El lenguaje de Coral

Coral no tenía ninguna enfermedad. Tampoco era problemática en el colegio ni en su entorno familiar. Lo que le ocurría es que no le gustaba mucho hablar; mejor dicho, se expresaba con sus gestos peculiares.
Iba a ser mi primer día como maestro en prácticas. Estaba algo nervioso, ya que interiormente me preguntaba cómo lo iba a llevar. Al entrar en la escuela vi a dos niñas en el patio de recreo. Una estaba sentada en un banco, mirando cómo la otra recreaba, con suma elegancia y talento, diversos pasos de ballet clásico. Como alumnas provisionales que iban a ser, me acerqué a saludarlas.
La niña que estaba sentada respondió a mi saludo. La otra, en cambio, dio tres giros sosteniéndose de puntillas y me saludó con una mano. Dirigí la mirada a la primera de las dos.
— ¿No habla? —quise saber.
—Sí que habla —me contestó—. Pero tiene la manía de expresarse bailando.
—Bueno. ¿Cómo os llamáis?
—Yo Anabel —continuó la misma chica—. Y ella, Coral.
— ¿Y sabes por qué se comporta así?
—Ella iba a clases de ballet. Le gustaba mucho. Quiso participar en una función, pero no fue elegida. Desde entonces ha dejado de ir.

Ursula M. A.
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