Cenicienta moderna

Llevaba su vestido nuevo y sus favoritos zapatos de tacón. Salió de aquel café con paso ligero. Lucía el sol en la calle, pero dentro de su corazón llovía a cántaros. Acababa de discutir seriamente con su novio, a quien ya no quería ver ni en sus recuerdos. No quería hacerlo, pero la poca confianza recibida le obligó a cortar por lo sano. Así que hizo de tripas corazón.

Sentía rabia. Sólo quería llegar a casa y tomar un baño o ver la televisión, pero debía continuar su jornada en la oficina. Aunque no se quejaba de su trabajo, no se sentía bien anímicamente. Eso hizo que, para ella, las horas restantes fueran más largas de lo habitual.

Cayó la tarde. Los medios de transporte se llenaron de gente cansada que ansiaba volver a su hogar. De camino hacia su auto, tropezó con un varón trajeado que iba algo apresurado. Ya en el suelo, se percató de que faltaba uno de sus zapatos. Buscó a su alrededor, pero no era tarea fácil entre los transeúntes. Nadie se dispuso a ayudarla, hasta que un hombre intervino.

—Perdone, señorita, por haber chocado con usted. En realidad no tengo prisa, pero me pongo nervioso sin motivo.

Le colocó el zapato y la ayudó a levantarse. Ella, por su parte, empezó a sentirse atraída por su apariencia. La amabilidad de ese desconocido la cautivó aún más. Sin embargo, temió que posiblemente tuviera pareja y no quiso correr riesgos.

—No pasa nada. Es normal que quieras volver a casa con tu mujer y tus hijos… si tienes.

— ¿Mujer? ¿Hijos? Eres buena bromista: no has acertado. ¿Así que te parezco viejo?

La chica no pudo evitar reírse. Después del entretiempo se sentía bastante mejor. Como disculpa, él sugirió que podría invitarla a cenar. Ella no vaciló en dar su aceptación. Así comenzó para ellos una historia de amor. Y, aunque no fueran Cenicienta y el príncipe azul, ¿qué más daba?

Ursula M. A.
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