Evocando a Caín (10)
- publicado el 29/04/2022
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Evocando a Caín (15)
CAPÍTULO 5
Una fuga y dos muertos
La escalera estaba en el lado oeste desembocando en un largo pasillo. En el extremo este del mismo se abría una puerta que daba al despacho de Garrett, a la derecha de la oficina había otra habitación. Al otro lado del pasillo, otra puerta daba a la armería. En la planta baja estaba la letrina.
Había amanecido soleado y Billy, sentado en una caja, permanecía con los ojos cerrados disfrutando del calor primaveral que entraba por la ventana, mientras repasaba la disposición del edificio. Los abrió al oír pasos.
Olinger y su escopeta, marca Whitney.
-¿Ves estos cartuchos? –gruñó cargando uno en cada cañón -¿Los ves? Hay doce perdigones en cada bala. Estoy deseando descargártelos entre los omoplatos.
Aquellas palabras se habían convertido en sus buenos días habituales desde que estaban en Lincoln. Pero esta vez Billy no se calló.
-Eso será si no te disparo yo primero.
Lo dijo con una sonrisa que no auguraba nada bueno.
Olinger acercó su grasoso rostro al de Billy. El chico arrugó la nariz por la halitosis, fétida.
-También estoy escogiendo la soga con la que te ahorcaré.
-Tú no sabes qué cuerda es buena para colgar a un hombre.
-Tampoco importa. Te mataré antes si huyes. ¿Sabes que Bell ha encontrado un seis tiros en la letrina? Lo debió dejar ayer Sam Corbett cuando vino a visitarte con su esposa. Bell lo ha recogido. Yo le dije que lo dejara, para que intentaras huir y…
-Y descargarme veinticuatro perdigones entre las paletillas.
-Eres listo, he de reconocerlo. Sí, eso haría. Así que, ¿cómo piensas dispararme antes?
-Ya lo verás.
-Te estaré esperando.
Billy hizo un mohín; si creían que habían abortado la fuga, se equivocaban. No necesitaba para nada aquel revólver.
Mediodía.
Olinger se dispuso a llevar a los cinco presos al hotel para el almuerzo. Luego, al regreso, traería la comida para Billy, y mientras éste comía sería el turno de Bell.
Apoyó la escopeta en la pared, debajo de la ventana que daba a la calle. Siempre la dejaba allí a esas horas; no la necesitaba con los demás, porque sólo el nombre de Kid estaba escrito en ella; para el resto le bastaba con sus dos colts del .45.
No evitó una sonrisa despreciativa. Garrett temía al chico, estaba claro, aunque ninguno se atreviera a decírselo a la cara. No entendía cómo el blancote del sheriff podía acobardarse de aquella manera. ¿Qué podía hacer Billy? Estaba aherrojado de pies y manos, y encadenado al suelo. No podía moverse.
Garrett le había dicho en una ocasión que Billy tenía una rara facilidad para quitarse los grilletes de las muñecas, pero aunque fuera cierto, seguía amarrado al cáncamo.
Ojalá lo hiciera delante de él. Le descerrajaría los dos cañones de la escopeta al mismo tiempo si le veía sacar las manos de las esposas.
Gauss dejó de trabajar y se aproximó a la cárcel con la excusa de que en todos los trabajos se fuma. Su compañero se encogió de hombros.
Olinger estaba sacando a los presos para llevarlos al hotel Wortley.
Encendió la pipa.
¡Bien por dad!, pensó Billy. Ahora sólo estaban Bell y él en todo el edificio. Seguía sentado en la caja. Bell estaba leyendo un periódico al lado de la ventana.
-Bell, ¿puedes soltarme y acompañarme al escusado?
-Sabes que no puedo. Tenemos que acompañarte dos al retrete.
-Pero es que tengo retortijones y… ¡no querrás que me lo haga encima! ¡Olinger ya se burla demasiado como para…!
–Ok, ok. Te soltaré.
Se levantó, entró en la oficina de Garrett y regresó con la llave para desbloquear la cadena. Se agachó para soltarla sin darse cuenta que Billy sacaba la mano derecha de la esposa. El chico lo golpeó en la parte posterior de la cabeza con ambos puños entrelazados a los grilletes.
