El Viudo Fernando (1ª parte)

Llevaba toda una vida al lado de su mujer.

Así que cuando Fernando entró esa tarde en la cocina, y vio a su esposa, la mujer con la que había convivido medio siglo, tirada en el suelo, aparentemente muerta, apenas reaccionó. Porque nada más verla supo que estaba muerta, que su postura, sus ojos vidriosos y fijos en algún punto invisible del techo, eran irrefutables. Siquiera tuvo un instante de esperanza o de miedo para imaginar que se equivocaba.

Sin embargo, se agachó con mucha dificultad, poniendo una rodilla en el duro y frío suelo. Debía asegurarse. Levantó una mano temblorosa y arrugada para buscar el pulso de su mujer en la muñeca. No lo tenía, y su piel estaba fría, helada no. Pero fría. Se convenció unos segundos más viendo un cuerpo inerte, inmóvil, y pasó tímidamente sus dedos por la mejilla de su esposa.

Luego llamó a su hija, para contarle lo sucedido, y a una ambulancia. Se sentó en su butaca, calmado y pensativo. Cuando llamaron, abrió la puerta y volvió a sentarse en el mismo sitio. Le hicieron algunas preguntas. Llegó Loli, su hija, que lo abrazó llorando. Se ocuparon de todo. Su mujer salió de la casa en una camilla, cubierta con una sábana blanca. La siguiente y última vez que la vea será en el ataúd. Apenas recuerda o quiere recordar el velatorio, los precios de la funeraria, los médicos, el entierro.

Le dijeron que había sido un ataque cardiaco. Su hija insistió en quedarse con él unos días, en que se trasladara a su casa. No estás bien para estar solo, le había dicho, no estás acostumbrado. Pero él había insistido y se había salido con la suya, por primera vez en muchos años.

Los tres primeros días después del entierro se sucedieron lentos, tranquilos. Pasaba casi todo el día en su butaca, sin hacer nada. Loli fue a diario a verlo, cada tarde pasaba y se quedaba sentada en el sofá, hablando con él, o compartiendo su silencio. Tienes que hablar papá, le había dicho, tienes que hablar de mamá. Pero Fernando no tenía nada que decir. Nada sobre Dolores, desde luego. Y Dolores, por suerte del destino o benevolencia divina, ya no estaba para decirle nada a él. Esa era una idea que presentía egoísta y malsana, que no quería comunicar a su hija.

El tercer día, sin preveerlo ni sospecharlo, Fernando comprendió que era libre.

Había estado cincuenta y dos años viviendo con Dolores, privándose de mil cosas y cohibiendo dus deseos. Se quita parte de culpa pensando que Dolores no era una mujer corriente. Había estado sometido a ella desde el segundo mes de casados. En el noviazgo él era servicial; en el matrimonio se convirtió en un esclavo. Y ahora, su mujer está muerta. Fernando no se alegra, pero tampoco consigue apenarse. Lleva dos días sin encogerse al escuchar un grito. Esa palabra, a veces acompañada por una torta en la espalda, ¡asqueroso!, que le había escupido Dolores mil veces en la cara.

El tercer día de luto, cuando Fernando fue al supermercado y pasó por la carnicería, se quedó mirando el mostrador, y cuando el carnicero le preguntó si quería algo, sonrió con sus dientes de plástico y le pidió un trocito de morcilla, como su dedo. Fue el acto más libre, espontáneo y satisfacctorio que había hecho en, tal vez, treinta años. Al llegar a su casa, Fernando ordenó las provisiones que había comprado, sacó el tesoro que había adquirido, lo puso en un plato, cogió un tenedor y partió el deseado manjar. Primero se dejó embriagar por el olor, y luego se llevó el primer bocado a la boca. Cogió un bollito de pan y lo partió. Decidió que si estaba comiendo morcilla, podía hacerlo sin tenedor. Sentado en la cocina, comiendo pan con morcilla a dos carrillos, Fernando se sintió feliz.

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4 Comentarios

  1. Lascivo dice:

    jaja, mola. Me ha recordado a una película, «A propósito de Schmidt», muy buena, por cierto.

    Un tema, veo que no usas los géneros o categorías. Cuando edites la entrada, o escribas otra, a la derecha hay una barra donde puedes elegir los géneros de tu relato, para poder clasificarlo mejor. Hay una categoría especial para los relatos que se hacen en varias partes o varios capítulos: «saga». También en el foro se pueden organizar las sagas, para que los lectores no se pierdan o tengan que leer los capítulos anteriores de nuevo. Te recomiendo que uses el foro, y te pido que usas la categoría saga. Un saludín 🙂

  2. onanistaenamorada dice:

    Gracias por el consejo, pero estas cosas modernas me cuestan la vida. Ya lo intenté en su momento, elegir categorías, pero no sabía cómo. Y creo que todavía no lo sé. U_U

  3. «Había estado cincuenta y dos años viviendo con Dolores, privándose de mil cosas y cohibiendo «dus» deseos.»

    Pequeño fallo ahí 😛

    Por lo demás… Es curioso, pero no imaginaba que escribieses algo así. Me ha extrañado y todo cuando he visto que era tuyo (sí, leo los relatos sin fijarme de quién son, a veces es un poco rayante xD).

    Pero mola 🙂

  4. Zilniya dice:

    Profundo y, sin embargo, cotidiano. Aquí demuestras que hasta el más sencillo (o calzonazos) de los personajes vale para un relato con atractivo propio. Pasamos de la supuesta desgracia de Fernando para encontrarnos con que se trata de lo mejor que le podía haber pasado a esas alturas de la vida. Muy original.

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