la colina
- publicado el 13/02/2015
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La última noche del asesino parte 1
1
Estaba sentado en el charco formado por la sangre de mi más reciente victima cuando recibí una llamada en el celular. Era Roy (lo más cercano que tengo a un jefe). Me tenía aun nuevo “cliente”. Dije que sí, que cuando tenía que hacerlo y colgué. Realmente no planeaba hacer otro trabajo. Ya había tenido suficiente.
Alicia Winters, mi última víctima –una hermosa joven neoyorquina de unos 21 años, eso creo– me miraba con unos hermosos ojos castaños con esa fijeza y languidez que yo ya había visto muchas veces. Su cabello negro ahora era rojo, rojo sangre.
“¿Quién es usted?”, había preguntado ella, que en ese momento estaba caminando por su apartamento con una copa de vino en su mano, cuando abrí la puerta de su apartamento de una patada. Era un buen apartamento. Estilo art decó, o alfo así, en un edificio de lujo. Rica e independiente. Una bella heredera de millones. No era su culpa, pero que se le iba a hacer.
“Eso es precisamente lo que te mató, preciosa”, pensé mientras estiraba la mano hacia el rostro muerto de Alicia. La puse sobre sus ojos y se los cerré. “No fue tu belleza o tu juventud. Fue el dinero. Siempre el dinero. Lo heredaste, lo invertiste… y lo multiplicaste. En ese momento te apuntaste el arma; porque, querida, el éxito (al igual que el dinero) voltea las miradas hacia ti. Y tú querida volteaste la mirada equivocada.
2
Alguna vez me habían dicho que éste no era un trabajo en el que trabajo en el que puedas mantenerte por mucho tiempo ¿sabes? Te quiebras. Como una ramita seca ¡crac! Se vuelvan locos. Te lo digo para que sepas en que te metes, muchacho.
En ese entonces lo había considerado un discurso sin importancia, simple palabrería para asustar a los novatos. Indudablemente yo era un novato cuando Roy me dijo eso, pero también era joven e impulsivo. “Sí, sí, como digas Roy”, le conteste. “Como tu digas.
Pero cuando cinco años después, en 1991, una noche lluviosa en la misma ciudad en la que tendría a matar a una hermosa joven llamada Alicia, Roy me contactó. Y ahí fue cuando lo entendí todo.
–Tengo un trabajo para ti, muchacho –cinco años después y todavía me llamas muchacho ¿eh, Roy? – uno fácil, pero con mucho dinero de por medio –sonaba muy entusiasmado. Demasiado entusiasmado quizá–. Tenemos un cliente muy generoso.
–Muy bien, dame la dirección Roy… y cálmate un poco.
Roy se calmó y me dio la dirección. No era muy lejos. Menos de un cuarto de hora después me encontraba frente a un lujoso hotel en Park Avenue. Muy apropiado para una multimillonaria gerente de varias empresas. Incluso los botones vestían trajes de buen corte. Ciertamente muy exclusivo.
Con el viento alborotandome el cabello y un torrente de personas a mi espalda, que se dirigia a casa después de un arduo día de trabajo, camine ocn desición hacia el hotel.
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