La suerte aborrece a los cagones (Parte III)

III

Andreu salio muy satisfecho de la consulta del doctor. Y muy aliviado también. El médico había sido tan comprensivo con su problema como explícito en apuntar la solución. Esto le hizo ver que quizá debería comentar su problema con Jordi, el amigo de la infancia con quien no tenía secretos. Bueno, con quien apenas tenía secretos. Quedaron en verse esa misma tarde, sobre las seis. Tomarían un café y Andreu le explicaría su problema y le pediría consejo.


Jordi era muy diferente de Andreu. Independiente, extrovertido, atrevido. Desde niños se les conocía como la extraña pareja, de tan inseparables y desiguales que eran. Laurel & Hardy, Yogui & Bubu… La novedad para Jordi fueron los gases de su amigo, porque él ya era pleno conocedor de la debilidad de Andreu por su compañera de trabajo. Habían hablado de ello en muchas ocasiones y siempre le había aconsejado lo mismo: invítala a salir, hombre; empieza por acompañarla a tomar un café a media mañana. Pero Andreu era incapaz de dirigirle la palabra. Ni siquiera podía sostenerle la mirada más allá de dos segundos. Sólo pensar en hablar con ella y se le hacía un nudo en el estómago. Y además, ¿qué le diría?

Jordi tuvo que ponerse serio con su amigo. ¿Pero es que no te das cuenta, burro? Estás loco por ella. No puedes seguir así. O le dices algo de una puñetera vez o te mueres, Andreu. Y tu muerte será vergonzosa: te cagarás por las patas abajo. Y cuando eso te ocurra no volveré a dirigirte la palabra. Jordi hablaba de muerte en sentido figurado, por supuesto, pero Andreu entendió perfectamente la metáfora. Sí, debía hacer acopio de valor e intentar ligar con Meritxell. Tenía que probarlo. Era una cuestión de dignidad personal. Y a la vista estaba que también de salud. ¿Qué podía perder?

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