Dos leyendas
- publicado el 16/03/2019
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LA AVENTURA DE KARIME
En uno de los rincones más ocultos del Palacio, se encontraba aquella habitación, un lugar que se confundiría fácilmente con una biblioteca. Pues los enormes estantes apilonados en hileras daban esa sensación. En lugar de libros en las repisas, eran juguetes los que resguardaban las tablas. No eran juguetes comunes. Estos tenían vida propia.
Feliz, emocionada y contenta jugaba con ellos, una linda niña que en apariencia tendría unos ocho años. Llevaba un vestido suelto de color blanco de tirantes, de largo le llegaba debajo de sus rodillas, dejaba notar sus pies descalzos, que si bien estaban descubiertos, se encontraban completamente limpios. Su piel era blanca y clara. Tenía un cabello muy largo, de color castaño oscuro, le llegaba casi a la cadera, lo llevaba suelto sin ningún peinado o trenza que lo hiciera ver extravagante, era rizado. Sus ojos cafés oscuros, casi pasaban por negros. Aquella niña se llamaba Karime.
Aviones volaban a su alrededor, haciendo piruetas y maniobras peligrosas en las que casi chocaban entre sí. Los carros de control remoto jugaban carreras por entre los pies de la niña y entre sus osos de peluche, los cuales se asustaban al ver que casi se estrellaban con ellos. Escapando siempre a colisionar entre sí.
La puerta de la habitación sonó fuertemente, al ser abierta de forma abrupta por los guardias reales. Eran los nueve caballeros que protegían a la familia real. No estaban ahí más que para entregar malas noticias. Todos entraron deprisa siempre en orden y siguiendo una fila.
—Le traemos informe su majestad.
Habló el que iba al frente haciendo reverencia mientras que sus ocho compañeros restantes se arrodillaron ante la pequeña. La niña dejó de acariciar uno de sus peluches para prestarles la atención que merecían.
—Tenemos reportes diciéndonos que la actividad volcánica de Meirud ha comenzado. Según las ordenes de la princesa, hemos hechos la evacuación de los aldeanos en toda la ciudad de Maiton.
Si bien la apariencia de aquella niña era la de alguien de ocho años de edad, su personalidad y mentalidad iban mucho más allá que simple apariencia física.
—En marcha. Tenemos que impedir que la lava destruya la ciudad. Nada le puede ocurrir a este mundo. No hasta que él venga.
Se abrió paso entre los guardias dirigiéndose a la sala de trono en donde la esperaban tres pequeñas hadas de colores diferentes. En un vestido color amarillo, alas y cabello del mismo color. Quien por nombre tenía Kailina. Una de vestido rosa claro, su cabello y alas eran igual, ella se llamaba Kristeli. La última de las tres llevaba un vestido celeste pastel, cuyo color recordaba más al azul que suele tener a veces los témpanos de hielo. Su cabello del mismo color hacía juego con su blanca piel, su nombre era Mínól.
Al ver a la princesa, las tres hadas le siguieron de cerca. Todo cuanto estaba sucediendo eran predicciones que la pequeña había hecho. Al salir al exterior del palacio, se encontró con un pequeño jardín el cual contaba con unas jardineras. Un camino de piedras blancas cortadas en cuadros, marcaba su trayecto hacia una reja. La cual llevaba a la calle que iba a dar a un poblado. La mayoría de las casas estaban hechas de madera y eran muy grandes. A unos cuantos pasos de la niña estaba una capsula. Era toda de cristal, estaba posada sobre una pequeña base metálica de color plateado, en el extremos superior tenía unos extraños cables plateados que desaparecían en el aire.
—Mínól ya conoces el plan. Por favor has los honores. Indicó al hada celeste pastel.
—Por su puesto Princesa Karime. En un segundo estará todo listo.
No terminó de decir esto, cuando un haz de luz celeste cruzó el cielo hacía el sur del palacio. Aquella atmosfera cuyo color oscilaba entre blanco y azul.
Ni un pestañeo habría sido más rápido que aquella intrépida hada. Dos segundos después la capsula comenzó a brillar, indicando con ello que estaba lista para usarse. La princesa y las dos hadas entraron en el aparato. El cual las llevó a cientos de kilómetros lejos del palacio. Justo al sur, el lugar a donde Mínól había volado antes. En ninguna dirección a la que voltearan a ver estaba el palacio. Más todo era cadena de montañas y arboles por todos lados. Perder el lugar al que se dirigían no era fácil. Si bien el humo de la fumarola del volcán no ayudaba, solo podría perderse si era ciega. Los nueve guardias comenzaron a salir uno a uno de la capsula.
—Rápido y no se queden atrás. Ya saben que deben hacer. Debemos actuar rápido.
