La pasión de los necios

He ligado, dicen mis amigos. Soy un chico de 18 años y he ligado, o eso se supone. Hasta aquí todo normal, claro. De hecho, es una historia normal.

Me llamo José, y soy de Madrid. Ella se llama Lucía. Es la mujer más espectacular que os podáis imaginar. Una belleza morena, estatura media, delgadita, ojos verdes, sonrisa… ¡qué sonrisa! Un culo… ¡qué culo! Unas piernas… En fin.

Pero no es su físico lo que más me atrae. Es tremendamente simpática. Es como una mejor amiga. Eso es lo malo. Que es como mi mejor amiga. Joder.

El caso es que desde siempre me ha molado. Yo sé que ahí no había nada que hacer, pero bueno. No me preguntes porqué, pero cabezón que soy, seguía albergando esperanzas. Siempre pensé que había algo, una chispa, una pasión enterrada bajo kilómetros de piel y sangre.

Y así era.

Siempre había una mirada furtiva, un roce casual con la mano, incluso un suspiro prolongado por su parte si la tocaba accidentalmente, o después de saludarla y darle dos besos. Ella, aunque recatada, siempre dejaba una sutil pista. Pero yo, claro, inocente de mí, no me atrevía a considerarlas en serio.

Por fin, un día me armé de valor. Me dije a mí mismo que bien valía sacrificar una gran amistad por un amor así, que bien podía soportar que me dejara de hablar, que me dejara de mirar. Sólo imaginar que no iba a tenerla cerca nunca más, que no iba a oír su voz ni a oler la suave fragancia de su jabón de ducha, tan característica, me ponía los pelos de punta, me aterraba. Pero valía la pena. Me lancé.

La invité a salir. Le dije que si quería tomarse un café conmigo, después del instituto, en un bar que conocía. Lo planeé todo al milímetro. Era una bar muy modesto, pero muy recatado, sin bullicios. Ella, modosita, dijo que sí, mostrando más timidez de la que me tenía acostumbrado. ¿Significaba eso algo? No lo sé, pero apenas podía disimular mi euforia.

Al terminar el instituto, la busqué con la mirada por el pasillo, hasta que la vi. Estaba sola, parecía esperarme. Apenas pude balbucear un torpe saludo y ella respondió con una sonrisa modesta. Nos fuimos al bar.

Una vez allí, le traje dos cafés de la barra. Nuestra mesa, alejada de la puerta, era muy tranquila, pese a que en el bar había más gente de la que tenía prevista. Durante nuestra estancia allí, hablamos de variados temas. De cómo había salido Lucía de su última relación, medianamente duradera e intensa. No quise que la conversación se centrara en este tema, y empecé a hablar de sus hobbies. Le gustaba montar a caballo, los atardeceres, la lluvia, esas cosas… No le hice demasiado caso. Además, seguía nervioso, y creo que ella lo notaba.

Cuando nos acabamos el café, dijo que si dábamos una vuelta. Acepté, no viendo el momento de confesarme muy cercano. Paseamos por un parquecillo no muy lejos. Como era miércoles, no había peligro de encontrarnos con nadie conocido, lo cual me alibiaba tremendamente. De pronto, mientras caminábamos, y seguíamos hablando, se acercó más de lo que esperaba a mí, y se pegó a mi costado. Yo, sorprendido, casi paralizado, no supe cómo responder, hasta que me pasó su brazo por la cintura, a lo que respondí pasando el mío por su hombro. Creo que mi corazón iba a salírseme del pecho en ese momento.

No puedo recordarlo exactamente, pero creo que la conversación se detuvo casi al instante. En ese momento sobraban las palabras. Seguíamos andando callados, hasta que ella se paró. La miré y vi en sus ojos el mismo brillo que había en las miradas furtibas, el mismo tono verdoso que me volvía loco. Tiró de mi manga, muy suavemente, indicando que bajara la cabeza, en dirección a ella. Creía que me iba a decir algo en voz baja, pero cuando acerqué mi cara a la suya, me besó.

Me besó y se detuvo el tiempo. Duró un beso años y alimentó todos mis sueños, mi alma y toda la forma de mi ser. Mi cabeza estaba ausente de todo pensamiento y carente de toda necesidad. Sólo una cosa me centraba al mundo terreno: los labios de Lucía, dulces, dulcísimos, carnosos, llenos de escarcha que recogían los míos, henchidos de luz. Acariciaba con una mano su pelo sedoso y oscuro y con la otra su espalda, curvada graciosamente, formando el más erótico de los arcos. No existen palabras para expresar lo que las emociones no pueden repetir. Sólo sé que me besó.

Me besó, y se detuvo el tiempo.

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Bueno, creo que esto significa un cambio de registro por mi parte en este blog. Espero que os guste. Este relato lo escribí hace unos años. Lo he rescatado del baúl de los recuerdos y lo he corregido. Supongo que todos hemos tenido un amor platónico en nuestra más tierna juventud y más de uno se sentirá identificado. O al menos alimentará sus fantasías nocturnas. En ese caso, siento decir que la realidad suele ser diferente, más cruel. Je, je. En fin, que si veo que gusta, puede que me anime a empezar a escribir pasteleo, dejando atrás una era de descontrol y vicio. Ahí queda dicho.

Papá Yizeh.

Yizeh Castejón
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5 Comentarios

  1. Yadoi dice:

    Ohhhhhh! xD

    Bueno, ante todo es bonito. Y aunque la realidad sea mucho más cruel como bien dices, un poco de romanticismo nos vendrá bien para los que perdimos la fe en su día.

    🙂

  2. Pequadt dice:

    Toma ya, vaya cambio xD

    Te ha quedado muy bien. Muy currado. Engancha desde el primer momento y no abusas del amor empalagoso que se suele meter en estos relatos.

    Solo he encontrado un fallo: Corrige esta frase «Duró un beso años». Yo lo pondría como «El beso duró años» o algo similar.

    Mis más sinceras congratulations.

  3. Lascivo dice:

    gracias, gracias
    no, lo de «duró un beso…» lo he puesto así aposta. No me acuerdo cómo se llamaba, pero creo que había una figura retórica para eso de cambiar el orden de las palabras.

  4. champinon dice:

    Si, cierto… duro un beso es correcto.

    Lascivo tio… eres muy grande… Snif snif…

  5. Joanna dice:

    Creo que eres muy bueno escribiendo en diversos géneros, pero los románticos te quedan muy bien. Bueno, opinión muy personal, los disfruto mucho.

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