Bell quedó inconsciente con cortes sangrantes en el cuero cabelludo. Cuando se recobró vio a Billy liberado, excepto por la cadena de 35 cm que unía sus pies. El muchacho lo apuntaba con su propia arma.
-No quiero hacerte ningún daño –prometió Kid -. No lo haré si haces lo que te digo. Me abrirás la puerta de la armería, para que pueda coger pistolas y munición. Luego te dejaré encerrado en ella y me iré.
De hecho, si todo salía como tenía planeado nadie resultaría herido. Cuando Olinger se enterara de la fuga al regresar de comer, él ya estaría lejos.
Sin decir una palabra Bell salió al pasillo, pero una vez allí corrió hacia la escalera. Billy intentó perseguirle, pero la cadena entre sus pies le impedía correr, así que saltó y se deslizó por el suelo con el impulso. Bell estaba entre el tercer y cuarto escalón superior cuando Billy alcanzó la escalera y disparó. Erró el tiro, pero la bala golpeó la pared, rebotó y entró en el cuerpo de Bell por debajo del brazo, cerca de la axila, atravesó los pulmones y el corazón, saliendo por el otro costado. Cayó por las escaleras, muerto.
Gauss alzó la cabeza mirando al edificio al oír el disparo. A través de la ventana vio el cuerpo de Bell desplomándose.
-¡Mierda! –exclamó Billy.
Nunca había querido matar a Bell, se había portado bien con él.
No había tiempo para lamentaciones.
Todo se había ido al garete.
El ruido del balazo quizá se había oído desde el hotel.
Corrió como pudo a la ventana donde Olinger había dejado la escopeta. Seguía cargada. Lo vio cruzando tranquilamente la calle viniendo del hotel, atraído por el disparo. No tenía prisa, sin duda convencido de que Bell había matado a Billy.
Kid vio que tenía los dos revólveres en las fundas. Sospechó que lo creía muerto. Dejó que se acercara lo suficiente, para concentrar mejor la dispersión de los perdigones.
Cuando estaba debajo de la ventana se inclinó sacando el arma.
-Hola, Bob. Mira hacia arriba.
Olinger se detuvo. Palideció al verse encañonado con su escopeta.
-Así me gusta. Cara a cara. No quiero dispararte por la espalda como hiciste tú con mi amigo John y otros hombres. Además, así sabrás quien es el que te mata.
Bell Hudson escribió, en su historia sobre Billy el Niño, que Olinger murió con sus dos .45 en las manos, lo que indica que desenfundó para defender su vida, pero Billy no le dio tiempo.
El disparo le golpeó en el pecho matándolo al instante. Mientras caía, Billy le disparó los otros doce perdigones. Quería que los recibiera como Olinger le había prometido disparárselos.
Se sintió feliz de matarlo después de todo lo que le había hecho pasar aquellas semanas.
La leyenda convirtió a Olinger en un abnegado sheriff víctima, como no, del despiadado Billy el Niño. La realidad fue que nadie lamentó su muerte; ni siquiera su madre, que aseguró que su hijo Bob era un asesino y que estaba convencida que ardía en las llamas del Infierno.
Billy dejó caer la escopeta al suelo de la habitación. Cogió la pistola de Bell, que había guardado en la cintura del pantalón, y con él en la mano bajó cojeando las escaleras. Salió por la puerta lateral.
Gauss y otro hombre estaban parados cerca del cuerpo de Olinger. Caminó a saltos cortos hacia el cocinero.
–Dad, tengo un trabajo delicado para ti. Apoyaré la cadena, que une mis tobillos, en esa roca. Quiero que la cortes.
Gauss cogió una sierra.
-No, con el hacha. Terminarás antes. Y ten cuidado con ella cuando golpees.
No era ninguna amenaza, pero mantuvo la pistola en su mano apuntándole por precaución mientras trabajaba. En aquellos momentos no se fiaba de nadie.
Una vez cortada. Billy enroscó cada extremo a sus piernas, cerca de los tobillos, y los ató, para no rastrearlos. Caminó unos pasos. Asintió satisfecho.
Regresó a la cárcel. En la armería cogió dos fundas, un winchester del 73, un cinturón cargado de cartuchos y dos revólveres del .44. Abandonó el de Bell. El cinturón con las municiones se lo puso en bandolera.
