CONOZCO BIEN TUS SÁBANAS

Tus sábanas,

las conozco bien.

O, mejor, creo conocerlas.

No he sudado en ellas.

No hemos sudado, no,

y eso no nos lo perdonaremos.

Pero las conozco.

Sábanas de verano,

fresco tejido lleno de colorido y formas geométricas,

bello lienzo sobre el que pintaste hermosas instantáneas.

Tórrida época en que todo parecía fácil,

todo era disposición.

Verano, sábanas, calor…..

¡deseo!

No hemos sudado en ellas,

pero las conozco bien.

A ti, en cambio, creí conocerte.

Me equivoqué.

Y llegó el invierno,

con sus heladas,

y tus sábanas desaparecieron

bajo las mantas y los edredones

de la indiferencia y la pasividad.

Y, con ellas,

desapareciste tú.

Desapareció todo….

Todo.

Ya no hay deseo, predisposición al menos,

no existe el calor.

El invierno, con sus gélidas noches,

y su fría escarcha

se encargó de helarlo todo.

¿El invierno? No sé.

Dudo.

¿Nosotros? Más bien.

Tus sábanas guardan el recuerdo

de tu cuerpo desnudo,

de tu curvilínea silueta,

de tu blanca piel

alumbrada por  la tenue luz de una pequeña lámpara

estratégicamente situada.

Yo también guardo ese recuerdo.

Sí, sabes que lo guardo,

aunque no sé bien para qué…..

Ni por qué.

Pero sí. Definitivamente, sí.

Conozco bien tus sábanas.

Sólo las de verano, ésas,

y tu cuerpo sobre ellas.

También conozco bien tu hermoso cuerpo.

Nos faltó sudar en ellas.

No sudé. No sudaste.

No sudamos juntos.

Y acabó el calor del verano,

y llegó el frío.

Y jamás nos lo perdonaremos.

Luisfer
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