cuatro microrrelatos sobre la crisis
- publicado el 29/08/2011
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El espejo
Uno a uno, los niños fueron pasando a la sala. La puerta era bastante pequeña y estaba muy deteriorada. Daba la impresión de que se iba a desmoronar en cuanto la menearan más de la cuenta. La vieja madera crujía, daba aspecto de que se estuviera pelando y apenas quedaban pequeñas y dispersas manchas de una pintura amarillenta que en otra época probablemente hubiera brillado con esplendor. Las bisagras chirriaban como si fueran a asesinarlas, y el borde inferior de la puerta rozaba levemente el suelo.
La sala, sin embargo, contradecía la anchura angosta que poseía la puerta. Era bastante espaciosa, y apenas había un par de sillas en el medio de ella. Las sillas parecían bastante modernas, con un diseño bastante abstracto. Sus patas se retorcían en extrañas espirales, pero los respaldos eran de una gruesa tela con fibras negras y rojizas. Tenían pinta de no ser incómodas. Aunque, de tan solitarias que estaban ante la inmensidad de la sala, no invitaban a tomar asiento. Sin embargo, la más pequeña de los niños, siempre más despreocupada, se acercó a ellas y se aupó, no sin esfuerzo, para lograr colocarse en la silla de la derecha.
La menuda niña, nada más alzar la vista al frente, se estremeció y emitió un sonido de sorpresa.
-¡Mirad! -exclamó señalando hacia adelante.
Frente a ella, un enorme espejo cubría gran parte de la pared. Estaba impecablemente limpio y lo abrigaba un fino marco con un estilo acorde al de las sillas. Extrañamente, no habían notado la existencia del espejo hasta que la niña lo advirtió.
Los otros tres niños miraron directamente a donde señalaba la pequeña y levantaron al unísono su mirada, cubriendo el espejo de abajo arriba en un instante que pareció eterno. Atónitos, enmudecidos, bajaron poco a poco la vista, hasta llegar a la altura de sus propios ojos. El espejo devolvía una extraña e hipnotizante luz. Pero los niños se percataron de que no era lo único que devolvía, y de que ése no era ni mucho menos un espejo corriente.
—Apartad —ordenó el mayor de los niños mientras se abría paso hasta pegarse casi por completo al espejo. Era un chico de unos diez años, de estatura media y pelo revuelto, pero no muy largo, más bien pajoso. Tenía unas gafas de pasta que se le resbalaban y que conseguían que constantemente se las subiera apretando con el dedo índice el apoyo de la nariz, desmoronando la fachada de tipo duro que se empeñaba siempre en dar. Tenía un jersey ancho de lana que le quedaba algo grande, haciendo que el cuello pareciera más fino y que las mangas le taparan la mitad de las manos, por lo que siempre se arremangaba, pese a que el jersey contestaba volviendo a su posición original.
Alzó su mano y tocó el espejo, y en cuanto lo hizo, éste empezó a emitir un tenue brillo justo en la zona donde los dedos del chico habían contactado. Los otros dos niños, detrás de él, se abrazaron presas de los nervios, y la pequeña niñita miraba todo desde su silla, sin apenas inmutarse, embobada por el espectáculo que estaba ofreciendo el espejo. En él, el reflejo del chico estaba cambiando. El niño, asustado, quitó su mano del cristal, pero su reflejo siguió cambiando más y más, hasta convertirse en la imagen de una masa deforme que se derrumbaba por su propio peso.
Ya en el suelo, la masa empezó a cobrar forma. Al principio empezó a hincharse hasta ser un globo, brillante y grande, que explotó con una insonoridad estruendosa, haciendo saltar del susto a los niños. Menos a la pequeña, que seguía impasible sentada con los ojos bien abiertos. Del globo salió una densa nube de humo, que se pegaba a la frontera del otro lado del espejo, y parecía estar dispersándose. Cuando la nube desapareció, dejó ver la figura de un ser extraño. Recordaba vagamente al chico, aunque era radicalmente distinto. Era más bajo y ancho y parecía estar desnudo, aunque no se podría hablar de desnudez estrictamente, pues no mostraba nada parecido a unos genitales, casi como un inocente dibujo animado. Tenía unos rasgos exagerados, como si fuera una caricatura de lo que quería reflejar. Y su piel era de un azul muy oscuro. Un pequeño detalle distinguía a este raro ser: tenía unas gafas idénticas a las del chico, que estaban siendo sujetadas por una nariz gargantuesca, desproporcionada, casi cómica. La boca también era grande y ancha, y mostraba un interior desdentado y rosáceo, del que caían densas babas oscuras.
