento de Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid, decidí tomar el primer tren que saliera hacia la capital. La inactividad de los últimos meses solo ha servido para volver una y otra vez a los sucios manuscritos que ya tienen impregnados mi sangre tras las miles de veces que han pasado mis poros entre sus hojas. Acordé encontrarme con mi colega en una pequeña cafetería próxima a la Plaza de la Cebada, en el barrio de La Latina. Tras una breve puesta al día de nuestras vidas, procedió a relatarme el acontecimiento por el que solicitó mi presencia.

El horror procedía de Egipto, un pequeño presente que junto con sus hermanos fue entregado a varias ciudades occidentales. El Parque de la Montaña era el hogar de un antiguo templo, el Templo de Debod. La belleza tosca y la majestuosidad egipcia enclavada en el centro de España, pero no me podía dejar embriagar por esta imagen.

Según avistamientos, ha vuelto a ejercer como mammisi. Un lugar de nacimiento, donde algo oscuro se está gestando. Durante los cuartos crecientes, antiguos ritos comienzan a surgir de las profundidades del parque. Los guardias han sido comprados. No entienden lo que están haciendo esos encapuchados en el templo, pero si entienden el significado de la codicia.

Son muchas las teorías que surgen en torno a este nuevo, o posiblemente, renacido culto. Son las siete de la tarde y empieza a caer el Sol de forma violenta. Me dispongo a realizar una pequeña incursión al lugar, no con la intención de profanar la misión de los miembros del culto, simplemente para conocer al terror contra el que tendremos que hacer frente. El ente que unirá a todas las naciones para combatirlo. El mayor evento de nuestro tiempo tras las dos grandes guerras. Y comienzo a tener miedo. Tengo miedo. Mucho miedo.

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