Una mañana de agosto
- publicado el 02/08/2010
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Media luna
Ya no servía de nada negar lo evidente. Un poco angustiada, recordó lo que conllevó a su imprevisto. A fin de cuentas, las acciones conducen a los hechos. Esos días de retraso, los frecuentes vómitos… Todo eso delataba que una parte de él albergaba en su seno.
No le parecía agradable su situación. No aceptaba que, a corto plazo, su vientre tomase la forma de media luna. Aún era pronto para saber su sexo, pero la criatura no fue buscada. El chico que engendró aquel nuevo ser, tras confesarle su embarazo, se alejó tan rápido como apareció en su vida. Las demostraciones de afecto del muchacho sólo eran mentiras tejidas entre sábanas.
Sin el causante de su media luna, se sentía sola en el mundo. Aparte del hecho de esperar un bebé, le destrozó que un hombre se burlase de sus sentimientos. Se juró a sí misma no confiar en ningún otro, pero lo peor no era eso, sino que no se sentía con fuerzas para seguir luchando.
Quiso echar a volar, con el propósito de poner fin a su sufrimiento. En la noche estrellada se divisaba una luna hermosa, a pesar de encontrarse en cuarto creciente. Sin embargo, la joven desdichada no se percató de ello. No quiso echar una ojeada desde el balcón. No le importaba que hubieran testigos; menos aún que llegase a caer sobre un transeúnte. Y entonces, un pensamiento detuvo su propósito. Abandonó la idea de suici-darse para no matar a su hijo. Ese fue el motivo que le permitió seguir viviendo.
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