Chu-chu-chu-chu-chúpamela

«¡Chú-chú-chú-chú-chúpamela!… Yeah… Chú-chú-chú-chú-chúpala ya».

El reggaeton amartillaba los oídos de Paco. Sus vecinos no paraban, todo el día, con la musiquita infernal para arriba y para abajo.

Su mujer, Lidia, estaba harta. Habían llamado a la policía muchísimas veces, pero los muy cabrones apagaban la música en cuanto oían una sirena acercarse.

El hijo de Paco y Lidia, Jon, tenía tres años, y repetía todo lo que oía. Le parecía gracioso ver la cara de sus padres cada vez que decía «Chúpamela» o «Eres mi zorra. Mi linda zorra. Hasta que me corra». Jon, lógicamente, no entendía lo que decía. Para él sólo eran palabras sin sentido que hacían enfadar a sus padres. Era divertido. Salvo cuando la música seguía por la noche. Seguía y seguía y Jon no podía dormir. Entonces lloraba y ahí es cuando sus padres se enfadaban de verdad. Aporreaban la puerta de los vecinos y se oían gritos desde el interior. «¡Déjanos en paz, coño!», o «Llama a la poli ya y vete, huevón». Y la música seguía, y la policía no venía, decían que era inútil, y la música seguía. «Chú-chú-chú-chú-chúpamela».

La situación era insostenible. Paco, harto del todo, quiso hablar con el dueño del edificio. El piso de Paco y Lidia era de alquiler. Y disfrutaban de un alquiler excepcionalmente bajo. La madre de Paco fue la dueña, que falleció en un accidente el año anterior, tras conducir tres kilómetros por una carretera costera bajo la gran influencia del alcohol. Minutos antes había estado en el funeral de quien fuera su segundo marido, al que Paco no había llegado a tratar como un padre, ni siquiera como un padrastro, y que murió de un infarto a los setenta y dos años. La madre de Paco y él no tenían hijos en común.

Cuando la madre de Paco murió, Paco y Lidia automáticamente heredaron la casa que su madre compartía con quien fuera su marido. Para ellos fue un chollo. Curiosamente, a las pocas semanas de mudarse, con el pequeño Jon a cuestas y un sencillo mobiliario infantil, todo de Ikea, los ruidosos vecinos alquilaron el piso de al lado.

En definitiva, el dueño del edificio no parecía querer colaborar. Es más, parecía casi contento de ver las ojeras de Paco y la pinta de desesperado que traía cuando fue a visitarle. Cuando llegó a casa, Paco y Lidia discutieron el asunto: parecía evidente. Les estaban presionando para abandonar el piso y que así el dueño pudiera alquilarlo a un precio mucho mayor. ¡Eso era bullying! No, era otro nombre, el bullying es lo de los niños. En fin, era una putada.

Mientras, Jon seguía cantando feliz “Chúpamela” y llorando por las noches.

Paco no podía más.

En la calle, conseguir un arma no era muy difícil. Paco navegó un poco por Internet y buceó por diferentes foros. Vio cómo podía contactar con alguien que podía contactar con otro alguien que le consiguiera algo barato. En cierto bar, no muy lejano a su barrio, había gente a la que preguntar. Ese mismo viernes fue al bar. Le molestó la facilidad con que pudo comprar una pistola Browning Hi-Power, más conocida como P35. Una nueve milímetros semiautomática y con cargador de doble hilera con capacidad para trece cartuchos. No compró balas.

Visitó a sus vecinos. Llamó a la puerta. Curiosamente, en ese momento sólo había una persona en la casa, el que parecía tomar las decisiones. No tendría más de veinte años, y era el mayor. La música en ese momento estaba apagada. Abrió la puerta.

Paco saludó, lo más amable que pudo, y pidió un poco de azúcar.

– Vete a la mierda, huevón, déjame en paz.

Paco sacó la P35 y apuntó a su vecino, que retrocedió asustado.

– Escucha, hijo de la gran puta, y escúchame bien.

– Va-va-vale, no me hagas daño, tío. Tranquilo, tío, tranquilo.

Paco le atizó en la cabeza con la culata de la pistola. Pese a que no lo hizo con mucha fuerza, se dio cuenta de que el gesto de dolor de su vecino indicaba que no había que usar mucha más para dejar a un hombre inconsciente. Entraron en el piso y Paco cerró la puerta.

– Escucha, pedazo de mierda. Sé que estáis viviendo aquí a precio de risa, y sé porqué.

