Rocío sobre el infierno
-Me río. Me río de mí por el tiempo perdido. Por todo el tiempo que adoré el pasado; por todo el tiempo que adoré la tierra que fue testigo de nuestros encuentros. Me río porque estuve equivocado y mi brújula nunca apuntó en ninguna dirección, solo era, como yo, un imán más. Dependiente de otra fuerza, sediento de sentido. Ahora mi compás gira libre, loco: sin sentido. Como una llama en el fuego, avisando entre contorsionismos y sombras de que simplemente estoy aquí y que quiero arder.
Pero el mundo teme abrazar las ascuas, el futuro que no lo invente y el peso de los días es para mí como carbón en el alma de una locomotora; me inflama de irá, vigor, deseo y entre vapores y fantasmas cenicientos de: «estoy aquí». Mientras, como si pólvora fuese, el tiempo se quema. Algo tiene que arder conmigo, aunque sea el oxígeno que intento no volver a necesitar; las fuerzas que no pueden faltarme para consumirme y ser por siempre una llama iluminando el vacío. No quiero imaginar ese día, aunque tampoco sé si tiene sentido. No sé si es posible.
A veces ardo en silencio, ardo frío, ardo muerto, pero se apaga el sol y sigo ardiendo. Se apagan tus ojos y sigo viendo. Se hace tarde para todo y mi inocencia llueve como un llanto interno, formando rocío sobre el infierno, tratando de darme paz… o destruirme, pero ahí sigo: siendo el incendio y la lluvia, todo y nada, siempre y nunca.
– Esto… Te pregunté si eres feliz
– Perdón. A veces. Hay días buenos y días malos.
– ¿Muchos demonios, no?
– No. Bueno…No. Solo pasado
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