Abrió los ojos y la oscuridad que ya había sentido, se hizo aún más profunda. Nada parecía en su sitio, y todo simulaba estar fuera de lugar.

Respiró agitadamente, preguntándose por qué no podía distinguir tan siquiera una mísera gota de luz…

Intentó levantarse, separarse de aquélla superficie gélida con la que su cuerpo tomaba contacto, desprendiendo poco a poco y cada vez más la mínima cordura que aún en su mente quería creer que existía…

Fue entonces cuando lo recordó. O al menos fue cuando recordó parte…

Había un pasillo.

Un largo pasillo, lleno de puertas con números impares, a un lado y a otro. Su cuerpo corría, se esforzaba por huir. Pero… No recordaba el por qué. Era la misma sensación que se experimenta en un sueño, cuando se intenta caminar, pero fallan las piernas, y misteriosamente, no se puede avanzar.

Exactamente lo mismo que gritar, sentir cómo duele la garganta, pero comprobar que de entre los labios no surge sonido alguno…

Tambaleándose, intentó buscar algo que le ayudase a discernir dónde estaba, por qué seguía allí, y por qué sus ojos no lograban ver nada. Tropezó una, dos, tres veces, y finalmente volvió a aquél frío suelo que tan mala espina le daba.

Aquél contacto le erizaba la piel, como si todas las maldades del mundo se encontrasen en él… Rabia, miedo, dolor, pánico, impotencia… Podía comprobar cómo tales sensaciones se mezclaban en su pecho, y le dificultaban la respiración, ahogándole, aplastándole, como si aquello fuese lo último que iba a experimentar en vida.

Cerró los ojos.

Realmente no importaba si los tenía abiertos o no, pero pensó que aquél pequeño acto le serviría para pensar, reflexionar o simplemente tranquilizarle.

Retazos de sus recuerdos volvieron a su cerebro, y le susurraron gran parte de lo que había olvidado: el final del pasillo… Sí… Su cuerpo corriendo… Y una puerta…

Eso es…

La puerta número 454…

La única par entre aquél laberinto de números impares…

Sintió miedo.

Aquél número no le inspiraba confianza.

Sin embargo, el tiempo apremiaba, y fuese lo que fuese lo que venía detrás, estaba a punto de alcanzarle.  Además, lo cierto era que ya había sobrepasado sus dos últimas oportunidades, la 455, y la 545, hacía ya algunos minutos, y ni siquiera había considerado que tras la pequeña curva que tomaba el pasillo, después de ambas puertas, éste acabaría…

Desde luego, eso sólo pasaba en las películas. O en los sueños…

Notando los nervios a flor de piel, dejó que su brazo izquierdo fuera el que girase el pomo de la puerta, preguntándose si aquél sería su fin, o si tras aquélla barrera, encontraría un modo de escapar…

Para su sorpresa, la puerta se abrió.

Y fue entonces cuando aquello que le seguía el rastro, le alcanzó.

Su cuerpo cayó.

Y volvió a caer.

Y cuando por fin tocó tierra, la oscuridad le envolvió, junto con el frío… El gélido suelo que le había recibido con brazos abiertos, era el mismo del que ahora pugnaba por escabullirse, y del que antes había intentado escapar…

Abrió los ojos, y se encontró de pie en un largo, estrecho, y curvilíneo pasillo, lleno de puertas impares, a uno y otro lado.

Tenía que correr, huir de algo, algo malo que le seguía desde atrás.

Su respiración agitada, era lo único que rompía el silencio de aquél lugar. Pronto le alcanzarían, debía de esforzarse más.

Pasó por la puerta 455, y la 545, las dejó atrás.

El pasillo acababa ahí delante, y sólo una puerta había en tal final: era la 454, la única par en todo el lugar.

Su mano izquierda, torció el pomo, y fue entonces cuando lo que le perseguía, le alcanzó.

Cayó entonces.

Y volvió a caer.

Una, dos, tres veces, sin parar…

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