Te encontraré una mañana

Ella se acostó con la cabeza a los pies de la cama. Casi inerte. Parecía un bulto enrollado en el acolchado, de esos que se arrojan al río desde un puente cuando nadie está mirando. Desnuda y con las piernas brevemente abiertas, pavoneaba su sexo, ratificando su hospitalidad. La humedad se esparcía por las sábanas y un aroma a sacrificio se iba postrando férreamente sobre las lámparas y la alfombra. Desde la cabecera la vi levantar la mirada y buscarme entre la cordillera de frazadas.

– ¿Estás?

– Acá, donde me dejaste.

– Pensé que dormías. Tenés pie plano ¿lo sabías? Zafabas de la colimba.

– Me lo habían dicho, sí.

-¿Un médico?

-Casi, estudiaba medicina, debe estar recibida ya, quería ser anestesista.

Estiré la mano en busca de un cigarrillo pero recordé que todo lo que había sobre la mesa de luz había sido víctima del segmento más violento de la encamada. Me llegué hasta la alfombra, junté el paquete y una botella plástica con agua que con gran tino había llegado a tapar durante la previa.

-¿Querés?

-Sí a los dos. ¿No están mis medias ahí abajo?

-¿Tenes frío?

-No, las extraño, bobo.

-¿A qué hora te tenes que ir?

-Todavía no. Voy a faltar a la primera clase, ¿te jode?

-Para nada. ¿Tenes hambre?

-Un poco, pero no me pienso levantar de esta cama.

Busqué en el cajón de la mesa de luz un paquete de galletitas y se lo mostré, Ella lo tomó entre los dedos de los pies y se lo llevó lentamente hacía hasta la altura del pecho, mostrándome una vez más su entrepierna irritada. Mi teléfono celular comenzó a sonar, había quedado enterrado entre las ropas esparcidas por el cuarto.

-¿No vas a levantarte a atender?

-Por el momento no me encuentro disponible.

-Te reclaman ¿Novia?

-Tal vez.

-Ustedes no tienen vergüenza.

-La verdad que no, pero no creo que sea una cuestión de género, no te veo muy avergonzada tampoco.

-No tengo por qué estarlo, yo no me escondo.

-Yo tampoco, esta es mi casa.

-Pero yo no soy tu mujer.

-Sos una mujer, con eso alcanza.

-Una mujer que te gustó.

-Lo suficiente como para invitarte a subir, sí.

-Pero hay otra, y si yo lo hubiese sabido quizás no hubiera aceptado.

-¿Te arrepentís?

-No del todo, subí porque tenía ganas, y porque lo pediste amablemente.

-Y porque querías saber si era cierto que tenía un tomo de las Mil y Una Noches autografiado por Borges. ¿A qué clase vas a faltar?

-Contemporánea. García Márquez, Aguinis, Riviera, todos pelmazos. ¿De donde sacaste el garabato de Borges?

-Lo copió mi primo de un prólogo de la editorial Alfaguara, intentó vendérselo a medio barrio pero como nadie le dio bola me lo regaló a mí, le gusta más la guita que los libros.

-Familia de embusteros ¿eh?

-Preferimos el término “garrapiñadores”, es más coloquial. Tirame una galletita.

-No lo entiendo, si vas a falsificar un autógrafo de Borges ¿No sería mejor hacerlo en un libro de Borges?

-Él creía que el autor de Las Mil y Una Noches era Borges. Ya te lo dije, es comerciante, si abre un libro es para fijarse si tiene anotado el precio adentro.

Ella se incorporó sobre la cama mirando el portarretratos de la cómoda.

-Te quedaba mejor el bigote, te daba más personalidad.

-¿Cuánta personalidad puede dar un bigote?

-¿En serio lo preguntás? Todo lo que te pongas en la cara da personalidad, te condiciona, condiciona a los demás, no es lo mismo acariciar una cabeza que una gorra, ni leerle los labios al de la mesa de al lado que verle bailar el bigote.

-¿Te pusiste a pensar alguna vez que los dos tipos más antagónicos en la Historia, Hitler y Chaplin, tenían exactamente el mismo bigote?

-Ahí lo tenés. Tipos con personalidad.

-O sea que el mundo entero se cagó de la risa primero y se horrorizó hasta la médula después gracias a dos bigotitos ridículos. ¿Qué hubiese sido de nosotros si esos dos se dejaban crecer la barba?

-La barba es de médico.

-Lo tuyo son los catálogos me parece.

La mañana se oscureció y el cielo comenzó a tronar a lo lejos, el viento sur entró por la ventana entreabierta arremolinando las cortinas. Ella estiró los brazos, como queriendo tocar el techo desde la cama.

-Me voy a hacer la chupina, no creo que aparezca por clases si se larga tormenta.

-¿La chupina? ¿Quién es la que se esconde ahora?

-Es una manera de decir, una nostalgia.

-¿Vivís con tus viejos?

-Por ahora.

