Pesadillas
- publicado el 25/03/2014
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La visita
Ya era demasiado tarde cuando se dio cuenta de que estaba ahí. El agua que le corría por la cara le impedía ver claramente su rostro, pero no había duda de que era él. ‘¿Qué haces aquí?’ ‘¿A qué te refieres? ¿Dónde más iba a estar?’ Terminó de enjuagarse el cabello y cerró la llave de la ducha. Cogió la toalla y se cubrió con ella, como si eso sirviera de algo. ‘El día esta oscuro, más oscuro que de costumbre. Además, hace frío’. ‘A mí me gusta el frío’, dijo ella, intentando secarse la piel sin permitir que se revelaran las partes más intimas de su cuerpo. Como si eso sirviera de algo. ‘Me gusta el frío porque es la época en la que te veo menos, o al menos así era’.
Se envolvió en la toalla y caminó hacia la habitación sintiendo que la seguían de cerca. Se puso la bata encima y amarró de la cintura. ‘No hay nadie más aquí’, dijo él. ‘Estás sola, como siempre’. ‘A mi me gusta estar sola. Puedo hacer lo que me venga en gana’. ‘Te gustaba antes. Ahora lo haces porque no tienes más remedio’. Ella se sentó sobre la cama y miró las almohadas tentada a apoyar la cabeza sobre ellas, pero sabía que de hacerlo, el se echaría a su lado y la envolvería entre sus brazos. Se quedarían ahí todo el día. ‘Voy a salir’, dijo ella, ‘tengo cosas que hacer’. ‘Seguro que podrías hacerlas luego. Nada de lo que tienes que hacer es tan urgente’. Era cierto. Miró esta vez la pantalla de TV apagada y se preguntó con qué programa podría distraerse, pero sabía que por más horas que pasara sumergida en vidas inexistentes, él se quedaría esperando. Siempre lo hacía. ‘No hay nada que hacer’, dijo él, ‘nada importante, nada trascendental, nada que cambie la vida de nadie’. ‘Tengo que recoger a mis hijos’. ‘Eso lo podría hacer cualquiera. Cualquiera podría llevarlos al colegio, hacerles la comida, lavar su ropa. No eres indispensable’. Se acercó a ella y le puso el puño a la mitad del pecho mientras con la otra mano le sujetaba la espalda. Empujó contra ella sus nudillos varias veces, como solía hacerlo. Ella se quedó paralizada, esperando que el dolor pasara, confiando en que pronto se marcharía. Siempre se iba para poder sorprenderla después. Se sentó en el sillón derrotada, completamente a su merced. ‘¿Qué quieres que haga?’ Él caminó dos pasos para atrás porque estaban todavía muy cerca. ‘Vámonos a la estación del tren. Sería lo más sencillo. Varias veces lo hemos conversado’. ‘¿Podríamos pensar en alguna otra forma? Quisiera evitarle esa imagen a mi marido’. ‘¿Y cómo te gustaría que fuera?’. Ella lo pensó por un momento. ‘Quisiera no darme cuenta’. Él se dio media vuelta y caminó de un lado a otro de la habitación con las manos cogidas en su espalda. ‘No me importa como lo hagas, pero es lo único que puedes hacer para deshacerte de mí’. El teléfono móvil sonó. Ella lo coge. ‘Tu no quieres hablar con nadie ahora. ¿Para qué vas a atender?’
‘Para que te vayas’.
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