Antes, Durante y Despues
- publicado el 03/02/2009
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Mentira, mentira
“Aval o garantía que sirve para identificar y conducir al éxito a alguien o algo”
¿Modibo? ¿Moussa? ¿Said? ¿Sulayman?
Nadie sabe su nombre. Han pasado más de 4 años y nadie sabe su nombre.
Mentira, claro que algunas personas lo saben: seguramente por algún sitio de Malí habrá un padre y una madre que mencionan su nombre una y otra vez, recordando cuando dió sus primeros pasos o el día que se le cayó su primer diente o aquella vez que se hizo una brecha en la frente por correr demasiado con la bicicleta o miran ese dibujo que hizo cuando tenía cinco años y que aún está guardado en una carpeta o aclaman a algún dios de esos que dicen que hay en el cielo para que se apiade de su hijo y que, por favor, no le falte de nada.
Será mejor que no le digamos que ese dios no ha atendido sus plegarias y que a su pequeño hijo incluso le falta su nombre. ¿Mentimos, entonces, no?
¿Aban? ¿Hatim? ¿Marid? ¿Rasul?
Nadie sabe su nombre. Han pasado más de 4 años y nadie sabe su nombre.
Mentira, claro que algunas personas lo saben: seguramente en algún colegio de Malí, hay algún que otro profesor que recuerda con cariño a este pequeño estudiante, siempre tan atento a las lecciones que se daba en clase, siempre haciendo preguntas ansiando encontrar respuestas, siempre estudiando para responder el primero a las cuestiones que planteaba el profesor al día siguiente, siempre sacando las mejores notas en todos los exámenes, siempre soñando con que algún día él también conseguiría ser un buen profesor.
Será mejor que no le digamos que el pequeño ya ha dejado de tener esos sueños. ¿Mentimos, entonces, no?
¿Yaman? ¿Kahil? ¿Habib? ¿Alim?
Nadie sabe su nombre. Han pasado más de 4 años y nadie sabe su nombre.
Mentira, claro que algunas personas lo saben: seguramente en alguna calle de Malí, algunos chicos y chicas de unos 18 años, recuerdan con cariño a ese pequeño renacuajo que tanto les hacía reír cada día, recuerdan con amor a su pequeño amigo que siempre les regalaba dibujos, a su amigo que nunca quería salir a jugar mucho tiempo porque decía que tenía que estudiar mucho para labrarse un buen futuro, a ese pequeño amigo que viajó a muchos kilómetros en busca de un nuevo hogar y alguna oportunidad. Piensan que seguro que siguen dibujando tan bien como lo hacía y que tendrá su nueva casa llena de dibujos por todos lados.
Será mejor que no le digamos a estos chicos que su pequeño amigo dejó de dibujar hace ya mucho tiempo. ¿Mentimos, entonces, no?
¿Babi? ¿Isam? ¿Kalip? ¿Salah?
Nadie sabe su nombre. Han pasado más de 4 años y nadie sabe su nombre.
Mentira, claro que algunas personas lo saben: su hermana Baigi lo recuerda perfectamente, escribe su nombre cada día en un folio y le cuenta todas las cosas que han ocurrido en casa, en la escuela, en la calle. Tiene cientos y cientos de cartas con su nombre escritas a mano, todas guardadas en una caja, sin envíar. Baigi no se lo ha dicho a nadie, pero te diré porque escribe esas cartas sin destino: dice que es la única manera de que no se le olvide el nombre de su hermano, es la única manera de tenerlo a su lado cada día, a pesar de que ya han pasado tantos años, tantos días. Piensa que algún día le llegará una dirección donde envíar todas esas cartas para que él pueda leerlas.
Será mejor que no le digamos a Baigi que su hermano nunca podrá leer esas cartas. ¿Mentimos, entonces, no?
¿Safwan? ¿Ziad? ¿Diya? ¿Fadi?
Nadie sabe su nombre. Han pasado más de 4 años y nadie sabe su nombre.
Lo llamaron de muchas maneras: “el niño de Malí”, “el niño de las notas”, “náufrago sin rostro”…
Mentira. Sí que tenía rostro.
