El Regreso

El Regreso

Davo Valdés de la Campa.

La noche se apoderó del camino entero; con sus dedos largos y uñas afiladas rasgó el cielo y la esencia de las sombras se dispersó por el horizonte. El camión navegaba por la carretera. Desde mi asiento observaba como se apagaba el día entre parpadeos fortuitos. De pronto las barrancas y el valle se iluminaban completamente. Todo parecía arder en un fuego uniforme y sereno. Girábamos por una curva pronunciada y por la ventana pude ver las miles o ¿millones? de luces que se aglomeraban en Cuernavaca. Atrás, la Ciudad de México desaparecía en una línea cada vez menos reconocible. Podía ver los focos que alumbraban lo más alto del cerro, entre las barrancas malditas y los volcanes dormidos. Miraba los candiles que crecían y se minimizaban conforme me acercaba a la ciudad. La primavera se había esfumado para siempre.

Las luces, nacían, crecían y llenaban de vida la panorámica vista desde el Mirador. Se reproducían como plaga. Cada una de ella era una historia, una vida. La inmensidad de ese mar de luminosidad me atraía, me llevaba como un fantasma hacía sus puertas. Entraba y contemplaba maravillado las casas, sus patios, las personas que lloraban dentro de sus ventanas. La duda también acompañaba mi viaje. Me estremecía.

Ya estaban las luces impregnadas en todo el horizonte, despiertas y juguetonas ante los ojos de los que sufrían; Resplandeciendo amenazantes ante las estrellas marchitas. Los focos, ahora se encontraban cerca, llenos de telarañas y de tiempo muerto. Podía ver también a la gente sentada bajo los faros y como de pronto algunas lámparas se apagaban misteriosamente. También se moría el tiempo y la melancolía de la carretera.   

El camión seguía avanzando, parecía que no se detendría jamás.

Me preguntó dónde estoy. La luz me toca los ojos y de pronto entre tantas historias me cuestiono si estarás ahí, en algún lugar, esperando, aguardando el momento en que llegue a ti…

Tal vez con una vela en mano te podría encontrar. Hoy ya no encuentro brillo ni calor en las luces de esta triste ciudad. Lugar que pronto será devorada por una bestia tan hambrienta que su resplandor es el mismo infierno de la desolación.

Davo Valdes
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