El niño, asustado, brincó hacia atrás, sin quitar la vista del espejo y de su fallido clon, quien imitaba a la perfección todos los movimientos. Los otros dos chicos miraban intermitentemente a su amigo y al reflejo que él daba. El chico, cuya palidez había recorrido toda la escala de grises, se llevó lentamente, y aún atónito, la mano a la cara y se subió las gafas, siendo en todo momento imitado por su reflejo. Con pavor, finalmente se giró y salió de la sala gritando. Los otros dos quisieron seguirle, pero les frenó la voz de la niña:
—Esperad —dijo con un tono calmado, pero sumamente imperativo, impropio de su edad. Los chicos se congelaron ante la rigidez del mandato—. Volved, quiero que os miréis en el espejo.
Los chicos ya no sabían si la que hablaba era su amiga, o una jugada de su imaginación. Pávidos, giraron lentamente sobre sí mismos hasta mirarse, buscando la complicidad del otro, y completaron el giro en dirección a las sillas donde la niña estaba. Ella seguía sentada, y su mirada se mantenía fija al frente. Los chicos no tuvieron más remedio que avanzar hasta el espejo, aunque cada fibra de su ser les decía que corrieran en dirección contraria.
Finalmente, se pusieron contra el espejo. Lo que vieron no les causó especial miedo, mas sí una extraña curiosidad. Ambos tenían extraños reflejos, al igual que su evadido amigo. El de uno de ellos era un ser casi angelical, bello, de múltiples colores. Era alto y espigado, más que el propio niño, y tenía una cara amigable, más bien bonachona. El otro reflejo, sin embargo, mostraba un ser menudo y rebosante, oscuro y casi siniestro, con una mirada blanquecina, congelante. Ambos tenían algo en común: unos pequeños seres peludos, no más grandes que una pelota de tenis, revoloteaban alrededor de sus cabezas, y lanzaban pequeñas flechitas con unos brazos largos y finos. Los reflejados no parecían inmutarse o molestarse por la presencia y ataques de estos seres. Al igual que el reflejo del chico mayor, imitaban a sus contrapartes a la perfección, e igualmente tenían rasgos que recordaban a sus originales, aunque exagerados, como en el caso anterior.
Los niños parecían más fascinados que asustados, aunque el del reflejo más oscuro tenía una expresión en su rostro de incomprensión. No parecía muy contento con su reflejo.
—¡Ahora tú! —le dijo con atrevimiento el del reflejo colorido a la niña, aunque en su voz se notaba aún un cierto temblor que denotaba restos del miedo que habían pasado, y que aún pasaban.
Ésta, por fin, dio muestras de ánimo. Bajó de la silla con calma, sosegadamente, girándose y bajando como quien desciende de una montaña que le ha costado escalar. Paso a paso, se colocó delante de los dos chicos, y les mostró lo que llevaba contemplando desde que se sentó en la silla: su reflejo.
Los chicos perdieron el habla. Les pareció más perturbador y sorprendente aún que el reflejo del niño mayor. El reflejo de la niña era exactamente igual a ella, sin ninguna diferencia o deformidad. Lo extraño no era su reflejo, y los dos chicos se dieron cuenta enseguida, por eso estaban asustados.
En el espejo se mostraba, detrás del reflejo de la niña, el de otro ser. Uno terriblemente maligno. Mucho más oscuro que el reflejo que mostrara uno de los niños. Un ser muy alto, como un adulto, pero estaba casi indefinido, difuminado, como una mancha. Se movía inquieto tras la niña, y se acercaba y alejaba de ella con lentitud y calma, pero nunca la adelantaba. En lo que parecía su rostro, un leve gesto difuso se daba a entender como una macabra y siniestra sonrisa. Los dos chicos, asustados, contemplaban el ir y venir del siniestro ser, hasta que finalmente se quedó parado justo detrás de la chica, la cual permanecía inmutable, con la mirada fija en el infinito. Lentamente, el Oscuro, cuya silueta seguía manteniéndose dispersa, fue inclinándose hasta que su cabeza estuvo a la altura de la de la niña, momento en el que se vio su rostro con una nitidez extrema. La imagen que allí se mostraba atemorizó a los niños, y uno de ellos, quizás el del reflejo benigno, quizás el otro, no pudo contener sus orines, los cuales dejaron una marca inconfundible en sus pantalones. Estaban abrazados, y aterrados, pero no podían parar de mirar el horrible rostro del Oscuro. Era una cara pálida, pero cubierta de sombras, y tenía la sonrisa de quien disfruta provocando el mal. Sus ojos eran lo que más asustaba a los niños. El iris era negro como la profundidad del Universo, pero no tenían un alrededor blanco, como una persona normal. En lugar de ello, estaban rodeados por un azul intensísimo, que casi brillaba. O quizás realmente brillaba. Poco importaba.
