Dos leyendas
- publicado el 16/03/2019
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Mi madre
Había una vez, no, no, no, me gusta empezar así, voy a empezar directamente. Mi madre es una súper-heroína. Y siempre me cuenta sus aventuras. Desde muy pequeñito, a su lado, todo lo que contaba resultaba una aventura. De día, me las contaba antes de la siesta, de noche, antes de dormir. Una vez estuve con los ojos medio abiertos y cuando acabó de contarme el cuento de aquella noche, la vi, después de darme un beso y taparme hasta el cuello, se puso las mallas, la capa, el capuchón con antifaz que llevaba una pequeña peineta brillante. Salía por la ventana y ala, a salvar al mundo. Sus aventuras, no habría escribas para transcribirlas. Una de ellas es que salvó a una criatura antes de ser atropellada por un carro que se quedó suelto porque la mula salió corriendo asustada por el ruido de una moto que tenía el tubo de escape roto. Todo pasó en una calle que hacía bajada, ella intrépida silbó a la mula que paró en seco y cogió el carro en volandas antes que le pasara al niño por encima. No sé si lo fue, lo de súper-heroína, desde que nació pero ahora tiene ochenta y dos años. No sé si me explico bien, no sé donde quiero llegar. A ver, empecemos otra vez, había otra vez, bueno, la cuestión es la siguiente, cómo explicar que tu madre es una súper-heroína, pero no una súper-heroína de estas de Marvel o de las otras casas de cachivaches de mitología cíclica, no, mi madre era una de las súper-justicieras de los pobres. Cuando empezó a darse cuenta de sus poderes, de joven, la echaban de todos los trabajos, por ejemplo, trabajaba en una carnicería, les daba un trocito de más de cada cosa que pedían la gente, o otro ejemplo, si trabajaba en una máquina de coser, trabajaba más que las otras y como era por pieza que pagaban el sueldo, las otras se cabreaban con ella. Ella se dejaba maltratar pero por las noches le daba a cada cual su merecido. A los buenos les daba más cachitos de vida y cielo. A los malos les quemaba el culo con salfumán y les ponía carteles microscópicos a los ácaros de sus cejas diciéndoles, esta es una mala persona no le limpies los pelos, no os comáis su piel muerta. Ya os digo, una verdadera súper-heroína. Eso era cuando era más joven. Ahora, de mayor, que ya rasca los ochenta y tres, está plácidamente acompañada de una asistenta paraguaya simpatiquísima amiguísima guapísima y bajita. Se miran las dos, súper-entusiasmadas, viendo una serie de la India en la que los malos son paquistanís, o los buenos, no sé, que se odian y no se soportan pero resulta que son todos tátara-tátara-nietos de los mismos mogoles. Ahora se pasa los días sentada en una sofá, la tablet la entretiene, aparte de los paseos de rigor con su encuentro habitual con hijas, hijos, nietas y nietos, y yernos, que los quiere como hijos, dice mi madre, como es. Una de las cosas que ves que la deja en su mundo, que la ves y te das cuenta lo que está pensando en ese momento, porque se le pone una cara especial, los labios de una manera determinada, es cuando se acuerda de su marido, mi padre. Con todos los poderes de que disponía, le sabe muy mal no haber podido ayudar a su marido, haber conseguido que viviera más años junto a ella. Cuando éramos niños, mi madre nos hacía barquitos de papel para echarlos a las charcas o a la riera cuando llovía, nos decía, estos son los barcos llenos de corazón, sus velas son besos, abrazos su mascarón. Mi padre la veía y entonces nos decía a todos que para qué queríamos los barquitos de papel, lo que teníamos que tener es una casa muy grande, una casa de papel, y se ponía a cantar la canción tocando la guitarra, mi madre se ponía a bailar, bailaba sobre la punta de sus dedos de los pies, literalmente, sobre los dedos sólo, con los dedos, los movía, y volaba, claro, no podía ser menos, prestidigitaba, porque de los dedos de los pies pasaba a los de las manos, que siempre resultaba más sencillo, pero ella lo dominaba a la perfección, el baile de puntitas de pies y manos. Ahora esto no lo hace cada día como antes, solo de vez en cuando. Soy hijo suyo, pero no entiendo como puede tener ese control de sí misma, parece que tenga conciencia de cada músculo y cada hueso del cuerpo, cuando se mueve en plan súper-heroína, tendríais que verla, parece un transformer orgánico, se percibe como toda ella es un ser total. Viuda, se dedica todo el día a ver cómo pasa el tiempo la gente en este mundo tan impaciente. En su sillón mágico, en él apareció cuando era chiquitita surcando los cielos y aterrizando como un meteorito, se sienta en la cocina para ver la tele y poder criticarlo todo telepáticamente en su Comité Intergaláctico de Héroes Sencillos, tiene una vocalía, asiste cuando le da la gana y se realiza en los confines más abstractos de la singularidad del universo. Lo sabes porque lo ves que se pone un pañuelo de limpiarse los mocos abierto sobre la