EL MAESTRO
- publicado el 12/10/2018
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La estrella inalcanzable
Ya entrada la noche, arrastrando los pies y la mirada, Selene se dejó caer en el lecho sin ni siquiera quitarse los zapatos. Tumbada en la cama, estiró sus brazos y sus largas piernas, doloridas de tanto caminar con zapatos de tacón. Se frotó los ojos, irritados y cansados de derramar lágrimas, se acurrucó a un lado de su cama y se quedó profundamente dormida.
Fue entonces, creyendo que en sus sueños hallaría el refugio que tanto necesitaba, cuando la memoria volvió a jugarle una mala pasada, evocando aquel rostro del que venía huyendo. Intentó no mirarle, pero era imposible, y se perdió navegando en cada una de sus facciones: su pelo, lacio y suave cubriéndole parte del rostro; sus ojos, mirándola fijamente con aquella expresión de seguridad en sí mismos… unos ojos tan seductores que podrían hechizar a cualquiera que osase mirarlos directamente. Quiso besarle, ahogarse en su boca y morir entre sus labios, que dibujaban una media sonrisa que le daba un aire enigmático y misterioso que hacía que las piernas de Selene flaqueasen.
Gunnar se acercó despacio, alargando una mano hacia ella. Selene quiso detenerle, marcharse, evitar el contacto con él, pero su cuerpo no la respondía. Estaba presa de un embrujo que la paralizaba y la atraía con fuerza hacia su acompañante.
Cuando estaban tan cerca que podían sentir la respiración del otro en sus caras, ella tembló y le pidió que la dejase marchar. No le sorprendió que él la besase, tierna y suavemente en los labios, así como tampoco se sorprendió al verse tumbados en el lecho, ella quitándole la ropa y acariciando su espalda, mientras él recorría la curva de sus caderas y la piel de sus muslos.
Selene se rindió, se abandonó al deseo y al placer.
Se abandonó a un amor que sabía que no era correspondido, a unos labios que la besaban, pero que estaban vacíos de sentimiento alguno.
Buceó en la mirada de Gunnar, sin encontrar ni rastro de afecto ni cariño…
Se despertó bañada en sudor, aún con el sabor de su piel en la boca. En la cama se percibía todavía la calidez del cuerpo de Gunnar, y en el aire quedaba un resquicio de su perfume flotando en el aire.
Selene se levantó, se puso su bata y salió al balcón. La ciudad aún bullía a pesar de que eran ya altas horas de la madrugada. Alzó la cabeza el busca de alguna estrella en el cielo, pero las luces y los focos de la metrópolis tan solo le permitieron ver una sola estrella tintineante allá en el cielo nocturno.
Entonces Selene se dio cuenta de que su vida misma había sido como aquel cielo: había conocido a miles de estrellas, pero ahora sólo una iluminaba su cielo.
Y, por desgracia, aquella estrella estaba demasiado lejos de su alcance.
Con una sonrisa amarga y sarcástica, Selene volvió a entrar en su cuarto, abandonándose a la noche oscura y arrullándose en sus dulces mentiras.
Gael
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