Lo que sí importaba es que no paraba de mirar a la niña, no a la real, sino a la del espejo, por encima de su hombro, casi apoyando su cabeza en él. Y la miraba con una expresión maléfica y posesiva. Los dos chicos temían por su amiga, y uno de ellos, tembloroso, intentó tocar a la niña real, para avisarla, o despertarla, ni él lo sabía. En el momento que acercó su mano al hombro de la niña, aquella sombra, el Oscuro, se agitó rápidamente y gritó. Vaya si gritó. Entonces miró fijamente al niño y abrió la boca hasta el punto de desencajar su mandíbula. El sonido de sus gritos era tremendamente agudo, un chirrido, y el niño lloraba nervioso.
—¡Vámonos de aquí! —chilló el otro, agarrándolo de la manga.
—No… No puedo —sollozó el primero. Realmente estaba paralizado, quizás de terror, quizás porque el Oscuro no quería que se fuese.
—¡Yo me voy! —replicó su amigo, empezando a llorar también—. Mamá… ¡Mamá!
Y empezó a correr como alma que lleva el Diablo. Al oscuro no le importó. Ya tenía a dos niños.
Cómo me gustaría acabar esta historia de forma poética, diciendo que nunca más se supo de este niño y de su pequeña amiga, pero lo cierto es que no es así. Pudimos salir de allí, pero a quién no vimos más fue a los otros dos chicos, el mayor y mi amigo. A día de hoy no sé muy bien qué pasó después de que el Oscuro se pusiese a chillar. Creo que perdimos el conocimiento. Lo que sé es que, cuando despertamos, ante nosotros había un espejo que daba un reflejo normal y corriente. O eso creí, pues no perdimos mucho más tiempo allí. Ah, y mi amiga, que ya no estaba tan tranquila… Bueno, digamos que nunca fue la misma. Pasaron los años. Creció y se convirtió en una chica nerviosa y asustadiza. Creo, sinceramente, que el oscuro siempre estuvo con ella. Al igual que mi reflejo siempre estuvo conmigo… Aún lo puedo sentir, dentro de mí…
¿Quién creéis que soy, el del reflejo benigno o el maligno? Je, je… Entrad, entrad en la sala, sólo tenéis que cruzar esa extraña puerta.
Pero no digáis que no os he avisado… Je, je, je, je, je…
Yizeh. 1 de mayo de 2011.
Me gustaría, para variar, empezar una iniciativa, y es el animar a todos los usuarios de Sopa de Relatos a que comenten y expliquen sus propios relatos. Sin más dilación, voy a dar mi visión de éste mismo. Muchos no tendréis la misma visión que yo de él, y lo respeto, pero intentaré explicar aquí lo que he querido expresar.
Como veis, es un relato de terror. También lo he catalogado como cuento, ya que creo que tiene todas las características de uno, como tener un argumento no demasiado elaborado, ni ser de una extensión desmesurada o insuficiente. Pero vayamos por partes.
