Juegos de pequeños trazos
- publicado el 14/05/2015
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Física frente a ficción
Federico, el físico, estaba enfrascado en una ardua investigación. Trataba sobre el comportamiento ondulatorio de la materia. Se basaba en una feliz conjetura, por lo que planteaba que, si la luz puede comportarse como partícula, ¿puede la materia comportarse como la luz? Se basó en multitud de trabajos, iniciados por De Broglie a principios de siglo. Pobre De Broglie, él sólo había especificado que unos pobres electrones pueden cumplir la conjetura. Pero Federico sabía ya a ciencia cierta que toda materia tenía un comportamiento similar a la luz bajo determinadas circunstancias.
En el laboratorio de la universidad, Federico trabajaba en sus experimentos. El desarrollo teórico le había costado años de investigación, dos divorcios y su actual matrimonio pendiente de un hilo, y la burla constante de sus colegas de departamento. En la facultad era señalado como un auténtico científico loco. El típico de las películas, decían los alumnos.
Ahora, Federico sabía cuál era su camino. Demostrar su conjetura. Demostrar que la luz y la materia pueden ser lo mismo. En el laboratorio tenía todo lo que necesitaba. Todo el experimento estaba montado. Todo calculado al milímetro. Sólo tenía que encender un botón. Todo su trabajo se reducía a ese preciso instante en el que apretara el botón. En que lo apretara y… ¡pluf!
¿Pluf? Sí, pluf. Federico ya no estaba allí. Cada molécula de su ser había volado, desaparecido.
***
La luz… La luz era cegadora. ¿Cegadora? ¡Pero si Federico ya no tenía ojos! Entonces, ¿qué veía? ¿Por qué veía? ¿Qué?
De pronto distinguió una figura entre la ardiente luminosidad. Una mujer. Su mujer. Y un hombre. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué besaba a su mujer? Extrañamente, Federico no sintió ira, ni celos. Su mujer era feliz, y ese hombre también parecía serlo. Siguió desplazándose en el espacio.
Llegó a un parque, donde pudo ver cómo unos niños se balanceaban en unos columpios. También parecían felices. Siguió volando.
Llegó a un pequeño callejón. Allí parecía que un hombre, con aspecto de vagabundo, pasaba frío. Federico rebotó contra él, y pareció transmitirle parte de su calor. El vagabundo hizo un gesto de regocijo, y miró directo al Sol, como disfrutando del calor de sus rayos. Federico siguió volando.
Siguió y nunca se detuvo. Nada más importaba.
***
Al día siguiente, la encargada de la limpieza entró en el laboratorio donde Federico había elaborado su experimento. Se percató de que el maletín de Federico estaba bajo la mesa, y había indicios de que alguien hubiera estado allí el día anterior, pero le pareció raro que un profesor tan escrupuloso y maniático como Federico se olvidara de algo. Llamó a conserjería y manifestó su preocupación. Desde allí, comprobaron que Federico no había llegado aún. Llamaron a su casa, y su mujer confirmó que esa noche Federico no había dormido allí. Ella pensaba que había pasado la noche trabajando en la facultad, como muchas veces hacía.
Con cautela, desde la dirección de la universidad avisaron a la policía, y denunciaron su desaparición, por lo que abrieron una investigación. Dos agentes se presentaron en la facultad y registraron, primero el despacho de Federico, y luego el laboratorio donde había sido visto por última vez. No encontraron nada en su despacho. Sin embargo, al igual que la encargada de la limpieza, se dieron cuenta de que había signos de actividad reciente en el laboratorio.
– Qué raro… Su cartera está llena de papeles que parecen importantes. Y este experimento, parece que nadie sabe lo que es.
– Desde el decanato nos han informado que trabajaba en un proyecto en solitario. Nadie parece saber a ciencia cierta en qué consistía.
– Sí, además, esto parece muy lioso. Mira qué aparatejos. No me quiero ni imaginar lo aburrido que va a ser hacer el informe.
– Je, pues esta vez te toca a ti, que yo pringué con el último…
– Ya, ya, no me lo recuerdes… Dios, mira esto… ¿Para qué servirá?
– Yo que sé… Eso parece un botón. Dale a ver qué pasa.
– No, no, dale tú, a ver si me lo voy a cargar.
– Anda ya, ¿qué va a pasar?
– Pfff, no sé…
– Dale, hombre.
– Va, a ver…
¡Pluf!
Yizeh. 21 de Enero de 2009
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Jajjaaja! Contrapones la seriedad del científico por lograr su sueño con el «pasotismo» de los polis. Y ese ¡pluf! final, tan simple pero más original que el «colorín, colorado»!
Mola! Me gusta, me gusta… xD
Aunque previsible, mola el final xD
Jejeje, me ha recordado al sketch del «monumento al chiste desconocido» de los Monty Pyton.