Al salir vio por la ventana a un muchacho de unos quince años, Gorgonio Wilson, que contemplaba curioso el edificio atraído por el tiroteo. Billy salió por la misma para no darle tiempo a huir.
-¡Eh, chico! –dijo -. Ve a Gauss y dile que me ensille el caballo de Pat Garrett.
Severo Gallegos era otro de los curiosos, sólo que él estaba cerca de Olinger. También corrió hacia Gauss al oír a Billy.
Nadie se movía.
Billy comprobó que, a pesar de que había ya bastantes personas, no venía nadie a impedirle que huyera, ninguna comisión de probos ciudadanos amantes de la Ley. O le tenían mucho miedo o le apreciaban tanto que todos deseaban que escapara, y aunque no tenía intención de averiguarlo, deseó que fuera lo segundo.
Gauss traía el caballo del ronzal con un sonriente Severo, que había ayudado a ensillarlo.
Billy puso el pie en el estribo, se alzó cargando el peso, los grilletes y las cadenas rozaron al animal que se asustó y encabritó arrojándolo al suelo antes de que llegara a sentarse.
-Te has equivocado de caballo –dijo levantándose -. Tráeme el de Pat, Black Mart.
Poco después Gauss regresaba con el potro correcto. Billy montó ágilmente en él.
-Gracias, dad.
Se inclinó. Alborotó el cabello de Severo Gallegos.
-Gracias a ti, también.
El chaval sonrió satisfecho.
CAPÍTULO 6
La recompensa de Lew Wallace
Avisado de la fuga, Pat Garrett corrió tanto para regresar a Lincoln que llegó el 30, dos días después de la misma.
Tras pedir voluntarios que le informaran si veían a Billy recriminó a Gauss porque no le cortó la cabeza con el hacha cuando tuvo ocasión, a lo que el ex sacerdote le contestó que no se atrevió porque Billy le apuntaba con el arma. Luego, el brioso sheriff se encerró en su despacho sin intención de perseguirlo, no lo fuera a encontrar.
En la mesa halló una nota del muchacho. Cuando preguntó por ella le dijeron que la habían encontrado sujeta en la silla de montar de Black Mart.
Bueno, Pat, me alegra que hayas recuperado tu caballo. Lo he dejado suelto para que regrese a Lincoln. Gracias por tu corcel…
No terminó de leer. La rompió en mil pedazos blasfemando contra Kid.
En la armería estaban las posesiones de Olinger. Cuando a la semana siguiente fue nombrado albacea de la herencia de su ayudante, presentó un inventario de las mismas: una billetera, papeles, una escopeta Whitney, un reloj, un conjunto de ropa, todo ello sin valor alguno. Pero no incluyó los dos revólveres, ni el caballo ni la silla de montar; eran demasiado apetitosos para que pertenecieran a otro que no fuera él.
Luego se encaprichó de la escopeta; debía ser que hacía juego con las pistolas. De esta forma en el nuevo inventario, que escribió dos años más tarde, ya no la citó.
No tuvo ningún remordimiento en robarle a un muerto, después de todo Olinger ya no las necesitaba.
Pat Garrett ocultó su robo solucionando la desaparición de los revólveres no citándolos en su biografía de Kid, como si Olinger hubiera llevado a los cinco presos él solo a comer armado únicamente con sus manos, de macho que era. En cuanto a la escopeta, Garrett explicó que Billy la había roto y arrojado los pedazos sobre el cadáver de Olinger. Incluso se inventó una frase que puso en los labios del chico, que para él quedaba bonita y redondeaba el episodio: tómala, no me seguirás más con esta arma. ¿Quién no le iba a creer si él era el bueno, vamos el sheriff, y Kid un peligrosísimo criminal?
Tras el latrocinio, y para no perjudicar sus ambiciones políticas, Garrett ocultó, en su falso relato, que el muchacho había escapado en su caballo y escribió que el animal era de un tal Billy Burt, entre otros bulos, como cuando narró el episodio de la huida quitándose responsabilidades y cargándoselas a los dos fallecidos.
Lew Wallace contempló pensativo la hoja en blanco. El documento que iba a rellenar sería uno de sus últimos actos oficiales como Gobernador de Nuevo México, puesto que de allí a un mes abandonaría el continente para desplazarse a Turquía; ya tenía el nombramiento de embajador.
Mojó la pluma en el tintero.
