Un monstruo de otro mundo en mi salón

Anabel (la protagonista de mi otro relato) aparece con un agente de seguridad al saltar la alarma de su casa… no se imagina lo que se encontrará.

 

—¿Está todo en orden señora? —preguntó al haber recorrido juntos todo el apartamento y ver que no me asombraba nada de lo que veía.

—Sí, está todo en orden —respondí volviendo ambos al salón al haber finalizado su trabajo.

Al coger las llaves sobre la estantería, la palma de mi mano se quedó paralizada varios segundos palpando trozos diminutos de porcelana frente a la figura del gato, dejando un pequeño orificio sobre su correa en la figura. Me giré para comentarle aquel suceso al agente. Estaba inmóvil, congelado en las manecillas del tiempo. Una sombra en el suelo se iba acercando al salón, saliendo del fondo del pasillo de mi apartamento.

—Te llevo observando varios días. —Cada vez era más intensa su sombra en el suelo—. ¿Creías que esa figurita te iba a proteger de mí? —La sombra la creaba un aterrador animal de color negro que iba caminando en círculos a mi alrededor, posando cada una de sus cuatro patas en el suelo. Sus rojizos ojos me miraban destellantes en aquellos círculos, sobresaliendo dos enormes colmillos de su dentadura superior como los que tenían los prehistóricos felinos. Sus orejas eran del mismo tamaño que su inmenso cuerpo, formando cada una de ellas dos triángulos perfectos. Finalmente, su cuerpo no estaba cubierto por pelo, si no, como un fino incendio que cubría todo su cuerpo de un color negro; haciendo que sus llamas se moviesen en el aire—. Ha sido muy fácil romper ese cascabel y hacerlo trocitos. —Seguía caminando en círculos a mi alrededor—. Los humanos siempre olvidáis que no son más que figuritas sin ningún tipo de poder sobre ninguno de nosotros. —Se quedó inmóvil a mi izquierda, dejando todas sus grandes patas intactas sobre el suelo de mi salón—. ¿No te lo ha dicho el Dumah? —No entendía por qué se refería de esa manera a él. Había pronunciado su nombre en mi mente muchas veces, intentando que leyese mi mente y me defendiese de ese ser demoníaco. Pero no aparecía—. La próxima vez que le veas, díselo —abrió su boca en todo su esplendor, mostrándome las raíces de esos dos enormes colmillos, viendo como una fina capa de rabia resbalaba sobre el resto de sus afilados dientes—; pero en su mundo, no en este.

Inclinó sus dos patas delanteras y se abalanzó sobre mí a tal velocidad que en el mismo segundo, su cuerpo estaba flotando en el aire con sus patas delanteras fijas hacia mí. En ese segundo sacó de sus dos patas delanteras unas desgarradoras garras prácticamente del tamaño de sus patas, destrozando completamente mi pecho con un simple rasguño. Mis pulmones se quedaron afónicos aterrorizada por esas garras que iban a ser mi propia sentencia. Mis últimas palabras fueron: «Samuel, te veré pronto».

—¿Te ha dado una de sus plumas? —Su cuerpo rebotó de la misma manera que si se hubiese golpeado con un muro invisible entre nosotros, cayendo a varios metros de distancia por la velocidad de su impulso—. Veo que se me ha vuelto adelantar con su viejo hechizo para proteger a otro mortal. —Por fin conocía el significado de esa pluma blanca. No servía para escribir nada en ninguna parte; era una pluma de las alas de Dumah, protegiéndome como me dijo. Entendí porque no apareció, dejándome sola ante ese ser. Pero… ¿quién era?

Violentamente lanzó varios zarpazos con una ira desmesurada contra mi pecho, viendo como se transparentaba en la nada sus desgarradoras garras. Sus ojos se inflamaron como un incendio, viendo que cualquiera de sus ataques se desvanecía frente a esa protección invisible para mí.

—¿Por qué tú sí puedes hablar? —Conocer que estaba bajo la protección de un hechizo de Dumah, me daba el suficiente valor para vencer todo ese miedo que me consumía. Esa era la pregunta que estaba presente en mi mente, ocultando al resto de las demás en ese momento.

—¿Te sorprende que pueda hablar? Eso significa que aún no has recibido la última carta.

Mostraba cada uno de sus dientes mientras apoyaba sus grandes garras por aquel hechizo de Dumah. Su rabia la podía ver latente es sus ojos. El vigilante seguía en esa burbuja de congelación a poco más de un metro de mí.

—¿Qué última carta? —Todas mis emociones dejaron de latir, cayendo en un profundo abismo arrastradas por el enorme peso que de repente adquirieron—. ¿Qué va a pasar cuando llegue esa última carta? —Mis palabras sonaban con un tono fúnebre ante esa revelación que me estaba dando ese ser, retumbando en un profundo eco—. ¿No volveré a saber nada más de él? —Todo ese peso era demasiado para poder soportarlo, desgarrando a mis ojos en un profundo lamento. Apoyé mis manos sobre el hechizo como lo estaba haciendo él.

—¿Pensabas que estarías toda tu vida humana hablando con tu amado esposo? —Cambió su expresión al esconder por primera vez sus garras, quedando ahora sus patas de menor tamaño que mis manos. Daba la sensación que intentaba herirme de cualquier forma, buscando la que más dolía: la sentimental—. ¿Y que el gatito sería al único ser que verías? Has abierto una puerta entre tu mundo y otros mundos al escribir sobre ese libro. Y yo, he salido de uno de esos mundos. —Aunque ya no me mostraba todos sus dientes, su mirada seguía ardiendo en aquella llama de color rojo—. Una pluma a diferencia del portador, no es eterna. Ese hechizo que está impidiendo que termine con tu vida ahora mismo, desaparecerá —volvió a sacar las garras, abriéndolas en todo su esplendor—; y, cuando eso ocurra, estaré allí para desgarrarte la carne hasta que no seas más que huesos encharcados en sangre.

Dejó descender sus garras por el hechizo, dejando marcas que se transparentaban en el descenso como las de un felino desgarrando las cortinas de una ventana, pero de un tamaño desgarrador. Con las patas en el suelo, empezó a girar su cuerpo sin dejar de mirarme. De la nada, apareció una mancha oscura en el aire, engrandándose hasta un tamaño donde podía cruzar aquel ser. Su mirada fue lo último que vi de él antes de desaparecer por esa especie de portal.

—Pues mi trabajo aquí ha terminado, señora —me dijo al volver a la consciencia—. Llamaré a la central y comunicaré que ha sido un simple fallo del sistema. —Aunque sus ojos estuvieron abiertos, fueron incapaces de ver absolutamente nada. Fue capaz de detener el tiempo en mi mundo, aislándome de ese agente que estaba tan cerca de mí. Podría haber estado en una macro conferencia de mi empresa y haber paralizados a todos como hizo con aquel hombre.

—Gracias —dijo abandonando mi apartamento con una sonrisa, pensando que su trabajo de seguridad lo había hecho perfectamente. Cogí las llaves y el bolso, saliendo casi al mismo tiempo que él. No sin antes coger la figura del gato ya sin su cascabel.

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