Ah, disculpa, no te lo he contado: viajaba en una barcaza una fría noche. Ya sabes, es difícil dar datos con precisión sobre lo ocurrido, aunque l ahistoria se repita día tras día.
Seguramente había un fuerte viento y grandes olas. Seguramente iba con cerca de 1000 personas. Seguramente miró al cielo pidiéndo clemencia a esos dioses que parece tener sordera. Seguramente la embarcación se volcó. Seguramente se agarró a otros mientras se sumergía en un gran llanto de desesperación.
Es probable que pudiera nadar unos cuantos metros, contra la fuerza de las olas, contra la furia del viento, contra la indiferencia de esos dioses que parecían no ver nada desde el cielo. Es probable que gritara el nombre de su madre, el de su padre y el de su hermana.
Te puedo confirmar que murieron casi todos. Te puedo confirmar que todavía hay cuerpos que no se han encontrado. Te puedo confirmar que 65 cuerpos sin vida fueron hallados apilados en la sala de máquinas del barco y algunos estaban abrazados entre sí, has leído perfectamente, abrazados entre sí.
No cabe duda de que por su cabeza pasaron mil imágenes de él enseñando en una clase a muchos chicos y chicas. No cabe duda de que se acordó de todos los dibujos que dejó a medio hacer en el cajón de la mesita de su cuarto. No cabe duda de que metió la mano en su bolsillo y acarició por última vez esos papeles que él mismo había cosido.
Ah, disculpa, no te lo he contado: un día en clase, su profesor hablaba sobre los diferentes países que había en el mundo y como para entrar en uno u otro, teníamos que llevar unos papeles con nosotros que se llamaba “pasaporte”. Con esa lección en la memoria, la noche antes de su viaje, el pequeño cogió a escondidas el costurero de su madre y con mucho cuidado cosió los papeles que contenían sus últimas notas, en el interior de su bolsillo. Pensó que era la única forma de que no se le perdiera ese papel tan importante, ese documento que -al parecer- se llamaba “pasaporte” y que le iba a abrir las puertas de Europa, su padre y su madre siempre le decía: “estudia pequeño, estudia, y podrás llegar a donde te propongas”.
Mentira. Alguien tendría que haberle contado que es mentira, que sus notas no importan, que es mentira que su esfuerzo y constancia podrían servir de algo. Pero nadie se lo dijo. Y ya es tarde, ya es más de 4 años tarde.
Nuestro pequeño niño de 14 años quedó bajó el mar aquella fría noche del 18 de abril de 2015. Pasó cerca de un año para que fuese sacado a flote, para que alguien lo secara, para que alguien encontrara en el interior de su chaqueta unos papeles cosidos donde se podía leer “Bolletin scolaire”.
Seguro que piensas que Italia podría haber sido su futuro hogar, ya sabes, ahí donde muchos podrían haber descubierto que, efectivamente, era un excelente estudiante, la tierra donde podría haber cumplido su sueño de ser profesor, la dirección donde hubiera llegado cada carta de su hermana.
Pero es solo una mentira.
Te contaré una última cosa: Italia solo recibió su frío e hinchado cadáver. Ah, casi se me olvida, un tal Francisco que va vestido de blanco y posee en sus manos una riqueza tan grande que podría acabar con la pobreza del mundo entero, una riqueza tan grande que podría evitar que más nombres se perdieran, también recibió una viñeta con la historia de este pequeño, mientras dos lágrimas artificiales caían por sus mejillas y le decía a las cámaras “roguemos a Dios por el alma de esta pequeña criatura muerta. Dios nunca nos abandona”. Curiosamente, en la proa de esa barzaca naufragada, podía leerse unas palabras en árabe que decía: “Bendito Alá”. Mentira. Mentira.
Hoy, más de cuatro años después, aún nadie ha reclamado su cuerpo.
Una de las definiciones que ofrece la RAE de “pasaporte” es la siguiente:
“aval o garantía que sirve para identificar y conducir al éxito a alguien o algo”.
Mentira.
Mil veces mentira.
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