Uno de sus últimos actos y quizá el más placentero.
Orden de muerte
Al sheriff del condado de Lincoln, Nuevo México, saludos:
En el período de marzo, AD 1881, del Tribunal de Distrito para el Tercer Distrito Judicial de Nuevo México, celebrado en La Mesilla en el condado de Doña Ana, William Bonney, alias Kid, alias William Antrim, fue debidamente condenado por el delito de asesinato en primer grado; y el decimoquinto día de dicho término, el mismo día del 13 de abril de 1881 DC, el juicio y la sentencia de dicho Tribunal se pronunciaron contra dicho William Bonney, alias Kid, alias William Antrim, tras dicha condena conforme a la Ley. Por el cual fue dicho Williamn Bonney, alias Kid, alias William Antrim, condenado a ser colgado por el cuello hasta la muerte, por el sheriff de dicho condado de Lincoln, dentro de dicho condado.
Por lo tanto, a usted, el sheriff de dicho condado de Lincoln, se le ordena por la presente, que el viernes 13 de mayo de 1881 DC de conformidad con el fallo y la sentencia de dicho Tribunal, tome el dicho William Bonney, alias Kid, alias William Antrim, de la cárcel del condado de Lincoln, donde ahora está confinado, a un lugar seguro y conveniente dentro de dicho condado, y allí, entre las horas de las diez en punto de la mañana y las tres en punto de la tarde de dicho día, cuelgue al dicho William Bonney, alias Kid, alias William Antrim por el cuello hasta que esté muerto. Y haga el debido retorno de sus actos a continuación.
Hecho en Santa Fe, en el Territorio de Nuevo México, el 30 de abril de AD 1881.
Lew Wallace.
Gobernador de Nuevo México.
Sonriendo ufano con un movimiento de labios, que recordó un bocezo de caballo, puso los sellos correspondientes. Si no fuera porque sería vulgar… le apetecía contemplar el ahorcamiento de Billy. Pero no. Estaba feo que un hombre de su categoría se rebajara a los esparcimientos del populacho.
El golpeteo en la puerta rompió su pensamiento.
-¿Da usía su permiso?
-Sí, ¿qué ocurre?
-Un telegrama de Lincoln.
Se puso en pie al leerlo. Los ojos desorbitados fijos en la escritura. Pálido de ira. Los dientes rechinaron cuando los apretó inconscientemente.
Billy Bonney había escapado de la cárcel hacía dos días.
BILLY EL NIÑO
PREMIO DE $500
Pagaré una recompensa de $500 a cualquier persona que capture a William Bonney, alias the Kid, y lo entregue a cualquier sheriff de Nuevo México. Se requerirán pruebas de su identidad satisfactorias.
LEW WALLACE
Gobernador de Nuevo México
-Deberías irte al Viejo México –dijo Yginio Salazar.
Estaban almorzando.
Billy había llegado a su casa la noche de la fuga. Supo que era su amigo cuando lo oyó silbar varias veces. El muchacho mexicano reconoció el silbido y salió de la casa para que Billy supiera que podía entrar sin miedo.
Había pasado la noche allí y al amanecer dejó libre el caballo de Pat Garrett. De esto hacía dos días. Billy se había quedado a descansar e Yginio consiguió quitarle los grilletes de los tobillos.
-Debería irme, sí –reconoció Kid -, pero primero ajustaré cuentas. No abandonaré el país sin antes matar al soplón de Barney Mason; a Garrett, que asesinó a nuestros amigos, y al viejo Chisum, que pagó para que lo nombraran sheriff.
Su tono tenía una fatalidad que no poseía antes. Al menos Yginio nunca se la había oído.
-¿Quieres…?
-No. Tú ya has encarrilado tu vida. Esto tengo que hacerlo yo solo.
Yginio no insistió.
Billy sonrió agradecido.
-Ya me estás siendo de mucha ayuda. Ahora necesito que me consigas un caballo.
-No hay problema.
Al día siguiente, primer día de mayo, abandonaba la casa de Yginio con el nuevo potro. Necesitaba dinero para mantenerse y sabía donde había bastante enterrado, aunque fuera falso.
CAPÍTULO 7
¿Dónde está Billy?
