El enterrador

No era una persona funesta; sólo hacía su trabajo. Ya podía llover o lucir el sol, ya podía ser domingo o un día entre semana. Así era la vida del enterrador. Un entierro no es el evento más bonito en el que se pueda asistir, pero así era como se ganaba el pan.

Y así, cuando un vecino pasaba a mejor vida, después de que familiares, conocidos y amigos abandonasen el camposanto, respetando en silencio las despedidas postreras y los pésames repartidos, se preguntaba por qué la muerte provoca a los demás un revuelo de dolor y amargura si, a fin de cuentas, es un proceso natural de la vida.

Ursula M. A.
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