¿Por dónde entraste…?

Pasa otro día y encerrada en mi modesta habitación, mi santuario, busco un poco de intimidad.

Al fin tengo un momento para mí.

Me miro en el espejo e intento llegar a las profundidades.

Desaparecida del universo, borrada del tiempo como borrada quedaría si no dejara estas palabras tras de mí.

Los fantasmas que interrumpen mis sueños cada noche se reunen allí, en lo más hondo de mi alma, resucitando aquellos sentimientos que yo creía tan olvidados, dejando un eco de tumba cuando cierran la puerta de mi dolor para que este no salga al exterior.

Temblándome los temblores, borrando de mis labios la sonrisa que dejó de ser entre el oleaje de mi tormenta.

Huyendo de la tristeza aun sabiendo que tengo la batalla perdida de antemano.

El aire me traspasaba como si no estuviera, como si el tiempo finalmente se hubiera decidido a cumplir lo que comencé a desear el día en que deje de no pensar.

Llorando y ocultándome por la noche de tal forma que incluso yo misma parecía formar parte de la noche como un soplo de viento que recorre el mundo y susurra, a aquellos que saben oirle, su memoria.

Me sentía observada en la penumbra por ojos, miles de ojos que no miraban. Yo gritaba en silencio más fuerte de lo que puede gritar ninguna voz en agonía y sufrimiento.

Su mano buscando apoyo y consuelo y yo que soy aire, soy noche y soy sombra, en el fondo no soy nada pues intento aferrar su mano con delicadeza pero esta cae como si nada pudiera detenerla en un estertor final y turbulento.

Y el aire que parecía traspasarme en ese mismo instante se clava en mí haciéndome heridas de las que no mana sangre pero que escuecen más que cualquier otra, en las que tus palabras, tanto de reproche como de desprecio, son como sal.

Heridas que nunca sanan y que el tiempo no conseguirá cerrar, ni malgastando cada uno de los minutos de mundo. El dolor, la pena y la pérdida, son ahora compañeros y fieles aliados.

Mi propio reflejo que me mira de frente, cara a cara, con la seguridad de poder desmoronar mi presente.

Y mientras trato de negar la existencia de lo visto, más me convezco de que nada hay que más le satisfaga que ver el sufrimiento que pueden llegar a producir cuando atormentan el alma castigada.

Pesadilla intermimable que revivo cada día; visible para mi, que no quiero ver, saber ni recordar; más invisible cada día para aquellos que tratan de indagar ya que cada día mas hondo entierro mis miedos y temores, cadáveres putrefactos y nauseabundos que no acaban de desaparecer, para que nadie los encuentre.

Pero tambien cada noche más me duele el recordarlos y volver a desenterrarlos por un mero capricho de mi mente cuando me encuentro sola. Triste paradoja, que sin saber cuando acabará no canso de reirme de ese principio que no tiene final.

Por que hasta un final duele cuando se sabe que realmente no es un final.

 

 

Sashka Saravin

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2 Comentarios

  1. xplorador dice:

    Me dejas triste y sin palabras. Solo puedo decir que todo tiene un final.

    P.D.: O al menos eso dicen…

  2. sashkasaravin dice:

    De lo que dicen a lo que es… suele haber un abismo 😉

    Gracias por leer y comentar

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