Cuento de princesas
- publicado el 25/08/2008
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«Acabaré con él»
El horizonte parió un hermoso Sol tropical que impregnó las costas de Cartagena, al Castillo de San Felipe y a Roberto Álvarez, que se hallaba apostado en la almena occidental con su uniforme beige, carmín y dorado. Paseó de arriba a abajo, recordando viejas batallas e historias que la memoria arrebataba al pasado. Llegó al patio de armas y se apoyó en uno de los cañones.
-Están a punto de llegar, será mejor que regrese a mi posición- pensó Roberto.
De regreso oyó un eco de pasos y chasquido de dedos, que subían por las escaleras del bastión interior, era el santo y seña que se usaba. Era Julián, un viejo compañero. Roberto podía verlo subir, pero Julián no, puesto que la escalera estaba construida con un ángulo especial para tal fin.
– Buenos días.- saludó sonriendo Roberto.
-Buenos días ¿nada aún?- contestó su compañero.
-No, pero no creo que demoren. Son fechas difíciles.
-Si, será una larga jornada. Yo me quedo por aquí.
-Bien, hasta luego.- se despidió y se quedó esperando mientras la mañana avanzaba, aguantando estoicamente el calor húmedo de la costa que apretaba como una anaconda de fuego, respirando el salitre que oxidaba sus ánimos y corroía su paciencia.
Nada pasaba.
Pasado el medio día, vislumbró su objetivo.
Sabía que no podía permitirse fallar.
Ya veía a esos extranjeros tratando de alcanzar la cumbre del castillo donde él estaba.
Cargó sus mejores armas;
Una gran sonrisa como mecha prendería su labia que estallaría con insistencia y persuasión.
******
Quince mil pesos y tres mil de ñapa que le habían dado por hacer de guía turístico por el castillo eran todos sus ingresos del día. Bajó por la rampa construida para que el turismo subiera al castillo esquivando a los muchos compatriotas que trataban de ganarse la vida honradamente.
Paró una carcacha de taxi y le dio la dirección al conductor.
– La vaina está fregá, man…
– Vé, a mi apenas me da para mi café tintíco de las mañanas, yo antes era profesor de historia en “El Aleman” m’hijito …
Un resalto improvisado con un gran cabo de barco interrumpió la conversación.
Se acercaban a Bocachico, zona inundable de casuchas de lata, lejos de la zona turistica.
Se apeó del taxi, que se alejó tapando el ruido del destartalado cacharro con unos ballenatos.
Se sumergió en la realidad de su pobreza, agarro a su gato y una botella de ron y se guindó en la hamaca con ambos.
Mañana era carnaval y podría ir a ver los desfiles a Barranquilla.
Y hoy tomó una decisión: como el ron acabó con su padre,
ahora él acabaría con el ron.
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He vuelto de ver a unos familiares en colombia y quería poner un relato con sabor latino.
Falta describir olores y colores de alli que son únicos, pero bueno.:D
Uf, tengo mucho que leer!
interesante la forma en que maneja la descripcion de lugrares,y situaciones, no está nada mal
y qué gran frase la final!
«aguantando estoicamente el calor húmedo de la costa que apretaba como una anaconda de fuego, respirando el salitre que oxidaba sus ánimos y corroía su paciencia»
¡Eres un as de las descripciones!
Me acabo de dar cuenta que no había puesto división entre cuando está en el taxi y cuand o está ya en su casa, así que ya está editado con una frasecilla más que le da un poco más de coherencia. 🙂