Les indicó a todos. Mínól se sentó sobre el hombro izquierdo de Karime. Lo cual ayudó a la pequeña niña a ir tan rápido como el hada celeste pastel. Dejando atrás a los guardias y Esquivando árboles y arbustos con una gran facilidad. Cuando por fin llegó a la cima se detuvo. El cráter del volcán se encontraba frente a sus ojos. Estaba ahí porque deseaba ver de qué lado saldría la lava e ir deteniéndola todo el camino. Pronto una estruendosa explosión vino acompañada de un fuerte temblor, Karime casi cae al suelo pero logró detenerse equilibrándose con sus brazos. Frente a ella la lava era expulsada a más de cincuenta metros de altura, como si un geiser lanzara agua.
La Princesa respiró profundamente sabiendo que se avecinaba un momento muy tenso que requería de toda su concentración. Estiró su brazo izquierdo y en ese momento vendas blancas lo cubrieron desde su mano hacia el antebrazo, hasta antes de su codo. Preparada saltó hacia el tronco de uno de los árboles que se encontraba cerca. Su cuerpo se sujetó como si sus manos y pies se hubieran pegado a la corteza. Esto le ayudaría a que si por alguna razón la lava la alcanzaba, no la tocaría directamente. Así fue avanzando todo el camino volcán abajo, saltando de árbol en árbol, aferrándose a sus cortezas. Mínól voló hacia donde estaban los guardias para indicarles el lugar por donde la princesa llegaría.
De la venda que llevaba en su antebrazo izquierdo, cortaba pedazos que luego dejaba caer al suelo. Los cuales al entrar en contacto con la superficie, creaban enormes zanjas. Cuando la lava llegaba a estas hendiduras, detenía un poco su avance. Era lo que la pequeña deseaba, comprar tiempo, ya que la mejor parte de su plan lo necesitaba.
Tras terminarse la venda en su brazo, se dedicó a saltar solo entre los árboles para avanzar más rápido a la parte baja. A los lejos miró dos luces que llegaban hasta el cielo una amarilla y la otra era rosa. Eran Kristeli y Kailina que señalaban el lugar donde se encontraban. Con su ayuda para dirigirla a donde estaban todos, finalmente llegó. En aquel lugar se encontraban siete guardias, los cuales habían cavado una gran fosa profunda que rodeaba todo la circunferencia del volcán. Era lo último que tenían para hacer tiempo.
—Esperemos a que esos dos lleguen a tiempo.
Musitó la pequeña. La lava estaba por llenar la zanja. El poblado que estaba cerca sería arrasado de no lograr parar aquel líquido ardiente.
—Todo está marchando según su majestad ha previsto.
La alabó uno de los guardias dándole ánimos. La lava desbordó sin más, obligando retroceder a todos. Karime casi entra en pánico al ver que sus planes se le habían salido de control. Retomando calma comenzó a retroceder, esperando a que algo sucediera. Las cabañas de techo de paja y paredes de adobe estaban por ser destruidas. La pequeña cerró sus ojos y detuvo sus pies. No daría un paso más atrás. Ella no se salvaría si no salvaba aquella aldea.
Una fresca brisa cubrió su rostro. Bajo sus pies sintió que algo frío y líquido corría desde la zanja. Al abrir nuevamente sus ojos pudo percatarse de que la lava estaba siendo extinguida por una fuerte corriente de agua que pasaba en el aire. Al voltear a ver, se encontró con los dos guardias que restaban.
—Perdone Princesa. Hemos tenido un poco de retraso.
Indicó uno de los dos. Ambos estaban montados sobre lo que parecía ser un enorme molusco. Tentáculos sobresalían de su coraza aplanada llena de picos. Era como un pulpo atrapado dentro de una almeja gigante. La cual aventaba agua a la lava. Gruesos lazos se aferraban a la coraza y sujetaban algunos de los tentáculos. De esa forma lo domaban. La luz de las dos hadas había servido también para guiarlos a ellos.
— ¡Nos hemos salvado! Ha faltado muy poco. Suspiró Karime mirando el cielo.
—Todo ha sido gracias a su consejo.
—Sí. Si usted no hubiera previsto lo que iba a suceder. Y no hubiera hecho el plan acorde a ello. Ahora mismo el poblado estaría en llamas.
La princesa no era el tipo de persona que se dejara adular mucho por sus logros. Aunque siempre se sentía bien de ayudar en todo lo que podía. Sus ojos aún seguían fijos en el cielo. Llena de sorpresa y admirada miró a todos y expresó.
—La aventura apenas empieza. Todos a sus puestos. ÉL ESTÁ AQUÍ.
Ordenó la Princesa al sentir una presencia en el cielo. Pues por fin llegaba al mundo que había creado ese a quien esperaban. El cielo se había llenado de enormes nubes, que más que simples formaciones de gas, tenían más una apariencia de estar hechas algodón puro. Pronto el algodón comenzó a romperse como si una enorme roca hubiera caído sobre él.
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