“A la atención de Dirección”  

    

      Muy Sr. Mío:

 

Por medio de la presente, que como pueden ver no está presente, ella no, pero yo sí, de momento. Porque en poco tiempo pondré tierra por medio ante la convergencia de situaciones  absurdas que se producen en esta empresa. Le presento mi dimisión irrevocable. Puede comprobar usted mismo qué educadita es mi dimisión.

En primer lugar, es insoportable lo mal avenidos que están el agua y jabón, con Aniceto,  compañero de mesa. Tan pequeña es la distancia que nos separa en el trabajo y tan grande  la que quisiera tener a este sujeto, que como él no se irá, porque no tiene dónde caerse muerto, ni vivo supongo, me tendré que ir yo.

De su sobaco, cada vez que lo agita, aun no sé para qué, salen olores de hamburguesa cargaditas de cebolla. Que conste, me gusta la hamburguesa, me gusta la cebolla. Pero para comerla, para olerla, tengo querencia, no sé de quién heredada, para hacerlo en un restaurante. Surgiendo como legiones nauseabundas de todos los poros del cuerpo del estafermo de Aniceto, no me apetece. El restaurante lo elijo yo,  no me gusta que el menda traiga  cebolla y hamburguesa de su casa. Si a primera hora de la mañana le canta por soleares el sobaco, no tiene agua o es un guarro.

De amargas sensaciones continúa mi desventura, en esta, su empresa. Convendrá conmigo que es suya, porque si fuera mía, ¡ay!, si fuera mía. Un apunte, si fuera mía usted no sería el director, piénselo dilecto.

Sigo. Nuestro supervisor, hombre cariñoso donde los haya, risueño, bonachón, alegría de la casa, eso sí que lo tiene, porque si no… Tanto le encanta al Señor Teófilo, aproximarse a mi cara, hasta rozar una distancia peligrosa si siendo un coche, frenara. Lo hace cuando se acerca, para animarme, alabar mi trabajo, nunca para censurarlo, entre otras cosas porque no tiene ni puta idea de lo que hacemos, no es su culpa, Señor Director, que su primo sea un perfecto inculto, y su señora mujer, directora por poderes, lo haya obligado a contratarlo bajo pena de excomunión marital, que todo se sabe en este mundo globalizado.

Bien, cuando desde tan cerca me habla, sufro dos condenas solo por el hecho de haber nacido. La primera, percibir su aliento pútrido, cómo si se tratara del mismísimo Fétido Adams. Resultado de no limpiarse la dentadura desde que Franco quiso ser masón.

Preocupante aversión para el aseo he ido descubriendo en su empresa. No creo que sea norma de la misma, aunque pudiera ser, porque usted debería decirle a su santa mujer que  lavara y planchara sus pantalones alguna vez, sobre todo si tiene alguna reunión de tronío.

No quisiera molestarle con nimiedades, o sí, porque la realidad es que me la trae floja molestarle. Pero ver la cara de carne de su primo,  la falta de dientes en la boca y la oscura negritud que han alcanzado los pocos dientes que le quedan es un espectáculo dantesco que no se lo desearía a cualquier ser humano nacido de mujer. Porque a su primo, no lo dude, lo debió parir una hiena, porque esa es otra, cuando se ríe, más parece ese moteado animal que come despojos. Porque ni reír sabe.

Podría usted pensar, probo Director, que estas minucias no son motivo de que  le presente mi dimisión, lo son, pero es que hay más. Y estás son de otra índole, ahora, busque la palabra en el diccionario.

Usted me contrató porque la empresa que le asesoró para cubrir mi puesto consideró idóneo mi historial académico y profesional. El problema es que usted es un  “fantasma”, un ignorante que heredó una empresa de fabricación de productos para limpieza de su señor padre, él tenía un Ingeniero Industrial, que fue su mano derecha, a la vez que cerebro intelectual de la empresa y usted, ahora que su padre está en el pueblo, porque no quiere ver como arruina la empresa, y el Ingeniero, también está en el campo, pero criando malvas bajo tierra. Usted, alma de cántaro, quiere tener una mano derecha, unida a un cuerpo, no faltaría más, y mi título de Ingeniero Especialista en Biotecnología, sin saber lo que era, ni para que servía, le venía perfecto para sus ínfulas presuntuosas.

Me contrató sin saber para qué, me engañó con el sueldo, eso sí que sabia porqué, para ganar más, usted es un avaro del copón y luego, como no simpatizó conmigo, ni yo con usted, “Biotecnólogo no aguanta traidores”, me puso en uno de los negociados de la empresa, de los que nadie sabe para qué sirve lo que allí se hace. Y para colmo, cuando los informes tan estrafalarios que solicita dirección, ente etéreo, están a punto de acabarse viene Teófilo, y dice, “olvidaros de ese trabajo, que este es más importante”.

Estoy harto de olores, fealdades, ignorancias y de estrujarme la cabeza para hacer un informe, largo, porque a usted, mi alma, le gustan que ocupen espacio, para que luzcan mejor en la librería de su impoluto despacho. Despacho en que la falta de papeles en su mesa y la limpieza que en ella impera es el exponente de que usted, animalito, no hace nada en todo el día y por eso la empresa marcha, decidida, paso firme,  cabeza erguida hacia la ruina más escandalosa.

No tengo ninguna intención de hundirme con el barco. Su desfachatez es de tal, que sería capaz de cargarme el muerto. Y yo en ese instante, le partiría el careto de acelga que se gasta. Como no tengo ganas de tener problemas con la justicia por un garulo de pantalones arrugados, me voy. Me voy lo más lejos posible, si mis ahorros me lo permiten a Nueva Caledonia del Sur,  creo estará lo bastante lejos para que no llegue el olor  cebolla.

Ahora sí, me despido de usted y que le den por donde amargan los pepinos.

Muy poco afectuosamente

Francisco Alegre  Olé

 

 

 

Francisco Juan Barata Bausach
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