Durante los meses siguientes Kid, a juzgar por los periódicos, fue poco más que el holandés errante. Fue visto en Texas, Nuevo México, Colorado, Arizona y hasta en México, pero las ciudades no se quedaron atrás: Tascosa, Austin, Las Vegas, Siete Ríos, Roswell, Fort Sumner, Denver, Tombstone…
El soplón de Barney Mason afirmó a «Las Vegas Morning Gazette», que lo había visto en el camino de Lincoln a Fort Sumner. El ranchero Brazil escribió a Pat Garrett diciéndole que él no lo había visto, pero que se tenía la certeza que estaba en Fort Sumner. Algo que Garrett sabía con total seguridad desde que el propio Billy le remitiera una nota citándole en dicha población y que se trajera las pistolas.
Garrett, en cambio, no tenía la menor intención de enfrentarse con él y dejaba pasar los días, las semanas, los meses sin moverse de su despacho de Lincoln cuando no encerrado en casa, hasta el punto que ya eran varias las voces que censuraban su proceder.
Billy había desenterrado el dinero falso que escondió en Stinking Springs, cuando lo detuvieron, junto con un revólver del .45 que dejó allí. Pero tras aquellos meses, la humedad y la tierra habían dejado inservible el arma, aparte que las que tenía ahora del .44 eran mejores, por lo que, si bien cogió el dinero, abandonó la pistola en un rincón.
Con aquel dinero se había mantenido un tiempo con gastos tan discretos que nadie se percibió que el dinero era falso.
Viajaba de noche y dormía de día hasta que llegó a Fort Sumner. Allí se hospedaba en ranchos o en campamentos de ovejas, trabajando tanto de vaquero como de pastor.
Las cosas no le salían como esperaba. A mediados de mayo se había presentado en el rancho de John Chisum, en South Springs, con la intención de obsequiarle un par de onzas de plomo. Encañonó a un cowboy mexicano y le instó a que entrara en la casa e hiciera salir a Chisum.
-No está. Se fue de viaje.
Había escurrido el bulto el mismo día que se corrió que Kid había escapado de la cárcel.
-Te volaré la cabeza si me mientes.
El tono no dejaba lugar a dudas.
-No miento. Lo juro por la Madrecita.
Billy amartilló el revólver. A esa distancia no podía fallar. El mexicano vio girar el cilindro a cámara lenta. Juró y perjuró que decía la verdad.
Kid guardó el arma y abandonó el rancho. Mientras lo hacía se preguntó si habría sido capaz de matar fríamente a aquel vaquero. No quiso responderse; tenía miedo a la respuesta.
Acampó en las cercanías vigilando el rancho hasta que se convenció de que el mexicano le había dicho la verdad.
Con la primera de sus venganzas fracasada Billy cabalgó hacia Fort Sumner, en busca de la segunda.
Barney Mason conducía la carreta, con su esposa sentada al lado, desde Santa Rosa con dirección a Lincoln cuando vio a Billy yendo hacía él a caballo. Estaba aún muy lejos, pero su silueta montada era inconfundible.
Buscó como un loco a su alrededor. Ni un árbol ni una roca donde esconderse, todo era campo abierto.
Kid detuvo el corcel. A lo lejos aquella carreta que venía en camino se había parado.
La única solución era disfrazarse, que no lo reconociera. Barney le quitó la mantilla negra a su esposa, se la echó sobre los hombros, se caló el sombrero de su mujer hasta los ojos, extendió la redecilla de protección solar sobre su cara para ocultarla lo más posible; se acurrucó en el asiento encogiéndose todo lo que pudo…
Billy seguía intrigado todos los movimientos de Barney, sin saber quién era, preguntándose por qué hacía aquellas cosas tan raras.
Hizo caminar el caballo cuando vio que la carreta se ponía en marcha a trote rápido.
A medida que se aproximaban reconoció a la esposa de Barney Mason y al soplón. Sus ojos brillaron divertidos. Sus labios se movieron en un rictus aguantándose la risa.
Se descubrió la cabeza cortésmente, como un caballero, al cruzarse llevando el sombrero al corazón con una pequeña reverencia.
-Señoras –saludó galantemente todo sonrisas.
Cuando terminaron de pasar Billy movió la montura para no darle la espalda a Mason.
Rompió a reír a carcajadas tan pronto se alejaron y con la risa se le fueron las ganas de matarlo.
