GEARS: CAPÍTULO 12, FINAL DE LA SAGA
- publicado el 01/07/2010
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Edelweiss
Allí, donde cada lugar es acariciado por un tenue manto helado, donde la nieve cubre las cumbres de las altas montañas y el frío recorre los valles y congela los lagos; allí, en un lugar perdido entre el paisaje de la enigmática Suiza, es donde cuentan que aquella historia ocurrió. Una historia que aun a pesar de haberse sucedido hace tantísimo tiempo, su significado ha hecho que no se olvide y que con cada nueva nevada su espíritu vuelva a resurgir.
Cuentan que él, joven y apuesto, se hallaba enamorado de una mujer, decían, de una belleza casi comparable a la pureza de la blanquísima nieve que cubría al pueblo cada invierno, de tez pálida, ojos grisáceos, cabellos blancos y rasgos finos y suaves, convirtiéndola en una albina extremadamente hermosa. Edelweiss, se llamaba.
Se encontraba Edelweiss recogiendo agua de la fuente cuando él se acercó y, tímidamente la cogió de las manos. Llevaba días escogiendo las palabras adecuadas para confesarle lo que sentía, pero ahora, bajo la hechizante mirada de esos ojos como la niebla, casi pareció olvidar por completo aquel discurso que se había aprendido de memoria y titubeando alcanzó a decir, de la manera más sencilla y sincera:
-No podría demorar por más tiempo, amada mía, el momento de confesarte todo aquello que por ti siento. Sufro cada noche y cada día de dolor por dentro, al reconstruir tu bello rostro no sólo cuando sueño, sino también a cada instante que cierro los ojos, pues, es este sentimiento tan grande e imparable que una tempestad que amenazase con arrasar el pueblo, no podría ni con toda su furia, llevarse un solo ápice de mi afecto. Ni siquiera toda la nieve de estas montañas que nos rodean sería capaz un solo momento, de apagar el fuego que hace latir cada uno de mis órganos al veros. Vengo a deciros, gentil Edelweiss, que os amo con todo mi ser.
Sorprendida pero halagada, entrecerró coquetamente los párpados, dejando solo entrever una pequeña parte de sus iris plomizos a través de sus largas pestañas. Recorrió su rostro mirándole silenciosamente dejando la otra de sus manos entre las de él. Sonrió tiernamente, y con un gesto en un tono totalmente diferente, habló con ironía:
-¡Oh, Amado mío! ¡Abrumada me hallo ante tanta galantería! Pero no me malinterpretes, puesto que recibo tus palabras con el dulce mensaje con el que las proclamas. No obstante, ¿No te parece que toda declaración debe estar acompañada de hazañas?
Abrió los ojos aturdido, y con firmeza volvió a apresarla entre sus manos, mientras dijo convencido:
-Hermosa Edelweiss, aquí, donde me veis, os pregunto ¿Qué es lo que queréis? Porque os aseguro que conseguiré todo aquello de lo que carezcáis si así consigo demostraros lo que profeso y conseguir aunque sea, una mínima parte de vuestro desvelo.
Sus finos labios sonrieron dejando ver una dentadura perlina y una melodiosa carcajada rompió la seriedad que los comprometía en ese momento. Después, alegó risueña:
-¡Enamorado mío! Os tomo la palabra y os digo, que si no es verdad que por mi amor lo que fuera haríais, este es el momento de que huyáis, porque el reto que os vengo a proponer no está al alcance de miedosos y cobardes.
La miró sin mediar palabra, dando a entender que quería escuchar atentamente su propuesta, excluyendo cualquier desliz en su rostro que pudiera romper el compromiso al que se entregaba. Ante la seguridad de él, ella prosiguió:
-Cuenta la leyenda, que una noche, una de las estrellas de las que relucen en el cielo le lloró a la luna y le declaró que sentía envidia de todo aquello que vivía en la tierra y que deseaba abandonar el firmamento para convertirse en una flor. La luna sintiéndose despechada decidió vengarse enviándola al primer pico más alejado de la tierra que en ese momento divisó, eligiendo el Dufourspitze, la enorme montaña que custodia nuestro pueblo. Allí, la estrella, bañada por la nieve se transformó en una hermosísima flor de pétalos blancos, que siempre estaría sola en lo alto de la montaña. Es la llamada flor de las nieves.
Hizo una pausa y rompiendo el tono solemne con el que había narrado la historia, recuperó el matiz socarrón al decir:
-Si es verdad que por mi murieras, allá a buscar esa flor fueras… Y ya te aviso, que si no la consiguieras, tampoco mi amor obtuvieras.
El rostro del joven palideció un momento. Después volvió a recobrar color cuando sus mejillas se encendieron mientras oprimía los puños y apretaba los dientes. Sus ojos casi llamearon cuando juró:
-¡Por tu amor Edelweiss, yo te traeré esa flor!
Y se marchó con un firme caminar.
Dicen que pasaron muchos días y que el joven nunca regresó. También dicen que aunque ella reía todas las mañanas cuando la luz le descubría el rostro, por las noches, cuando nadie la veía, sollozaba y rogaba que él volviera junto a ella.
Acabó perdiendo el juicio, sin salir de casa y llorando amargamente todas las noches mientras contemplaba el Dufourspitze.
Su pena culminó una de aquellas frías y largas noches, en la que según cuentan las descendencias de los vecinos de aquel lugar, a las tinieblas salió, totalmente desnuda a buscarle, gritando su nombre hasta desgarrarse la voz.
Desde entonces en su honor, la flor de las nieves es llamada ahora Edelweiss y es símbolo del amor verdadero y eterno, como el de los dos jóvenes que murieron arropados por la nieve.
Ilogikah . Sep 2009
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Oooooohhhhh!!!! No tengo palabras! 😀
Precioso, te lleva a la escena misma.