Usar las Alas
- publicado el 15/01/2014
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Mi ángel
Duerme a mi vera. Está separado un poco de mí, no me roza ni me abraza. Sabe que me duele todo el cuerpo, por nada del mundo se atrevería a lastimarme más de lo lastimada que ya estoy. Por eso se ha dormido, porque no quiere mirarme a los ojos y decirme que no puede hacer eso que le he pedido. Él me quiere demasiado. Siempre ha sido así. Y una vez le hice prometer que haría siempre todo lo que yo le pidiera, por mucho que le doliera. Seguro que se arrepiente de esa promesa.
Puedo observar su rostro, aunque no con tanto detalle como quisiera. Mis ojos me traicionan, confunden las líneas y distorsionan los colores. Pero no importa. Puedo imaginarme su cara, cada punto de su piel, aún no se me ha olvidado. Sus cejas son grisáceas. Su nariz es puntiaguda y tiene una pequeña verruga que me recuerda a un enanito de un cuento que mamá siempre me contaba cuando yo era pequeña. Un enanito que era un refunfuñón, pero tenía un corazón muy grande. Como él. Tiene los labios muy pequeños y rosados. Su frente y sus cachetes están arrugados. Seguramente, ahora, están más arrugados de lo que yo los recuerdo. Me gustaba pasar mis dedos por esas pequeñas ondulaciones, me imaginaba que seguía los puntos de un dibujo. El mar, era el mar. Sus arrugas eran como las olas que iban y venían, una tras otra.
Pero ya no puedo. Hace mucho tiempo, demasiado tiempo, que no toco ese mar. Ya no puedo verlo. Ya no puedo alzar mi brazo. Ya no puedo extender mis dedos y tocar esas cortinas de arrugas. Solo está a 10 centímetros de mí. Esos simples centímetros son los que me separa de mi esposo, de vivir.
10 escasos centímetros a los que no puedo llegar, por culpa de los que no puedo sentir. Diez centímetros.
Sí, me prometió que haría lo que yo le pidiera. No ha podido olvidarse de esa promesa. Mi carita arrugada que duerme para no mirarme a los ojos. Parece un ángel…
Puedo notar sus ojos llorosos fijos en mí.
Yo finjo que duermo. Finjo que duermo.
Noto su acelerada respiración, noto como el aire de sus suspiros llegan hasta a mí. Quisiera retenerlos conmigo siempre. Y su fragancia. Huele a rosas.
Seguro que está mirando mi rostro, mirando mi pequeña verruga en la nariz. Siempre le gustó, decía que me parecía a un enanito de no sé qué cuento. Nunca lo entendí. Pero yo la dejé ahí solo para ella. Solo para ella.
Sigo fingiendo que duermo. Sé que todavía me está mirando.
A lo mejor ahora se está imaginando mis arrugas, ya no puede verlas con tanta claridad como antes. Es una pena que no pueda ver como mis arrugas se han multiplicado, ahora tengo muchas más que antes. Olas, como ella decía que sentía que eran, cuando las acariciaba. «Olas que van y vienen», me susurraba bajito al oído mientras pasaba sus delicados y dulces dedos por ella. Echo de menos su textura, su piel sobre la mía.
No puedo abrir los ojos. No puedo.
Le prometí un día que haría todo lo que me pidiera, aunque me doliera. Y no puedo mirarla a los ojos y decirle que no a lo que me ha pedido. Tengo que cumplir con mi palabra, tengo que cumplir con su deseo. Quiero a mi mujer. Amo a mi mujer. Pero ella está sufriendo. Ella me lo ha pedido por favor, me lo ha suplicado. Yo no puedo negárselo.
No puedo mirarla a los ojos.
No, no puedo abrir mis ojos.
Aún no quiero despedirme.
Aún no, mi reina.
Mientras ella me sigue mirando, dormiré un ratito, de verdad, si fingir.
Solo un ratito.
Y soñaré que ella alza su brazo con facilidad, sin dolor, soñaré que extiende sus dedos hasta acariciar mis arrugas, soñaré que se acerca a mí oído y me dice en voz bajita:
“Como las olas que van y vienen, como las olas que van y vienen…”
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