Aunque no lo habría hecho estando la esposa delante, no podía negar que habría quedado un cadáver muy coqueto. Se preguntó qué habría dicho la gente, en caso de liquidarlo, al descubrir el fiambre vestido de mujer.
Con el segundo ajuste de cuentas fracasado sólo quedaba Pat Garrett. Le había escrito diciéndole dónde estaba, pero era ya junio y no daba señales de vida.
Por Garrett, Kid podía esperar hasta hacerse viejo.
Siempre se había impuesto el amor a su sentido común y esta vez no era diferente. Era joven, demasiado joven. Con diecinueve años el corazón dominaba la cabeza.
Tampoco se hacía ilusiones.
Permanecía en Fort Sumner y sus alrededores sabiendo que cada día podía ser el último, pero en lugar de amargarse su sentido práctico le hacía disfrutar al máximo, gozando de cualquier fruslería que le llamara la atención, sin planes para el futuro, como hacía durante la guerra, porque el futuro, igual que ahora, no existía, tan sólo el momento. Cada día que pasaba, sin que apareciese Garrett, lo aprovechaba haciendo lo que le gustaba; trabajando en los diversos campamentos de ovejas y vacas que había en la zona; festejando a Celsa; alojándose en casa de los Gutiérrez, de Jesús Silva, con la viuda de Bowdre y terminando en el rancho de Frank Yerby, al norte de Fort Sumner, donde pasó la mayor parte del tiempo trabajando e hizo buenas migas con uno de los cowboys, Billy Barlow. A Yerby ya no le importaba que permaneciera allí. Habían trapicheado tanto ambos cuando Billy robaba ganado y lo marcaba en su rancho, que se habían convertido en buenos amigos.
Contra toda lógica se sentía feliz. Era algo difícil de entender y peor de explicar. No supo cómo decírselo a Saval Gutiérrez cuando éste le preguntó por qué se arriesgaba y no se iba a México sabiendo que nunca daría su consentimiento para que se casara con Celsa.
Saval se encontraba entre la espada y la pared. Por un lado Pat Garrett era su cuñado a pesar de tenerlo en poca estima. Por otro, aunque apreciaba a Billy, no le gustaba que su hermana pequeña uniera su vida a un condenado a muerte.
La posibilidad de que algún día Pat Garrett y él se convirtieran en concuñados hacía gracia a Billy; a Saval, ninguna. Pero tampoco pensaba delatarlo; Kid era mil veces mejor persona que Pat.
Como Pat Garrett no daba ningún paso finalmente le obligaron a darlo.
El 8 de julio se presentó en su oficina de Lincoln John W. Poe, detective de la Asociación de Ganaderos del Panhandle, diciéndole que había descubierto que Kid Bonney tenía su cuartel general en Fort Sumner, a cien millas de White Oaks.
Alarmado Garrett se mostró escéptico respecto a la veracidad de la noticia y reacio a perseguir humo, pero Poe no era alguien a quien pudiera influenciar o engañar ni estaba bajo sus órdenes. Ante su insistencia y seguridad de que Billy estaba en Fort Sumner, no le quedó a Garrett más remedio que transigir y acompañarle, no fuera que, al final, Poe lo denunciara por negligencia al deber.
En Roswell encontraron a Thomas McKinney, el primo de Tom Folliard. McKinney se había desplazado de Texas a Arizona persiguiendo a un ladrón de caballos llamado Buck Edwards. Cumplida su misión, regresaba a Texas habiéndose detenido en Roswell para pasar la noche.
Cuando Poe le comentó que se dirigían a Fort Sumner a capturar a Billy el Niño se unió a la partida. Todavía lo consideraba culpable de la muerte de su primo y deseaba verlo colgado.
La noche del 13 de julio los tres hombres establecieron un campamento en la desembocadura del arroyo Taiban, cinco millas al sur de Fort Sumner. Como a Poe no lo conocía nadie se acordó que se acercaría al pueblo al día siguiente a ver qué podía averiguar.
-Mañana hay baile en Fort Sumner –dijo Billy Barlow cuando terminó la jornada en el rancho de Frank Yerby.
-¿Mañana? –repitió Kid-. Es jueves.
-Sí, pero es 14 de julio.
-¿Y qué? No es festivo.
-Es el día nacional de Francia.
-¿Qué tiene que ver Francia con Fort Sumner? Esto es Nuevo México. Perteneció a España no a Francia.
