Mi boli
- publicado el 15/10/2010
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El Valle de Todas las Cosas
Érase una vez en no sé dónde, que nació y creció un niño llamado Alguien. Creció fuerte y alto como un roble y se enamoró de la princesa Fulanita de Tal. La corte y la caza le aburrían, así que Alguien decidió acudir al rey antes de casarse con Fulanita.
Con sus mejores galas entró en la sala del trono del Rey Mengano de Cual.
-Deseo vivir aventuras, ver el amanecer sobre el mar y el canto de los halcones sobre los árboles.
-En realidad lo que quieres es hacer algo, joven Alguien.-El rey se volvió y llamó al Mayordomo Real-. Que ensillen a Rápido y que carguen en sus alforjas comida para un largo viaje.
Alguien emprendió su marcha al amanecer, tras despedirse de una atribulada Fulanita, con el sol en su espalda y el camino bajo los pies de su caballo.
Cabalgó entre la fragancia de los pinos y bajo la sombra de los cuervos, nadó en ríos de cristalinas aguas y tomó el sol sobre la hierba. Rió en las posadas, bailó con hermosas doncellas y habló hasta el amanecer de sus sueños con otros. Sin embargo, aún parecía faltar algo.
Entonces, encontró un viejo pergamino.
Con todo detalle y tinta roja estaban trazadas las mil y una sendas que llevaban al Valle de Todas las Cosas. Aquellas palabras calaron en Alguien. Si no visitaba aquel valle no habría logrado hacer nada y ni mucho menos algo.
Montó en su caballo presa de la excitación y la alegría. Rápido corrió y corrió, sus pezuñas apenas rozando el suelo, mientras la barba y las canas llegaban a Alguien a la vez que el otoño y luego las nieves.
El camino era largo, pero cada día Alguien devoraba leguas y leguas a lomos de Rápido. Los árboles, las estrellas y las palabras se esfumaban a su paso y se convertían en susurros borrosos.
Alguien los ignoraba con la vista al frente. Solo pensaba en su valle.
Entonces, tras una tarde de agotadora marcha, Rápido se partió la pata delantera y Alguien cayó rodando por una ladera. Fue a dar con algunos de sus huesos rotos a un lago de aguas verdosas. Intentó nadar hacia la superficie, pero el agua del Lago de las Banalidades era tan viscosa como la miel.
Luchó cuanto pudo pero al final no pudo más y, mientras imaginaba el Valle de Todas las Cosas, se rindió y se dejó hundir.
Sin embargo, cuando llegó al fondo, vio que sobre una roca un anciano de luengas barbas parecía meditar con la cabeza apoyada en unas manos callosas.
-¿Qué haces por aquí niño? Entra, no te vayas a enfriar. Estas aguas pueden ser traicioneras.
Alguien aceptó rápidamente que podía respirar y que un mago pudiese vivir en el fondo de un lago. ¿Acaso había un sitio mejor para un mago?
Alguien le contó sus aventuras y, Tiempo, que así se llamaba el mago, le escuchó con paciencia.
-¿Cómo puedo salir de este enredo, anciano mago? Las aguas de este lago son harto traicioneras, viscosas y oscuras. ¡Tengo que llegar al Valle de Todas las Cosas!
Tiempo tardó varios días en responder pero Alguien aguardó con paciencia, tal como había visto hacer al mago.
-Para salir del agua, mira hacia delante y bracea con todas tus fuerzas.-Se quedó pensando y cuando Alguien iba a preguntarle, la rasposa voz del anciano se despertó de nuevo.
-Para llegar al Valle, lleva este bastón.-Le acercó una vieja vara de roble-. No cabalgarás, tendrás que caminar de espaldas con la vista fija en el camino que ya hubieres recorrido.
Alguien se despidió de Tiempo y nadó con todas sus fuerzas hacia arriba, sin olvidar su valle. Se secó al sol y reanudó la marcha caminando de espaldas, tal como le había dicho el mago.
Las canas conquistaron su cabellera y su barba, al tiempo que la nieve cubría todo con su manto, sus arrugas surcaron su rostro y sus manos a la vez que las hojas amarilleaban y volaban en círculos. Sus dientes cayeron cuando el sol abrasaba los campos y los niños se bañaban desnudos en las charcas.
Se quedó dormido en un campo de margaritas y amapolas. Recordó el olor del bosque en verano, el canto de los jilgueros al borde del camino, el color rojizo del mar ardiendo al amanecer, la risa de una muchacha junto al calor de una hoguera.
En sueños recordó y por fin comprendió las sabias palabras del mago. Murió con una sonrisa en su rostro. Había llegado al Valle de Todas las Cosas.
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me puso los vellos de punta