Proyecto Final
- publicado el 04/01/2014
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La consulta
Juan se encontraba de pie en la consulta del psicólogo. Observaba incómodo todo cuanto había a su alrededor. La pared estaba repleta de diplomas que colgaban de la misma. En uno de los rincones se encontraba una planta que hacía mucho tiempo que no había sido regada y junto a ella un diván de cuero negro. Frente a él, un sillón también de cuero negro y una mesa de madera de caoba atestada de papeles y carpetas. El aire de la habitación era pesado y olía a viejo.
De pronto la puerta se abrió dejando pasar una ráfaga de aire que, más que refrescar la viciada atmósfera de la habitación, la calentó aún más.
– Muy buenas tardes -dijo el psicólogo mientras cerraba la puerta tras él y se sentaba en el sillón-. Por favor túmbese en ese diván.
– No entiendo por qué debo tumbarme. Preferiría permanecer de pie.
– ¿Sabe una cosa Juan? Según Nietzsche, al estar tumbado el cuerpo tiende a relajarse y eso ayuda a nuestra memoria a rememorar mejor los hechos pasados. Por favor discúlpeme que insista una vez más en que se tumbe.
– De acuerdo -accedió Juan de mala gana.
– Puede comenzar cuando quiera. Dígame que es lo que le preocupa.
– Bueno… verá -comenzó a hablar Juan-. En verdad no creo que me pueda ayudar mucho. No estoy loco ni nada de eso… ¿Sabe usted?
– Por favor Juan, cuénteme sus preocupaciones y ya veremos si puedo, o no, ayudarle. Ahora bien, hábleme de ese episodio de muerte clínica que sufrió no hace mucho tiempo. Según tengo entendido estuvo usted al menos quince minutos en ese estado. ¿No es así? ¿Cómo fue la experiencia?
Juan se removía incómodo en el diván mientras su frente se comenzó a perlar de gotas de sudor. Intentaba hablar pero las palabras no salían de su boca.
– Respire Juan, respire.
– Verá doctor, no puede usted imaginarse el calvario que tuve que sufrir durante ese tiempo. ¿Quince minutos? A mí me parecieron quince horas. Fue algo terrorífico.
– El infierno siempre ha sido así.
– ¿El infierno? ¿Cómo sabe que estuve allí?
– ¿Estuve? De hecho no has llegado a salir de allí todavía.
Al decir aquello las paredes comenzaron a arder y una gran cantidad de diminutos demonios alados se acercaron volando a Juan y comenzaron a morderle por todo el cuerpo. Juan comenzó a dar manotazos mientras intentaba en vano incorporarse del diván. El doctor se levantó despacio de su sillón. Sus ojos refulgían como el fuego. Dejó ver unos grandes colmillos y dos cuernos negros aparecieron en su cabeza. Y, sin parar de reírse un solo instante, desapareció en una explosión que inundó la habitación de un insoportable olor a azufre.
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