Recuerdos de familia (prólogo)
- publicado el 29/08/2009
-
Kilómetro 666.0 1 de 3
El motor del Audi A4 es tan diésel como el que más, pero aún así experimenta la fatiga del paso de los años cuando el pie de la chica presiona el pedal del acelerador, hasta dejar el motor a más de tres mil revoluciones por minuto. Y lo cierto es que ella tiene prisa. Cuando salió de Madrid ya eran más de las nueve y media, ha pasado del día con David, y el camino hasta Segovia es un poco coñazo. Y ella sin cenar. Por suerte, a esas horas ya no hay demasiado tráfico en la autovía y puede ir tranquilamente a ciento cincuenta. Su padre se echaría las manos a la cabeza pero a ella no deja de resultarle divertido.
Reduce y frena con cierta brusquedad, el hip-hop resuena en los altavoces y el coche abandona la autovía para encarar el último tramo de carretera hasta llegar a su guarida. Le espera un tramo de veintitrés kilómetros de curvas y cuestas, que la chica llama con cierta sorna la carretera “Gran Turismo”.
Le pisa. Pero tiene que soltar un poco el acelerador porque se encuentra con una niebla baja proveniente de la montaña que parece chocar con los faros. Rebusca en la puerta: encuentra la funda de sus gafas entre CDs, una tortuga de peluche y una barra de carmín usada. Se las pone justo antes de girar a la derecha. Con gafas ya es otra cosa. Deja atrás trece kilómetros, pero el coche carraspea en una subida prolongada y se queda exhausto en la cuneta.
-No me lo estoy creyendo… -Pero sí, el coche no arranca por mucho que gire el contacto. -¡Su puta madreeeee! –Su primer reflejo es llamar a papá.
Pero no hay cobertura.
-¡Me cago en Diooos! Golpea con sus manos el volante y el claxon suena brevemente como si el coche tuviera hipo. Levanta su mirada del volante y se encuentra por casualidad con el cuentakilómetros. El parcial marca 666.0 km en números rojos. Apaga el contacto y tira de la manivela que abre el capó.
Deja las luces del coche encendidas, para que atraviesen la niebla que le llega hasta los muslos, y con el móvil alumbra el motor, que despide calor y emite chasquidos. Revisa que no haya líquido saliendo de los manguitos, que el coche no chorree por debajo, que haya agua en el radiador, lo típico. Es una chica curiosa y tiene algunas nociones de mecánica de nivel usuario.
Cierra el capó y ve que a unos metros hay una casa de dos plantas, con luz en una de las ventanas.
La chica se mete en el coche e intenta arrancarlo de nuevo.
-¡Hola! ¿Hola?
Una señora rechoncha se acerca a ella, enfundada en pantuflas y una bata rosa con paso tambaleante, como si tuviese problemas óseos.
Segunda parte
- Luna de esmalte - 28/10/2013
- La fosa de Mällstrom - 09/10/2013
- Translocación - 14/07/2013
¡Qué fuerte que lo dejes en ese punto! Me imagino a una señora grotesca, exagerada en todos sus detalles, la barriga rebosante, escapándose de la sucia blusa y siendo a duras penas aguantada por el pantalón mugriento; llena de pelos rizados y dispersos. Con cara rechoncha, le faltan algunos dientes, y del pelo le cuelgan varios rulos rosas, dejando ver grandes calvas, como los gatos cuando cogen la tiña. ¡Ah! Y gafas de culo de vaso. Además, cada pocos vasos para para eructar, saliendo en cada explosión pequeñas burbujas que parten al cielo y lametazos de un líquido verdoso que mancha la bata semiabierta.
Hale, yo sólo doy ideas, ¿eh? Aunque si es un zombie, será más exagerada aún.
Un placer leerte, Xploreitor, como siempre.
cada pocos pasos*
jajajja Espero no decepcionarte.
Sin duda te resultará espeluznante saber, que esa señora existe: Yo estaba en la salida de un centro comercial con una amiga, y la señora vino a pedirnos tabaco, ofreciéndonos incluso comprarnos un cigarro. Preguntó después de forma insistente por un estanco y eso que le dijimos que no sabíamos dónde había uno. Mi amiga le enseñó un paquete espachurrado y la otra se fue. Subió unas escaleras con paso tambaleante, sin pedirle a nadie más tabaco, y eso que estábamos rodeados de gente. Mira, no sé por qué exactamente, pero esa mujer daba mal rollo. Tenía algo raro en la mirada, sus preguntas eran algo extrañas, sus ropas no de vagabundo pero casi.
Parecía estar loca.
A mí eso me da mas miedo que las pústulas o la carne putrefacta. Los zombis son previsibles, las personas no.:D
Que gran frase para la posteridad: «Los zombies son previsibles, las personas no»
totalmente de acuerdo