-¿Olvidas que Lucien Bonaparte Maxwell tenía ascendencia francesa? Es una forma de recordar al hombre que convirtió el fuerte en una población.
-Ya –reconoció Billy. Tenía tantas cosas en la cabeza que lo había olvidado.
-¿Piensas ir?
-Por supuesto. Nunca me pierdo un baile, pero quizá llegue tarde. Primero tengo que ir al campamento de ovejas de Frank Lobato. Necesita que le echen una mano y le prometí que acudiría mañana.
-Entonces nos vemos en el baile.
CAPÍTULO 8
14 de julio de 1881
Temprano por la mañana Pat Garrett y sus compañeros montaron a caballo y subieron a las colinas. Contemplaron Fort Sumner con los prismáticos. El pueblo comenzaba su quehacer diario. Esperaron unas dos horas a que tuviese más vida. Luego Poe se aproximó a la localidad para espiar.
Eran las diez de la mañana cuando entraba en Fort Sumner y con una población pequeña, en la que se conocían todos, en donde los anglosajones no llegaban a la media docena siendo la mayoría población hispana, le vieron el plumero tan pronto habló. Sus preguntas sobre Billy fueron recibidas con recelo; las respuestas, vagas y engañosas, hasta el punto que no sacó nada en claro.
Asqueado, Poe cabalgó hasta el rancho de Milnor Rudolph, a siete millas, próximo a la diminuta localidad de Sunnyside, a quien Garrett le había dicho que acudiera a pedir información si fracasaba, aunque se le olvidó advertirle que Milnor era amigo de Billy.
-Sí –respondió Rudolph -, he oído que Kid está en Fort Sumner, pero no me lo creo –mintió -. El chico es demasiado inteligente como para estar allí sabiendo que lo buscan y más con una recompensa por su captura o muerte.
No tuvo con Milnor Rudolph más éxito que con los mexicanos.
Se reunió con Garrett y McKinney hacia el atardecer informándoles de su fracaso.
-Bien –afirmó Pat -, está claro que Billy no está aquí. Vayámonos y busquémoslo por…
-No –cortó Poe -. Está aquí. Mis confidentes no suelen equivocarse.
McKinney estaba de acuerdo.
Pat Garrett, temeroso de que sospecharan que realmente no quería enfrentarse a Billy, aún siendo tres, no le quedó más remedio que ceder.
-Como queráis. Nos apostaremos cerca de la casa de una muchacha de la que está prendado. Si está en Fort Sumner como aseguras John, irá a visitarla. Entonces lo capturaremos.
Pero el tramposo, en lugar de llevarlos a casa de Celsa, aprovechando que no conocían la localidad, los condujo a la de una anciana viuda, cercana a un huerto rico en melocotoneros, sabiendo que Kid no asomaría la nariz por allí.
Dos horas pasaron escondidos entre los árboles, lentas, largas, aburridas y en silencio, porque Pat había prohibido hablar para no descubrir su presencia. Quienes sí hablaban era un grupito al otro lado de la barda del huerto, que llevaban una animada conversación en español, aunque demasiado lejos para escuchar las palabras con claridad.
Al final había podido llegar puntual al baile; apenas había comenzado cuando asomó por la puerta.
Billy Barlow acudió risueño tan pronto lo vio.
-¿Ves aquella viejita? –preguntó después de saludarlo.
Una muchacha mexicana, una preciosidad, aunque no podía compararse con Celsa.
-La tengo en el bote –añadió Barlow.
-¡Adelante con ella! –sonrió.
-No es tan fácil. Hay un problema.
-¿No dices que la tienes en el bote?
-Porque cree soy tú –gimió mustio -. Se me acerca y me pregunta, ¿eres Billy?, y yo me digo, ¿de qué me conoce? Pero claro, me llamo así, con lo que contesto que sí. Y comienza a hablarme y… bueno, de la forma como hablaba me di cuenta que me confundió contigo.
No era de extrañar. Tenían ambos la misma estatura, delgados, edad similar, sólo que Barlow era más moreno que Kid al ser medio mexicano.
-Quieres que te siga el juego –adivinó.
-Creo que estoy enamorado.
Flechazo, pienso que se llama, se dijo contemplando a la joven con ojos lánguidos.
