Hace dos días que no probamos ni gota de agua. Llevamos vagando mi tribu y yo sin rumbo fijo, en busca de un oasis o de un milagro. Aunque tal vez el milagro sea que aún nadie ha muerto de sed, o que nadie ha perdido la esperanza.

Ya casi no puedo más. Cada vez me pesan más los pies, hinchados de ser arrastrados por la arena. Miro a mi alrededor. Muhsin me sonríe, dándome un poco de su aliento.

Cae la noche, haciéndose patente su frío. Una anciana y un señor muy alto empiezan a dar vueltas alrededor de una piedra mientras entonan un antiguo cántico, tratando de  llamar a la lluvia. Pero la lluvia no vendrá.

Amanece un nuevo día junto con una desgracia. Uno de los ancianos, Abdel Razzâg ha fallecido. Con tristeza nos despedimos de él. No pude evitar respirar aliviado al darme cuenta de que sólo había muerto una persona en tres días.

Penosamente continuamos bajo la promesa del jeque, Ra`id. Decía que muy cerca se hallaba un poblado. Todos sabíamos que era mentira, pero no queríamos perder la esperanza.

Finalmente caí al suelo. Mushin intentó levantarme, pero le dije que aquí terminaba mi camino. Le ordené que me abandonaran. Mushin iba a decirme algo, pero, en ese momento un ruido nos llamó la atención a todos.

Se trataba de un camión cisterna sin ruedas, de color azul marino y con una cabina cuadrada verde. Dicho camión flotaba por encima del suelo y se dirigía a nosotros a no mucha velocidad. Mi gente se apartó para dejarle pasar, pero el camión se paró justo en el medio.

De la cabina del camión salió un brazo mecánico que empezó a picotear el suelo. Luego, otro brazo empezó a esparcir semillas, y un tercer brazo a abonar la zona. En pocos instantes el camión sembró más de cien metros a la redonda, haciendo un círculo perfecto. Finalmente se abrió una pequeña compuerta del techo de la cisterna y empezó a rociar con agua toda la parte sembrada.

Con cada gota crecía una flor. Tulipanes rojos, orquídeas amarillas, rosas negras, campanillas moradas, tréboles verdes, clavelinas rosadas…  En pocos segundos el círculo perfecto se llenó con tantos tipos de flores y de tantos colores, que había formado un jardín-arcoíris.

Cuando la última gota de agua cayó, el camión se puso en marcha y se fue, dejándonos atrás. Un grito de júbilo me hizo que dejara de mirar embobado como el camión se alejaba. El camión había dejado un pozo justo donde se había parado. Bebimos del agua. Bebimos y bebimos, y el pozo no dio ningún indicio de que perdiera agua. Parecía un pozo ilimitado.

Miré al camión. Cada vez estaba más lejos. Poco a poco se iba haciendo más pequeño en el horizonte, hasta que desapareció. En ese momento Mushin me cogió de la mano.

Autor: Germán Pérez Campo, 27 de Agosto del 2008.

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