Plan Maestro (Parte5)

Quinta y ÚLTIMA parte del prólogo de Plan Maestro

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Prólogo – Adiós.

 

5.

 

Al ver el accidente, a Julio le vinieron a la cabeza varias escenas de accidentes de motos donde el piloto se levantaba o se incorporaba y todo quedaba en un gran susto. Pero Gabriel no se levantó. Cruzó la carretera sin fijarse en el tráfico. Si le hubieran atropellado no le hubiera importado, como si se mereciera un castigo por todo lo ocurrido. Ver a su amigo tendido en el asfalto en una posición imposible por el cuerpo humano, provocó que entrara en un estado de colapso mental. La gente había desaparecido -incluido el camarero calvo-, los sonidos de la calle se apagaron y todo parecía girar alrededor de él y el cuerpo inerte. Siempre había creído que en este tipo de casos la gente se agolpaba buscando el morbo, e irían a intentar socorrer al herido mientras las sirenas sonaban a lo lejos, pero nada de eso sucedió. Julio se sentía sólo y asustado, nadie esta preparado para este tipo de situaciones.
Se puso de rodillas y zarandeó a su amigo buscando respuesta mientras lo llamaba por su nombre. Al moverlo se oyó
algo crujir y se quedó inmóvil de nuevo. Había notado el cuello demasiado rígido. La sangre empezaba a emanar por
debajo del casco y Julio empezó a llorar. Estaba haciéndolo todo mal ahí parado sin saber como salvar a su amigo, sabía que algo tenía que hacer, quizás una llamada o gritar ‘socorro’, pero su cuerpo no reaccionaba como él deseaba. Sólo le quedaba llorar. La sangre espesa de color rojo oscuro enseguida formó un charco en la carretera, empapando las ropas de Gabriel. Por unos instantes pensó en levantar la visera del caso para ver el rostro a su amigo, pero cuando estaba apunto de hacerlo se le pasaron imágenes de la cara de Gabriel deforme, llena de moratones y los ojos saliéndose de sus órbitas  y no tuvo valor. Tenía miedo de hacer algo, y no hacer algo le daba miedo.
Unas sirenas empezaron a sonar. Al parecer no toda la gente desapareció. El camarero calvo de chaleco a rayas fue también testigo de todo lo ocurrido y al ver la magnitud del accidente llamó al número de urgencias pidiendo una ambulancia.
Pese al mito de que siempre llegan tarde, esta vez llegaron a los pocos minutos. Julio no prestó atención a los médicos y ATS que le apartaban de la escena del accidente tapándolo con unas mantas mientras lo sentaban en una camilla. Seguía teniendo miedo y muy atrás quedó la alegría de su ascenso. Una mujer vestida con un chaleco reflectante naranja hizo que saliera de su colapso.
-¿Iba usted en la moto? -la mujer con el pelo recogido empezó a examinarle las pupilas.
-No -contestó Julio con la mirada perdida.
El teléfono móvil sonó desde el bolsillo de Julio. En su cabeza maldijo al aparato y pensó en apagarlo, hasta que cayó en la cuenta que quizás fuera Ruth preguntando por qué su novio aún no había llegado a recogerla. No deseaba ser él
quien le diera la noticia de que Gabriel se había empotrado contra una farola con su moto.
Al mirar el número era su amigo Ángel.
Tardó varios segundos en contestar, casi deseando que saltase el contestador, pero cuando el teléfono suena hay que
cogerlo.
-¿Estáis aún en el Irlandes? -la voz ignorante de Ángel provoco un llanto en Julio, ¿Por qué no pudo ser otra noche
de reunión de amigos como cualquier otra? -Tío, ¿Estas bien?
-No -tragó saliva y lagrimas para poder continuar -Gabi ha tenido un accidente con la moto, no sé si esta bien o
no, echaba mucha sangre.
-¿Qué? -Julio siguió llorando -¡Pero si estoy a dos manzanas de ahí! Tío, ahora te veo.
Cuando Ángel colgó, el móvil cayó al suelo de la ambulancia y Julio lo ignoró por completo.
Ángel corrió todo lo rápido que pudo. Estaba en otro local visitando a un amigo suyo que trabajaba los fines de semana sacando un dinero extra. No se despidió de él, simplemente echó a correr.
Cuando llegó a la escena del accidente se encontró a Julio sentado en el bordillo apoyado en sus rodillas mirando al suelo.
Los médicos intentaban reanimar a Gabriel una y otra vez sin resultado. La sangre había formado un
charco enorme y a un lado de la laguna roja estaba el casco, cortado en dos por los ATS. Julio abrazó a Ángel y después ambos quedaron mirando como desistían de seguir con la reanimación de Gabriel. Uno de los médicos observo a los dos amigos inmóviles y grito al resto de compañeros “¡Venga coño, intentadlo una vez más!”, pero Gabriel ya estaba muy lejos de todo aquello. Fijaron la fecha de la defunción a las once y diecisiete del once del dos del dos mil seis.
Pronto llegarían los familiares y el drama estaba asegurado. Ángel no pudo llorar en aquel momento como lo hacía su
amigo Julio, quizás porque aún no creía que aquello estuviera pasando de verdad. Al día siguiente, Ángel, explotó en un llanto, según explicó, porque se dio cuenta de que ya no volvería a ver a su amigo.

Víctor Manuel Sala.

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