cabeza. Pero no os podéis imaginar que esa misma señora, mi madre, con ochenta y dos años, por la noche se toma sus reconstituyentes y, cargada de energía, la carga el sofá, se pone las mallas color violeta, se pone su capa voladora y sale por la ventana desde un quinto, en el que vive ahora, a salvar al mundo otra vez. Claro, a veces viene por la mañana agotada y no ha salvado nada, ella dice que la gente ya no se fía ni de quien quiera ayudarles, que lo que antes era verdad, que era una cosa convencional, de ponerse de acuerdo, ahora todo el mundo anda metiendo por todos los medios de comunicación, en todas las conversaciones, falsas verdades rojas como sobrasada, mi madre se da cuenta rápidamente por el color que desprenden, eso dice ella, mira, yo no lo entiendo, pero forma parte de sus poderes. Pero nunca se desanima, si no ha salvado a nadie, se dedica a hablar con los animales que viven de noche por la ciudad, y a veces se adentra en los bosques para intentar hablar con los pocos animales salvajes que quedan, dice ella, porque todos darían lo que fuera por ser domesticados, mira tú, y todo arreglado, dice que piensan los animalitos. Ayer me dijo que bien que me lo he pasado, me dijo que estuvo hablando con un gato y que el gato le dijo que los extraterrestres estaban a punto de llegar. Ella, mi madre, tiene contactos, los conoce a los extraterrestres, a todos, porque no solo hay una raza, hay la tira de razas de la tira de planetas que están esperando que nos demos cuenta que no estamos solos, bueno, lo que os decía, mi madre es un portento, cuando vivía con mi padre no exageraba tanto sus poderes porque le daba un poco como vergüenza dejar a mi padre en segundo plano, pero ahora es viuda y no se recata de capa y a volar. Con su edad, dice, y sus limitaciones, insiste, se ha propuesto salvar el país, hacer que se sienta como una verdadera familia. Pero yo le digo, haz el favor, no te molestes, somos muchos y cuando tengas algo arreglado, vendremos por detrás, uno dirá una cosa, otro dirá otra, vendrá quien quiere poner orden, y todos otra vez nos discutiremos bajo el ojo de la escalera de la política como vecinos insoportables, y otra vez te pondrás cabreada porque todos tus esfuerzos no han servido para nada. Es lo que pasa con las hormiguitas, unas hacen por un lado y otras hacen por el otro, unas aciertan construyendo y otras la cagan desmoronándose, las que aciertan piensan que la cagan las otras y las que la cagan aciertan en que las otras no piensan, que lo hacen por intuición, es muy divertido. Cuando vuelve contenta que ha hecho alguna buena acción mi madre me abraza y me dice hijo mío lo que te quiero, me apretuja, se cree que todavía soy un niño. Ella me dice, no te apures, un día de estos empezarás tú a tener tus propios poderes, aunque a los hombres os cuesta más y se ríe que suena en la esquina hasta cuatro calles más allá. Le dan ataques de amor. Muchas veces, cuando no está en casa, tengo que ir por la escalera a ver si me dicen algo de dónde está, porque se dedica a ir piso por piso abrazando a la gente y dándoles todo el cariño del mundo. Tiene superpoderes, ya os lo dije, si se le mete algo en la cabeza hay que temerla. Cuando va y abraza a toda la escalera se nota, hay como una especie de cosa, di tú que energía, yo qué sé, en todo el edifico. A la gente le sienta bien que mi madre les abrace y cuando tiene tiempo para quererlas un poco, ya puedes prepararte, hasta que no llega a un nivel óptimo de empatía y autoestima en cada uno de los que ama no los deja tranquilos. Si mira un perro, el perro baila, si un pájaro la ve, le viene y le vuela y canta encima de su cabeza, le hace una corona sonora, cualquier pajarillo se excita tanto que vuela como un colibrí encima de su cabeza, vibrante, si toca un árbol, el árbol le eructa mil fórmulas mágicas para que las pase a los sabios y sigan la costumbre de pasar las cosas de generación en generación. A ver, yo no creo que porque mi madre sea así tengan que cambiar las cosas. Me refiero a las cosas del resto el mundo. Lo mismo que coexisten ahora todas las edades de la humanidad en los que viven ahora, también hay una sola alma que traspasa las horas, espiral de tiempo que siempre quiere ir más allá en nuestros espíritus. Las personas somos muy especiales. Por más que nos intenten mostrar cómo son las cosas, si nosotros estamos convencidos de otra cosa, es decir, lo vemos de otra manera, no se consigue. Hasta que el burro no ve que está volando no puede plantearse tomar tierra. Por eso no voy por ahí insistiendo en esto de mi madre. Convivo con ello, lo llevo bien por eso. No creo que llegue a tener poderes como ella y ella los tendrá siempre. La quiero, es mi madre, qué se la va hacer. Ella cree, yo miro y espero, pero sí que os puedo decir, y vosotros bien lo sabéis, que las madres curan.
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Un cuento contado con mucha ternura