EL VASO DE AGUA

Mi sobrina terminó desecha en lágrimas después de explicarme el motivo que la orilló a realizar aquel inocente crimen. Así decidí llamarlo: “inocente crimen”, por la ingenuidad y, más aún, la ansiosa necesidad por beber un simple vaso de agua.

Mi hermana, Carolina, llegó a mi casa y me encargó a su hija. Me explicó que debía resolver varios asuntos del trabajo. Yo acepté cuidar de la pequeña sin ningún problema.

Carlota conmigo se doblegaba, pues, al ser su padrino, sufría una gran desventaja. Su infantil carisma lo utilizaba para quejarse o llorar. Eso siempre lo veía como algo tóxico e insano. Sin embargo debo confesar que sentía envidia de ella, de su voz blanda y dulce, de sus ojos relucientes, tan llenos de vida, y de su exaltada energía que manifestaba a cada momento. Era deslumbrante.

Esa tarde, Carlota pasó largo rato jugando con la arena kinetica que le obsequié en su cumpleaños. Estuvo construyendo castillos y muros, bastante anómalos, que luego destruía con frenesí. Yo la miraba, por momentos, mientras tecleaba mi celular. Ella iba y venía, saltaba y mascullaba. Y entonces me dijo:

—Tío, ¿puedes darme un vaso de agua?
—No tengo agua. ¿Quieres refresco?— sabía que hacía mal al ofrecerle veneno.
—No, quiero un vaso de agua.
—Olvidé pagar el recibo del agua—dije, y le di una palmada en la espalda—. ¿Quieres un vaso de leche?
Ella se negó.
—Bueno, ¿y si vamos por un jugo a la tienda?
Frunció el ceño y cruzó los brazos. Y murmuró:
—Ay, yo quiero agua.
—No voy a estar tolerando esa actitud, ¿me oíste? No estás con tu madre.
Me dio la espalda y siguió jugando.

Luego de dos horas frente al celular, mi cabeza comenzó a punzarme y empecé a sentir en mis ojos un montón de astillas enterradas alrededor. Mis brazos y mis piernas sufrieron pesadez, y mi corazón adquirió un ritmo lento y ameno. Entonces caí hasta las redes del sueño.

“Estará bien. Relájese.”
“¿Está seguro? ”
“Sí, señor, sólo es necesaria una operación.’’
“Gracias, doctor.”
“Su esposa está en observación.”
“Es lo de menos. ¿Y mi hijo?”
“ Ya le dije, estará bien.”
“Discúlpeme. Es que…”
“No tiene que sentirse mal. Es una enfermedad que tiene tratamiento.”
“ Pero, ¿a qué se debe? ”
“Es la acumulación de una cantidad excesiva de líquido cefalorraquídeo en el cerebro…”

Un llanto agudo golpeó toda la casa. Eso me había despertado. Busqué a Carlota, pues imaginé que se había accidentado. No la encontré. Volvió a surgir el mismo llanto. Subí tan rápido como pude las escaleras. De pronto tropecé. Un golpe en la espinilla me doblegó. La frente me brillaba por el sudor. El corazón me desgarraba el pecho como si deseara escapar. Las manos se me crisparon. Los ojos me temblaban. La sangre me perforaba los músculos. La tarde empezaba a desaparecer. La luz era más tenue en cada escalón que subía. El dolor de la espinilla iba desapareciendo. Otro llanto se clavó en mis oídos. Y así siguió otro llanto, y otro. Sentía un torbellino de emociones. ¡Carlota! ¡Carlota!, gritaba y gritaba su nombre. ¡Deja al niño, Carlota!

Al entrar al dormitorio, vi a Carlota rígida como el acero. Tenía los labios endurecidos y los ojos sombríos. Su rostro era un campo totalmente devastado. En la mano empuñaba un ensangrentado cuchillo, y en la otra, un vaso de vidrio. Al acercarme a la cuna, encontré la cabeza de mi hijo sangrando mientras le escurría aquel líquido incoloro y transparente como el agua. Quedé tan desconcertado que dejé la casa en silencio.

Carlota, al ver que no había gota de ruido, gimoteando, me dijo:

—Es que le pedí a mi primo… que jugara conmigo. Y también le pedí agua. Se la pedí por favor. Es que mi tía me dijo que mi primo… tiene la cabeza de agua. Y yo tenía mucha sed.

Jacinto_98
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