-Dile que eres Billy Barlow, no Billy Bonney.
-¿Y que me plante?
-Terminará enterándose y más en este pueblo en que todos me conocen.
-¡No mames! –estaba asustado -, ¡No seas pendejo!
-Yo no diré nada, pero se enterará igual y entonces sí que te plantará, porque se sentirá engañada.
Barlow sentía palpitar su corazón, Kid estaba en lo cierto, pero no tenía valor para desengañarla.
-Ya veré cómo lo lidio entonces. Kid, te lo suplico.
Billy arqueó las cejas.
-Como quieras, pero mira, Celsa está con ella, van a hablar.
-¡Hija de la chingada!
-Vamos, preséntame.
Se acercó rápidamente seguido de un pálido Barlow.
-Isadora –no sabía qué decir -, este es mi amigo…
-Billy Barlow –se adelantó Kid con una sonrisa traviesa -, encantado de conocerla.
Celsa le miró extrañada preguntándose qué planeaban aquellos dos, mientras Kid se extendía en elogios sobre su amigo el Chavito, allí presente.
-Bueno, tampoco te pases –murmuró el verdadero Barlow, rojo de vergüenza y con la sensación de que Billy se pitorreaba de él.
-Es muy vergonzoso, ¿verdad?
-Sí –reconoció Isadora con ojos brillantes. Era tan guapo, tan simpático, encantador y al mismo tiempo tan tímido.
Mejor dejarlos solos, pensó Kid.
-¿Me concede este baile? –solicitó a Celsa.
-Encantada, señor Barlow –respondió sospechando lo que ocurría.
Los del huerto ya se habían ido. A uno lo vieron salir por la puerta donde estaban ellos, pero tan lejos y en penumbra que tan solo distinguieron que vestía un sombrero de ala ancha, un chaleco oscuro, pantalones y estaba en mangas de camisa.
Un año más tarde Pat Garrett escribiría que aquel hombre era Billy el Niño, y a nadie se le ocurrió preguntarle cómo lo supo si no le vio la cara y estaba demasiado lejos para reconocerlo, según su propio escrito.
-No está en Fort Sumner. Habría venido a esta casa a ver a su novia –mintió -. Estamos perdiendo el tiempo, propongo que nos vayamos del pueblo.
-He oído decir que su novia es Paulita Maxwell –dijo McKinney.
-¿Quién te ha dicho eso?
-Jim East. Me contó cómo la familia Maxwell te pidió permiso para que los visitara cuando lo detuviste. El abrazo que le dio Mrs. Maxwell sólo se da a alguien muy cercano a la familia.
-Un futuro yerno –dedujo Poe.
Pat Garrett callaba sin desengañarlos.
-Y lo que hizo Paulita…
-¿Qué hizo?
-Quería estar a solas con Kid.
-Para ayudarle a escapar.
-Sin duda; no dejaba de ser su novio.
Garrett se atusó el bigote con un suspiro.
-No es aquí donde hemos de vigilar –dijo Poe -. Es en casa de los Maxwell.
Estaban saliendo del baile cuando Saval lo cogió del brazo.
-¿Puedo hablar contigo? A solas –añadió al ver que Celsa se detenía.
La expresión de su hermano intrigó y preocupó a la muchacha, que caminó hacia la calle sin hacer ningún comentario.
-Pat Garrett está aquí –dijo cuando estuvo seguro que Celsa no le oía.
Aquello explicaba su semblante grave.
-¿Estás seguro?
-Jesús Silva lo ha visto en el huerto que está al lado de la casa de la vieja Adelita. Según me ha dicho, estaba emboscado.
Billy no respondió, pensativo.
-Hay más –continuó el mexicano -. Esta mañana había un forastero haciendo preguntas sobre ti.
-¿Quién?
-Nadie lo conoce.
-¿Dónde está ahora?
-Se fue hacia el mediodía.
¿Uno de los hombres de Pat o un cazarrecompensas? Después de todo, Garrett no necesitaba enviar a nadie a preguntar; sabía que estaba en Fort Sumner, él se lo había escrito en la nota.
Así que tendría que lidiar con dos frentes.
-¿Ocurre algo?
La voz de Celsa interrumpió sus pensamientos. La muchacha había retrocedido al ver cómo el rostro de Billy se oscurecía tras hablar con su hermano.
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