Empiezo el relato sin una introducción demasiado elaborada. Es más, da la impresión de que le falta. Esto lo he hecho aposta, lo que intento es introducir al lector en la atmósfera del relato desde el principio (aunque el tono del propio relato va cambiando según se avanza). Por otra parte, tampoco soy especialmente descriptivo con los niños. En un principio ni siquiera digo cuántos son, y en ningún momento digo sus nombres. Esto es muy típico de mí, sobretodo en relatos no demasiado extensos, ya que pienso que algunos detalles, como los nombres, sólo hacen más pesada la lectura, sin ser demasiado importantes estos mismos detalles. Es decir, que en pocas líneas puede haber un exceso de información, por eso desecho toda la que me resulta irrelevante. En definitiva, tenemos tres protagonistas: un niño de unos diez años, dos niños menores que el anterior y que parecen ser muy amigos entre sí, de lo que se deduce que tendrán la misma edad. Fijáos en que no describo a estos dos, y al mayor sí. Esto es debido a la misma causa que para los nombres, ahorrar información. Sin embargo, necesitaba describir al menos a uno, para no haber confusiones. Y a los dos chicos los considero prácticamente un sólo personaje, salvo al final (lo cual es importante, el que sean dos, para lo que he querido mostrar en el desenlace). La niña tampoco es una fuente de descripciones, pues directamente no lo veía necesario. Sólo comento que es la más pequeña, o eso parece, y por tanto, la más inocente. Sin embargo, esto se vuelve en nuestra contra, ya que es la que más extraño comportamiento muestra. He querido convertir la inocencia en una fuente de miedo. Algo parecido pasaba con la niña de la película Poltergeist, ahora que lo pienso, aunque no ha sido una influencia para hacer este relato, ni mucho menos.
Sobre los elementos del relato, pasa tres cuartos de lo mismo. No he querido dar complicación con extraños paisajes llenos de detalles. Es más, he usado lo insólito, que es una sala tan grande y casi vacía, para dar atmósfera. Lo de las sillas, el que sean tan modernas, es porque simplemente me gustaban así, tampoco quería caer en los tópicos del terror en los que todo es viejo y tétrico. De hecho, he querido crear contradicciones, por ejemplo, entre la modernez de la sala y la vejez de la puerta. O lo basto de la primera y lo angosto de la segunda.
El espejo, he de confesar, si me parece un recurso fácil en un ambiente de terror. Los espejos pueden ser muy terroríficos si se usan adecuadamente en una historia así. SIn embargo, estoy satisfecho del uso que le he dado aquí. No he querido mostrar profundas divagaciones con este elemento. Simplemente es la piedra angular del relato, y el centro de la temática de terror en él. Sobretodo he querido crear misterio e interrogantes que de por sí no se responden en el relato. ¿Qué hacen unos niños en un sitio así? ¿Cómo han llegado? ¿Quién habitaba esta sala antes? ¿Por qué tiene ese aspecto? ¿Por qué pasan estas cosas con el espejo? ¿Quiénes son estos seres? ¿Qué significan estos reflejos (este es el quiz más importante del relato)? ¿Por qué salen unos pequeños seres en el reflejo de los niños, atacándolos, y quiénes son? ¿Por qué el reflejo de la niña es normal? Pero, ¿por qué sale en él el Oscuro? ¿Quién es? En realidad, todo puede ser explicado desde un punto de vista simbólico, pero yo no lo voy a hacer. Lo que he buscado con este relato es que quede relativamente incompleto, para que cada lector lo complete en su cabeza. Creo que lo hace más entretenido.
Bueno, espero que loo hayáis disfrutado. Me gustaría contar más a través de vuestros comentarios, así que son más que bienvenidos. ¡Nos leemos!
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Sin duda, genial Lascivo. Me gusta mucho eso de no crear nada demasiado comprometedor o sobrecargado, es cierto que cansa mucho si se trata de relatos breves. Cuando leí la frase de que uno de los dos chicos se había orinado encima, temí que el que no importara quién había sido, sí era importante, y de hecho, más adelante lo es.
En cuanto a la niña, creo que por ser la más pequeña, es la única que no tiene su «reflejo» viciado, o al menos, eso quiero pensar, lo que la hace también más fácil de seducir, de atrapar, o como quieras llamarlo, al Oscuro, ya que después comentas que no volvió a ser la misma.
En cuanto al que finaliza el relato en primera persona, creo que es el que tenía el reflejo grisáceo, bajo y ancho. No me preguntes por qué.
Me ha gustado bastante, la verdad. Buen trabajo.
Puede ser una crítica a la «personalidad» de la gente. Es decir, que nadie es por dentro como se muestra por fuera. Aunque creo que la mente de Lascivo va mas allá de este tópico, esta «teoría» podría explicar por qué la niña no tiene su propio reflejo.
Lo que yo creo es que la niña les llevó ahí adrede. Sabía perfectamente que había un extraño espejo en lo que aprece ser una casa abandonada. Ella había estado antes y, aunque no pudo examinar muy bien el espejo por miedo, no supuso que el espejo fuera algo «malo». Es decir, ella pensaba que era un espejo normal y corriente al no ver su reflejo alterado.
