EL VALOR PARA AMAR

-Creo que es posible que puedas ser mía-le dije, en tono bromista.

-¿Ah sí?-me preguntó ella, mirándome fijamente con sus increibles ojos.-¿Cómo, si se puede saber, lo conseguirás?

-Verás-le empecé a explicar tal como había ensayado una y mil veces en mi cabeza.-Primero yo haría acopio de valor, y te pediría una cita. Tu aceptarías aunque fuera solo por pena, y yo te invitaría al parque. Cuando vinieras, me quedaría sin respiración al contemplar todos y cada uno de los detalles que hacen de tí una chica perfecta, y tímidamente te ofrecería un ramo de rosas rojas, tulipanes jaspeados y margaritas rosas, símbolos de amor; que habría comprado en una floristería cercana. Tú lo aceptarías, y yo te propondría dar una vuelta por el parque. Al principio no diríamos nada, simplemente disfrutaríamos de la mutua compañía, hasta que uno de los dos (probablemente tú), comenzaría a hablar de algo sin importancia, como una alusión al tiempo o un comentario sobre el ámbito escolar. A partir de entonces, empezaríamos a conocernos mejor, iniciando una torpe danza de cortejo que se interrumpiría antes de que llegara a ser algo serio. Cuando cayera la noche, comentarías que tienes frío, y yo me apresuraría a cederte mi chaqueta aunque estuviera temblando, porque en el interior estaría reconfortado por el calor de tu cercanía. A continuación llegaríamos hasta una cafetería cercana, y te invitaría a tomar algo. Yo pediría un zumo, tú un batido; y seguiríamos charlando, incluso mucho después de terminarnos nuestras bebidas. Llegado un momento, en el que habríamos perdido la noción del tiempo, tú mirarías tu reloj distraída, y te darías cuenta de la hora que sería. Te despedirías de mí con prisa, planteando la posibilidad de una segunda cita. Tras pagar, yo me volvería feliz a mi casa, habiendo cumplido el sueño de pasar un día con una persona tran increible como lo eres tú-tras esto, nos quedamos un rato en silencio sin saber muy bien qué decir. Yo saqué de mi mochila un libro sobre la Antigua Grecia y me puse a leerlo, mientras que ella miraba al suelo con aire pensativo. Pasado unos instantes, levantó la cabeza y fijó sus chispeantes ojos en los míos.

-Si me deseas, ¿por qué no me pides salir?-me preguntó, inquisitiva.

-Porque para eso me haría falta valor-le respondí con una triste mirada.-Y nunca me atreveré a hacerte una pregunta que requiera tal bravura.

Ella quiso responderme, pero en ese momento sonó el timbre que anunciaba el final de las clases.

Victor Garcia
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1 Comentario

  1. Si sonó el timbre que anunciaba el final de las clases… ¿es porque todo esto transcurría en clase? 😉
    Bravo, Víctor. Espero seguir leyéndote.
    ¡Bienvenido!

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