Sobre la musa oscura de morfeo
- publicado el 27/10/2009
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El refufio
La noche estaba cayendo, el frío viento arreciaba y el ambiente era cada vez más húmedo. Todo indicaba que una fuerte tormenta estaba a punto de sorprenderles a tan solo una jornada para llegar a su destino. Manuel y sus tres amigos siempre pasaban sus vacaciones juntos, vagando por veredas y senderos en busca de increíbles paisajes y aventuras. Para ellos un aguacero no era nada nuevo, estaban muy acostumbrados, pero no por ello le restarían importancia, necesitaban un sitio donde cobijarse, y debía ser un sitio resistente pues la tiendas de campaña no aguantarían tal ventisca.
Caminando a duras penas por el fuerte viento y el peso de las mochilas, divisaron una vieja casa de adobe en el fondo de la cañada y se apresuraron a llegar.
La vivienda parecía una antigua casona, compuesta por varios edificios, uno de dos plantas donde hubiesen vivido los señores, uno mucho más recatado para el servicio y varios establos. Tanto los establos como la casa del servicio estaban completamente derruidos, pero el edificio principal, parecía haber aguantado firme el paso de los años.
Los cuatro compañeros llegaron extasiados a la casa cuando ya había empezado a diluviar, y se desprendieron de las mochilas en el vestíbulo. Encendieron las linternas y se dispusieron a inspeccionar la casa en busca de una chimenea donde poder encender un fuego que les secase la ropa empapada.
Del vestíbulo salían cuatro habitaciones, una cocina, un comedor, un salón, y un baño, además de unas escaleras a la planta superior. Dejaron todas las mochilas en la cocina, y se dirigieron al salón donde pudieron encender la chimenea. Era una suerte haber podido encontrar un sitio tan sumamente acogedor en medio de la nada, calientes, cómodos y al resguardo del diluvio que con fuerza golpeaba las paredes de la casa.
Después de las típicas bromas nocturnas intentando atemorizar al aprensivo Luís, comenzaron a planificar la siguiente jornada. Aún tenían algo más de treinta kilómetros por delante antes de llegar a su siguiente destino y este último tramo, el más difícil de todos, con el retraso por las inclemencias del tiempo y a una velocidad poco aconsejada para lo arriesgado del sendero pedregoso de ladera, les supondría un importante reto. En mitad de la conversación, Manuel decide ir a la cocina a coger el mapa de su mochila para consultar una vez más la ruta. Se levanta y mientras Rodrigo azuza el fuego, sale de la habitación con su linterna en la mano.
Han pasado más de diez minutos y Manuel no ha regresado, algo chocante, pues la cocina estaba justo enfrente del salón. Luís vocea el nombre de su amigo, sin obtener ninguna respuesta y empieza a preocuparse. Mira a sus compañeros que están en silencio atentos de cualquier sonido. Martín coge su linterna y enfoca a la puerta, mira a sus amigos y estos se ponen en pié. Se dirigen a la cocina y allí, en el suelo, encuentran la mochila abierta de Manuel, el mapa y su linterna apuntando hacia una de las esquinas. Rodrigo pone su mano en el hombro de Luís para tranquilizarlo, le cuesta sostener la linterna por el temblor que comienza a apoderarse de sus manos, traga saliva y el sonido de unos pasos sobre sus cabezas rompe el silencio tenso haciendo caer al suelo su linterna. Son unos pasos lentos, haciendo crujir el techo, que se alejan desvaneciéndose hacia el otro extremo de la casa.
Salen de la cocina a toda prisa tropezando con las mochilas, llegan hasta la escalera y apiñados, comienzan a subirlas lentamente y llamando a Manuel, esta vez en voz baja, temerosos de lo que puedan encontrarse. Martín y Rodrigo poco a poco van contagiándose del pánico de Luís, y la idea de que Manuel les pueda estar gastando una broma comienza a dejar de tranquilizarlos.
A mitad de la escalera, un grito, es la voz inconfundible de Manuel, y no viene de dentro del edificio. Los tres amigos corren escaleras abajo, hacia el exterior, deteniéndose justo delante de la casa. Bajo la lluvia y empapandose, gritan de nuevo el nombre de su compañero, sin obtener respuesta. Están asustados, tensos, y sin saber qué hacer. Los tres alumbran con sus linternas a su alrededor, Rodrigo se encarama al borde de un pozo que hay en el centro del patio, alumbra con su linterna, pero en el fondo solo ve piedras desprendidas y agua. Al girarse se queda paralizado, la silueta de una persona en una de las ventanas de la planta superior parece vigilarlos inmóvil.
Costándole articular palabra avisa a sus compañeros.
– Mirad, allí, en la última ventana, hay alguien, es Manuel.
Rodrigo corre de nuevo hacia la casa seguido de Luís y Martín, suben las escaleras y se dirigen hacia la habitación donde se encuentra la ventana en la que habían visto la silueta, pero cuando llegan no hay nadie, la habitación está completamente vacía. De nuevo el silencio tan solo roto por el movimiento de las contraventanas haciendo chirriar las bisagras a causa del viento.
– Esperad. Exclama Martín sacando el teléfono móvil del bolsillo. Marca el número de Manuel y un tono de llamada se escucha en la distancia. Salen de la habitación y lentamente cruzan el pasillo hasta una de las habitaciones del fondo. El sonido parece venir de dentro, pero la puerta está cerrada. Rodrigo coge el pomo, le gira y la empuja abriéndola lentamente hasta que un fuerte golpe la vuelve a cerrar haciéndolo caer de espaldas al suelo.
El terror ya se ha apoderado de los tres compañeros, no son capaces ni tan siquiera de pronunciar una sola palabra sin tartamudear.
Martín aparta a sus compañeros y con fuerza, de una patada, abre la puerta, partiendo parte del marco. No pueden creérselo, las piernas les tiemblan, se agarran de los brazos para no caer desplomados al suelo. Es una visión dantesca, la habitación, suelo, paredes y techo están salpicadas de lo que parece sangre, y el móvil de Manuel vibra y suena en un charco junto a la ventana. Luís tiene un espasmo y apoyándose en la pared apenas es capaz de mantener el equilibrio.
El cerco de la ventana chorrea borbotones de sangre. Completamente pálidos y entumecidos se acercan y miran por la ventana temiendo encontrar lo que sus mentes no son capaces de procesar. Bajo la ventana, más sangre y un rastro que se aleja pintando todo el suelo de rojo. Al fondo, la entrada de una cueva excavada en la roca, y dos manos ensangrentadas asomando en la oscuridad.
Están completamente inmóviles, las lágrimas saltan de sus ojos, las piernas les tiemblan y sus manos buscan apoyo en el cerco teñido de rojo de la ventana. Sus sentidos están completamente bloqueados, están a punto del colapso cuando, una presencia, una fuerte respiración resopla a sus espaldas.
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