– N-no… Espera.

– ¡A callar! – le dio un puñetazo. – Sólo quiero que me digas cuánto pagáis de alquiler y porqué ese precio.

– No-nosotros… No tenemos que pagar… El casero… Nos dijo que sólo teníamos que armar jaleo. Que así os iríais… Y que podríamos quedarnos con la casa el tiempo que quisiéramos.

Paco guardó silencio. La ira crecía dentro de él. De repente, el móvil de su vecino empezó a vibrar y a emitir el politono de moda. “Chú-chú-chú-chú-chúpamela… Yeah”. Los ojos de Paco casi se salen de sus órbitas.

– Apaga ese trasto.

Su vecino le hizo caso.

– No sabes el infierno que suponéis para nosotros, cabronazo. Quiero que mañana os vayáis. Y os vais a ir porque no sois más que unos chavales que buscan incordiar. Y yo y mi amiga – señaló la pistola, – vamos a estar aquí al lado siempre. ¿Queda claro?

El vecino asintió prudentemente, y Paco percibió en su mirada baja que todo le estaba quedando bien claro.

– Y ahora… Chúpamela.

– ¿Qué?

– ¡Que me la chupes, joder!

Lo hizo.

Tras esto, Paco fue a visitar al dueño del edificio mientras pensaba en cómo deshacerse del arma. Sería fácil. Limpiaría las huellas y la tiraría al río. Nadie le había visto comprarla, salvo el vendedor.

De los vecinos no se volvió a saber nada. Tampoco nadie le acusó nunca de nada. Esa noche Jon durmió feliz.

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Afal Seguy. 23 de Febrero de 2009

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14 Comentarios

  1. Lascivo dice:

    cualquier parecido con cualquier realidad es pura coincidencia

  2. ¿Pura coincidencia? Pues la clavas macho… Nos taladran con sus ritmos degradantes… :@

    Pero me ha molao lo de arriba^^

  3. zadel88 dice:

    ahhh exelente, yo lo que hago con mis vecinos es que les pongo musica mas fuerte que ellos, musica que no fastidia a nadie que esté astiado del regguetton, algo asi como Jazz o Clasica… genial relato

  4. Lascivo dice:

    gracias, amigos

  5. jacintagal dice:

    mierda de reggaeton… ¬¬

  6. xplorador dice:

    Reconozcámoslo, todos querríamos tener a mano una P 35 para resolver querellas de vez en cuando.

    Me gustan los tacos, son muy…expresivos cuando se usan con moderación. Los usas bien. Consigues que me den ganas de comprarme un bazuca para acabar con mis vecinos.

  7. danixu dice:

    m parece algo demasiado realístico como para plantearme si se está realizando…Si amenazo con un arma a mis vecinos descubriré q son una familia gitana falsa que arma jaleo porq están contratados por otros vecinos q no nos qieren alli?(no tngo casero…)
    jaja
    bueno lo q si está claro que la crisis saca ideas d dond no las hay, y si el cobrador del frac ha aumentado clientela, no debería extrañarnos actores q molestan para cobrar deudas, o incluso actores q atracan para cobrar seguros…

  8. Anónimo dice:

    Este relato muestra lo que pueden acer algunas personas en cuanto tienen mas poder que otras (en este caso el poder
    es la pistola). O eso me parecio a mi

  9. LaPutaCuerva dice:

    pues sí, porque si no tuviera el arma, de qué.

    jaja de todas formas me he reído un rato eh. qué pasa, tienes unos vecinos de ese palo o q? 😛

  10. ameliemelon dice:

    aparte de la critica al mundillo que se genera alrededor del reggaeton y de las cosas que somos capaces de hacer los seres humanos, me ha parecido que el final era demasiado… rotundo y cerrado.
    no se, me ha llegado muy de repente. tampoco se que otro final hubiera estado mejor, jejejeje

    amelie…

  11. Lascivo dice:

    agradezco los elogios de todos y especialmente la crítica de Amelie. No he querido dejar un mensaje claro, no digo si lo que hace Paco está bien o mal. No lo digo en el relato, claro. Lógicamente, está mal. Y no, no tengo vecinos, jeje.

  12. trioalas dice:

    Me gusta!!
    Me gusta mucho, mi preferida;

    Pd: He buscado Lascivo en el diccionario.. jajaj

  13. vms8 dice:

    Te felicito por el título del realto.

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