Renuncio a usted, pero no de vengarme.

Hoy, en vez de la desagradable obligación, para mí, de soportarle, he decidido, tocado por la suerte que cambia las vidas para mejorarlas, es decir materialmente,  hecho principal para abrir mejor las puertas de la felicidad, he decidido despedirme de usted sin necesidad de que usted me despida, soy yo el que renuncio a su desagradable, desagradecida, degradadora y obligatoria, hasta ahora, influencia.  Con la presente quiero despedirme de usted para siempre. Un siempre cargado de una inmunidad que me separará del poder de gente como usted, porque a partir de ahora, podré tener bajo el capricho de mis deseos a gente como usted para que satisfaga todo lo que se me ocurra. Aprendí, ahora dictaré. Hasta hoy he tenido que acatarle, darle toda la razón que se le ocurriera a usted, pero debido a que un tío desconocido mío, aparecido de la nada, la nada más rica del mundo, que suerte la mía, me ha otorgado la gracia de una herencia astronómica, he decidido hacer borrón y cuenta nueva con mi pasado, partir su escatológica, horrorosa, excremencial relación conmigo en mil pedazos y hacerla saltar por los aires reventada. A partir de ahora podré permitirme tener una pléyade de gente poco humana como usted lamiéndome las botas. Les maltrataré como usted ha hecho conmigo, para que la cadena de odio no se extinga. Seré parte de la cúspide social, podré mirarle a usted y a sus congéneres tóxicos como un aderezo inservible de la sociedad, necesarios, para que los privilegiados podamos vivir tranquilamente. No encuentre en esta carta más motivo que los que pueda tener aquel que le ha odiado con todas sus fuerzas y no ha podido demostrárselo porque usted tenía el beneplácito del poder en esta escalera social en la que unos exagerados mezquinos mandan y otros ejecutan y obedecen, más parcos y templados. A mí me ha tocado ser de estos últimos hasta hoy. Como he subido al cielo de los pudientes y he dejado el infierno de los insuficientes, es decir, he subido, comprendo el sentido, la dirección que debe tomar mi dedicación, la venganza en usted y la gente como usted, con la moneda que les calla, la orden pagada a sueldo. Seré taumaturgo dinerario,  tendré miles de esclavos a sueldo como usted. En la caída del cielo de las castas, que en nuestra sociedad está trazada no por el aspecto exterior, como en la no tan antigüedad, sino en la abundancia de las cuentas corrientes o a plazo fijo, los que nacimos con el pie torcido aspiramos a que el azar, cada vez más democrático e inverosímil, nos otorgue la posibilidad de hacer crecer nuestras esperanzas convirtiéndonos en banqueros anarquistas o empresarios campechanos, en poder disfrutar de la verdadera comedia de la olla. Lo primero que aprendí antes de liberarme y llegar al estadio que le he mencionado, es que sublevarse por encima de aquellos que maltratan al prójimo abusando de su poder es tan difícil como intentar no nacer. Usted es un caso muestra, es un patrón de patrón incomprensivo, incompetente, inepto e infructuoso, que lo inútil en usted más que un atributo forma parte de su aliento, halitosis diría yo, que es capaz de quemar a cualquiera, como la saliva de las moscas, intentando deshacerte en sus jugos malintencionados con trampas embusteras y farsas calumniosas. Los de abajo, que nacimos en la base de esta sociedad que se consume onicofágica, dermatofágica, consumista y rencorosa, miramos a la cumbre donde gente como usted se dedica a tirar migajas de su tirria para que nos contagiemos de su dentera incapaces de ser felices, porque la gente como usted nunca lo será. Se afeitan tanto que tienen la barbilla en el cogote, esa es su marca, son más rígidos que el elefante congelado que tiró a Atila en los Alpes porque le dio el mal de altura, los romanos lo esperaban, él llegó pierna rota. Así son ustedes, no ayudan a nadie y hacen sufrir a los demás sus caprichos.  Pero de cargar con las voluntades de los demás en el carro de la acción, los que subimos la pendiente de la pirámide llevando los encargos de gente como usted, certificando nuestro papel de acuse de recibo de lo se que se quiso hacer que no ha podido ser, ese papel, cómo comprenderá, he dejado de aceptarlo. A partir de ahora podré pensar en presente para que mi vida sea realmente una vida merecida la pena vivirla. A su lado no he aprendido nada, bueno, sí, sus instrucciones solo servían para que mi cerebro descomprendiera todavía más a cierta especie humana en usted. Tendrá alguna autoridad pero en lo que respecta al trato con las personas el mineral más sencillo y humilde del planeta tiene una capacidad de amar que usted no tendrá nunca. El capitalismo es una ciencia cierta de la venganza, renuncio a usted, pero no puedo renunciar a las lecciones de dicho conocimiento, esa filosofía económica que conquista el mercado poseyendo los medios de producción, pues bien, yo le compraré a usted con su empresa dentro para vengarme de usted. Su altura de miras la veo ahora desde mi torre de oro como la absurda expresión de un pelele sin tiempo. No tendrá más amor que el que usted pueda demostrar por cualquiera que esté a su lado. Para usted la empatía estará compuesta por cadenas de obligación que le harán olvidarse de usted para ser cada día más falso, más inútil, le compondré situaciones que lo descompondrán en cuerpo y alma. Yo no le veré más, en vida mía, se lo aseguro, pero tenga muy claro que sabré de su caída en su perdida. Si nos volviéramos a ver por la calle, no haga aprecio de mí, no me moleste, porque si lo hace, ahondaré aún más su yugo. Si no pierdo la razón y la riqueza, le tendré contratado indefinidamente hasta que muera yo, será biónico si hace falta, tendrá que guardar de mi momia por toda la eternidad.

Felipe Plasencia Marin
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