Súbito Nacer
- publicado el 21/01/2014
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La voz de la vida
Aquella flor me miraba, me miraba sin ojos y sin expresión, me miraba con fragilidad, pidiéndome una explicación. A mí, me miraba sin verme. Me pedía libertad.
A dos pasos, un viejo sauce llorón, meciéndose con el podrido viento que un día fue para él canción. No me miraba, bajo la cortina de esmeraldas apagadas escondía su cara. Y lloraba, sí, creo que lloraba.
A sus pies el río ahogaba las hojas de la esperanza y diluía las lágrimas de aquél desdichado llorón, mezclándolo todo, creando un cóctel de dolor. Bebida que condenaba y envenenaba, que mataba lentamente la vida que apenas ya brotaba.
Y me miraba, la flor me miraba.
Gritaba, gritaba, ¿quién gritaba? Desviando la mirada de una barca de metal que al agua castigaba alcé la vista cegada. Y entonces la vi, sí, la vi. Vi una voz que aullaba por cada rincón que me rodeaba. Portavoz de la naturaleza que bramaba y sollozaba, me pedía ayuda y a la vez me reprochaba. A mí, que no era parte de la cura, sino de la enfermedad. Parte de un virus que no había dejado de destrozar todo lo que a su paso había querido conquistar.
Me destrozaba el aire que respiraba, cargado de humanidad, nulo de bondad, lleno de maldad, con resquicios de felicidad que algún día la risa del planeta dejó escapar.
Me quemaba el suelo que pisaba, artificial, sombrío, tosco, ocultando la belleza de una hermosa mujer bajo un hiriente manto negro, bajo una túnica alquitranada. La Tierra se quejaba.
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Triste, pero hermoso
Gracias por tu comentario Dani. He de decirte que me gusta tu forma de escribir, tienes muy buenos textos.
Muchas gracias por leerlos Irene.