Mi pequeño Gerbillo
- publicado el 23/03/2014
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La palabra con la que hablo.
Sientes en tu boca la navaja de la noche, esperas a que la música empiece a follarse a tus oídos, dejas la consciencia aparcada en un charco de vómito asqueroso, cierras los ojos esquivando el fogonazo de energía que te derriba en cada estruendo.
Relucen los metales en el claroscuro que te absorbe, se mecen en el océano de ojos que arden ante ellos.
Miras a tu alrededor, sabes que hay alguien cerca de ti pensando lo mismo que tú, tal vez un cruce de miradas, de nuevo estruendo, adrenalina invade tus venas y estalla en el cerebro, restalla el látigo del humo en tus retinas. Cierras los ojos.
Sabe a sangre entre tus dientes, por un momento mueres en la oscuridad.
Renaces, escuchas a la vida que late tras de ti, una sóla voz, infinidad de bocas se entrelazan como espejos, reduces tu propia esencia a una ínfima parte del todo, y resurges envuelta en llamas, te alzas en la batalla que se libra en tu cabeza, vuelves a ser la cima.
Dejas que la cerveza acaricie tus cuerdas vocales, el ritmo encadena las palabras, desencadena la rabia y gritas.
En la marea de puños alzados reconoces la meta de todos aquellos que siguen de pie a tu lado, vuelcas aire en los pulmones y piensas en el sueño de todos aquellos que cayeron por tu causa.
Se avecina el final del espectáculo, pero casualidad se aparece entre la lógica aplastante del pobre desgraciado.
Se alarga el último acorde…
–¿Tienes fuego?
Todo empieza de nuevo.
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