Así pués convenció a sus amigos para volver, seguramente con la excusa de adentrarse en una casa abandonada. Pero su afán explorador quedó destrozado al descubrir que ese espejo se tornó en una pesadilla viviente.
Me ha gustado el relato. A ver si logro sacar un poco de tiempo e imaginación a la escritura, que hace mucho que no escribo nada 🙁
Vaya, poco a poco van surgiendo teorías. Me gusta el enfoque que le dais. Por ejemplo, yo no hablo en ningún momento de casas abandonadas, como Pequadt. Ni concluyo quién es el narrador, como hace Acubo. Es muy interesante 😀
voy a empezar por las criticas (que no dejan de ser meras opiniones sobre lo que me ha gustado menos). diria que si parece que te has servido mucho del topico del «miedo» y del «terror»; espejos, niños, inocencia, contradicciones y chirridos y chillidos… pero tengo que reconocer que considero que pocas cosas dan mas miedo que uno mismo.
respecto al por que del espejo y sus reflejos, yo estoy de acuerdo con acubo en que parecen reflejos de la personalidad de cada uno, y que la mas pequeña, simplemente aun no esta formada. sin embargo, añadiria que el caso de los niños bondado/maligno, parecen mas bien un unico personaje (de hecho, tu hablas de ellos en tu explicacion como uno solo) pero con una doble personalidad. ahi es donde aparecen esos pequeños querubines que luchan entre ellos; para hacer «vencer» a una de las personalidades.
asi, diria que el «oscuro» se alimenta mas bien de las almas (almas, personalidades, eter…) de las personas, con lo cual, no es que uno de los niños duales desapareciera, si no que desaparecio una de las personalidades. segun mi criterio, sera la personalidad bondadosa, que junto con la inocente de la niña, seria una buena alimentacion para el susodicho ser oscuro. eso explicaria por que la niña dejaria de ser como era; simplemente no puede ser ella porque no tiene ese «alma» a desarrollar, y presenta tantos miedos; no tiene donde aferrarse.
como he dicho, no hay nada peor que uno mismo y darse cuenta de ciertas cosas propias.
como halago, como siempre una redaccion genial y entretenida; me gustan los datos dados a medias (aunque te recrees con como es la puerta, jajaja!), porque crea una atmosfera de inmediatez: con la primera palabra ya estas en el relato, caminando con los niños.
un saludin!!
Qué crítica tan extensa! Y, sin embargo, es la que más me ha gustado hasta el momento (con perdón de los demás). En realidad, tus explicaciones cuadran muy fielmente con lo que quiere decir el relato, ¿no es cierto? 😉
Lo único que no me ha convencido es tu explicación de los «querubines», pero no es mala idea.
Sobre mis descripciones… Tienes razón, a veces me explayo mucho y otras cojo carrerilla y lo dejo a medias. Pese a que tenía en mente un esquema general del relato, al empezar a escribir, lo hice con mucha energía y me centré en la puerta (excesivamente) para dar ambiente a viejo y raído. Luego pasé a lo moderno, para crear contraste, y me salté más descripciones. Principalmente, describo más a unos personajes que a otros, lo que hace que el relato pierda balance. Me fijaré más en esto en el futuro, aunque estoy, modestia aparte, bastante satisfecho. ¡Gracias a todos los que lo leyeron y dobles gracias a los que comentaron! ¡Nos leemos!
Aprovecho para notificar que he cambiado mi nick en Sopa de Relatos (así como en el resto de sopas).
Por lo tanto, paso de llamarme Lascivo (pseudónimo que me ha acompañado en los casi 3 años que tiene Sopa de Relatos, y en otros blog anteriores) a usar mi verdadero nombre: Yizeh. Pero, pese a todo, no dejaré de ser un Lascivo incorregible.
Hago este cambio por tres sencillas razones:
· Cada vez siento más apego por mis relatos, por lo que quiero firmarlos con mi nombre real.
· Esta web es hoy un proyecto muy serio, por lo que, siendo co-creador y administrador, creo que usar mi nombre real es mostrar el respeto que se merece.
· Además, creo que es una forma más personal para comunicarme con vosotros. El objetivo de Sopa de Relatos ha sido siempre crear comunidad, así que, en este sentido, me abro un poco más a los demás.
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