¿Y si Todos los Libros Fueran de Ciencia-Ficción?
- publicado el 22/12/2010
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Ellos también sienten
El estudiante y el decano entraron en una habitación donde a nadie, salvo al personal de la Universidad, se le estaba permitido entrar. Esta llena de estantes que contenían piezas de tecnología punta.
—Aquí se guarda bastante material que podría serte útil en tu proyecto. Si por casualidad necesitaras algo, no dudes en buscarme. Por cierto, ¿tienes ya algo en mente?
—Bueno… Estoy en ello.
En ese momento, el muchacho descubrió un robot del tamaño de un niño. Su recubrimiento era del mismo color de la tez clara de una persona. Tenía cabellos, no muy largos, y cejas de color rubio platino. Estaba vestido con una sencilla indumentaria blanca, similar a ropa de hospital, a pesar de tener los pies descalzos. Lo abandonaron en un estante que parecía ser su cama porque, a decir verdad, más que un androide parecía ser un niño que dormía boca arriba.
—Sinceramente me vendría bien eso… —sugirió.
El decano le miró seriamente. No era una mirada de enfado, pero se sentió un poco avergonzado por su atrevimiento.
—A no ser que sea propiedad del centro o de alguien —concluyó.
—No pertenece a nadie —aclaró el catedrático—. Es un proyecto inacabado del que pensamos deshacernos. Si quieres, puedes quedarte con eso. Es una obra maestra de la ingeniería, con rasgos bastantes similares a los humanos, pero nunca llegó a activarse. El estudiante que lo creó acabó por desistir.
De pronto, una conserje con voz de señora mayor nos interrumpió.
—Perdone, señor Fuentes, alguien que parece ser importante desea hablar con usted. Está en su despacho esperándole.
—Bien, ahora voy —contestó dirigiendo la mirada hacia ella por un instante—. Nos vemos en clase.
El decano salió del inmenso almacén. Sintiéndose libre, el joven se acercó al robot. La conserje carraspeó, pero tuvo tiempo de echarle un rápido vistazo. Estaba maravillado de su similitud a una persona real. Aquella creación le conmovió tanto, que no pudo resistir hacerle una caricia sobre la cabeza.
Acto seguido, el estudiante abandonó la habitación. Mientras la conserje cerraba con llave, aquel niño abrió sus ojos. Los abrió poco a poco, como si hubiera despertado de un largo sueño. Después de eso, se incorporó. Todo en él, parecía imitar perfectamente a un ser humano, de no ser por sus pupilas ajustándose de igual forma que la lente de una cámara fotográfica.
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