-Te compadezco.

-No es tan malo, la casa es bastante grande y cada uno hace lo que quiere, es más una cohabitación que una convivencia.

-¿Les avisaste no volvías a dormir?

-Sí, tampoco son macetas.

-Claro.

-¿Cuál es la historia de tu “nena” del celular?

-Es una piba del gimnasio, empezamos a salir hace unos meses nada más, no tiene mucho vuelo todavía.

-¿Te gusta?

-Desde hace bastante.

-¿Y por qué demoraste tanto el trámite?

-Tenía novio, un pavote.

-¿Y lo dejó por vos? Qué compromiso.

-No, él la dejó a ella, y entonces entré yo.

-Entiendo. ¿No te molesta conformarte con lo que otro hombre descartó?

-Para nada, todos somos el descarte de alguien, hasta ser parido tiene algo de rechazo ¿Nunca te dejaron a vos?

-No.

-Te compadezco otra vez.

-¿Y a tu “nena” no le molesta que te encames con estudiantes de Letras en plena mañana?

-No lo sé, no debería, no somos exclusivos.

-Que huevada, ese argumento es patético ¿me vas a decir que a vos no te jodería que ella esté en este momento en la cama de un profesor de Farmacología?

-No es la que estudiaba medicina, es del gimnasio te dije.

-¿Acaso un profesor de Farmacología se encama exclusivamente con sus alumnas?

-Está bien. De todas formas no creo que me moleste y no tengo manera de enterarme.

-Pero entonces, lo toleras mientras no lo sepas, dentro de la esfera de lo hipotético. No te engañes, lo que aceptas grácilmente es la posibilidad de que ella se encame con un Farmacólogo, esa es una amenaza constante y con la que se vive a diario, pero de ahí a bancarte el hecho confirmado de que tu mujer se encama con otro hombre tres veces por semana hay una gran distancia.

-Lo que no entendés es que ella no es mi mujer, y por eso es que justamente no me molestaría. Si yo supiera que realmente se encama con tu Farmacólogo le daría el adiós y la buena suerte, y cada cual a su rancho, no habría daño que alegar.

-Entonces son exclusivos, por más que no lo digan. Y es muy probable que se terminen haciendo daño.

-¿Cómo es que sabe tanto sobre heridas una mujer que dice nunca haber sido dejada por nadie? 

-Conoce tanto de abandono el que se queda como el que se va.

-Suena a Goethe eso ¿Cuántos portazos pegaste en tu vida breve?

Un rayo iluminó el cielo, seguido del inevitable estruendo, Ella se acomodó nuevamente en su rincón cubriéndose con el acolchado, acariciando mi muslo con la planta de su pie. Miró al cielo oscurecido.

-Odio las tormentas.

-¿En serio? A mí me fascinan, son una muestra de fuerza descomunal, con cada trueno retumba el aire y parece que cientos de kilómetros a la redonda se comprimieran en un puño que golpea la tierra. Por un mínimo instante se puede sentir el inmenso lugar en el que uno está parado, como si se prendiera un fósforo húmedo en un galpón oscuro.   

-Y mientras tanto se inundan casas y se vuelan techos y la gente padece.

-Pero entonces lo que te jode es que a la gente se le vuelen los techos. Eso se arregla con casas de material de buena calidad y bien construidas, no metas a las tormentas que no tienen culpa en el asunto.

-Ponele. Me gusta tu tatuaje, pero no sé si lo entiendo.

-Es un león, que sale del cuerpo.

-Sí, eso es evidente, lo que no entiendo es, si llevas un león adentro del cuerpo ¿Por qué querés dejarlo salir?

-Él quiere salir, no le importa si yo lo dejo o no, por eso desgarra la piel.

-Ah, o sea que le quedaste chico.

-Si vos decís.

-No te enojes, sos sensible eh.

-No me enojo, pero no me la intentes devolver.

-¿Devolver qué?

-Como te diste cuenta de que dijiste una pavada con lo de los techos criticás mi tatuaje.

-Bueno, pero también te dije que me gustaba.

-Dejalo así.

Ella se paró sobre la cama y estirando el brazo logró abrir totalmente la ventana, llovía fuertemente y el agua comenzó a entrar en el cuarto, salpicando la ropa y el colchón.

-Vas a mojar todo.

-Es un rato, no corre el aire acá adentro, hay tufo. ¿De dónde es ese cuadro?

-El camino de Santiago, en Compostela. Lo traje hace tres años.

-Me encantaría ir a España.

-Yo viví un año en Barcelona. Desde ahí recorrí bastante.

-¿Te fuiste a estudiar?

-Sí, pero al mes mandé todo al carajo. Terminé laburando de mozo en el gótico.

-Te habrás pasado al cuarto a varias españolas.

-Tantas como pude, pero no hay como las estudiantes de Letras.

-¿Ah sí? ¿Tenes fundamentos que sostengan esa generalización?

-En realidad no, es una impresión.

-Esa impresión me pertenece.

-Ya no, ahora me la quedo yo entre ceja y ceja.

-Te gustó entonces ¿Querés de nuevo?

-Más vale.

-Bueno, en un rato, me acabo de terminar el paquete de galletitas.

-Encima de que te alimento…

-¿Me estas intentando cobrar ocho galletitas de agua?

-Algo tienen que valer.

-Bueno, esperá quince minutos y te muestro cuánto valen.

-Pongo el cronómetro.

-Dale ¿No tenés música?

-En la pieza no, hay que ir a prender el equipo al living.

-Ni loca me levanto, ya te lo dije.

-¿Queres que te cante?

-No, quiero vayas al living y prendas el equipo.

-Eso vale el equivalente a veinte galletitas de agua, por lo menos.

-¿Todo es comercio para vos?

-No, además está la familia, por eso mi primo me regaló el libro de Borges en lugar de vendérmelo.

-Mejor dejalo, una cosa es prostituirse por comida, el hambre mitiga el deshonor, pero por un poco de música ya es demasiado bajo para mí.

-Tengo algunos temas en el celular, si me lo alcanzas. No se cuanta batería le quedará.

Se arrastró por la alfombra sin bajar los pies de la cama. Desenredó mis pantalones y sacó el aparato del bolsillo.  Miraba la pantalla mientras volvía a envolverse en el acolchado.

-¿Quién es esta nena?

-Mi sobrina.

-Es divina ¿Cuántos tiene? ¿Tres?

-Dos y medio. Es Bravísima.

-¿Hija de tu hermana o hermano?

-Hermano.

-¿Tenes más?

-¿Hermanos o fotos de mi sobrina?

-Hermanos.

-No, somos dos.

-¿Mayor?

-Sí.

-¿De qué vive?

-¿Queres llamarlo y hablar directamente con él? Ya tenes mi celular.

-Sos mufa eh, tomá, pone música vos, no entiendo este bicho.

Me incorporé para buscar el teléfono y Ella saltó encima de mí abrazándome con las piernas. La lluvia nos salpicaba la cara y los brazos mientras nos encamábamos por segunda vez. Todo el acto, con previa incluida, no duró más de quince minutos. Cuando terminamos, ella se ató el pelo con una gomita que sacó de su muñeca y se secó con la sábana la transpiración que le corría por la frente.

-¿Te das por pagadas las ocho galletitas de agua?

-Me pareció una justa retribución. Para la próxima te preparo un pollo a la sal.

-¿Quién te dijo que va a haber una próxima?

-Podría haberla ¿no?

-A ver si nos entendemos, vos tenes novia, de mucho vuelo o poco vuelo, no me importa, yo no rompo parejas.

-Eh ¿de golpe te calzaste la sotana? Poco serio. La primera vez te la dejo pasar porque no sabías nada, pero a la segunda encamada bien que estabas al tanto de la situación y ni problema que te hiciste.

-Hoy ya estamos acá, en pelotas, en la cama y en un día de lluvia. Hoy pasa. ¿Pero volver a hacerlo a conciencia y con la “nena” a cuestas? No señor.

-No hay “nena” a cuestas señora. Vengo solo.

-¿Cómo solo? ¿Fue puro invento? ¿Por qué?

-Fue un reflejo, no quería que empieces a tener hijos imaginarios conmigo, capaz que eras de esos pájaros que anidan en la primera rama que ven.

-Qué bárbaro, o sea que los hombres cuando tienen pareja la niegan y cuando no la tienen la inventan, y después nos dicen histéricas a las mujeres. ¿Y a qué se debe ésta erupción de honestidad bruta?

-Ahora me dieron ganas de que haya una próxima. De conocerte. No sé.

-Es raro como todo cambia con el tiempo.

-¿Por qué lo decís?

-Pensá en la generación de nuestros abuelos. Se veían por primera vez, pasaban meses, años cortejándose, se compartían sus gustos, se hacían regalos, se carteaban, se presentaban ante las familias, formalizaban, se conocían de memoria, en todos los aspectos menos en la intimidad. Y después, mucho después, se iban a la cama, con suerte antes de casarse.

-Así era.

-Nosotros en cambio, nos vimos por primera vez hace unas ocho horas, al rato estábamos cogiendo, después se largó a llover y cogimos un poco más, y recién ahora nos empezamos a conocer y resulta que hay tela para cortar.

-¿Hay tela?

-Sí ¿Por qué no?

-Esa es la actitud ¿entonces me vas a acompañar a la granjita a comprar algo para comer? Ya paró de llover.

-Bueno. Pasame las botas ¿Queda lejos?

-A tiro de piedra.

-¿La vas a llamar en algún momento a tu “nena” para avisarle que lo de ustedes se acabó?

-Ya te lo dije, no hay ninguna “nena”, no tengo que avisarle nada a nadie.

-Seguro. ¿No cerras con llave?

 

William
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