La nana de la luna
- publicado el 18/01/2014
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Opereta «La Sanguinnoletta»
En pleno siglo XXIII, en la Capital Mundial de Nueva York, vivía el compositor y violinista más prestigioso del mundo, Lenz Campbell. Sus óperas fueron a principios de los años veinte, cuando nuestro protagonista tenía tan sólo catorce años, las más escuchadas, tarareadas y silbadas por todo el globo terráqueo.
No obstante, en los años treinta apareció un sinfín de competencia. Había muchísima gente con talento que quería sacar un trozo del pastel del lucrativo negocio de la música clásica.
En los años cuarenta se estableció un oligopolio entre Lenz Campbell, Sabieri Constanza y Leopoldo Matamoros. Cada uno, con un talento innato, prodigioso, casi divino, eclipsaban a sus rivales constantemente. Cuando Lenz componía “La Marchossa Primaveral”, con unas criticas de diez sobre diez, aparecía Sabieri y componía “Il Istratego di Roma”, sobreponiéndose de tal forma a Lenz que en los periódicos se podía leer “”La Marchossa Primaveral” cero – “Il Istratego di Roma” diez”.
Y Leopoldo no se quedaba corto. Tras escuchar “La Marchossa Primaveral” y “Il Istratego di Roma” creaba “Aluviato Tóxico”, una parodia de las dos anteriores, que las deslustraba de tal forma que la gente tiraba a la basura sus CDs de Lenz y Sabieri. Entonces, Lenz creaba una nueva ópera que creaba sensación en el público… creándose un bucle infinito.
Los acontecimientos se desarrollaron de tal forma que en los años cincuenta los escenarios se llenaron de todo tipo de espectáculos visuales con el fin de maximizar la atención de los espectadores y de los críticos. Se llegó a tal punto que en los escenarios se veían lanzallamas, pantallas de plasma ultra gigantes, super modelos con ropa muy ajustada cantando “La Traviata”, zoológicos enteros danzando al son de la música en un gigantesco escenario, volcanes artificiales que hacían sudar a los violinistas…
No obstante, para bien o para mal, las modas son efímeras. Si bien la moda de la música clásica duró casi tres décadas, el público pronto se enamoro de la música “neo heavy metalera”, dejando a un lado a los tres compositores que pronto vieron como sus cuentas bancarias se reducían a cero, o cómo sus mecenas les daban la espalda con sus nuevas y flamantes guitarras eléctricas.
Lenz Campbell tuvo que vender todas sus posesiones para hacer realidad su brillantísima idea. Se le ocurrió fusionar la música clásica con la neo heavy metalera. Supo captar la atención de los medios de comunicación, anunciando que esta sería su última opereta, titulada “La Sanguinnoletta” y que después se retiraría.
La opereta se iba a reproducir en un estadio de fútbol, albergando a casi 2 millones de espectadores. Además, las televisiones de todos los rincones de la nación habían adquirido los derechos de retransmisión a un precio exorbitantemente escandaloso.
Por fin la opereta comenzó. La mezcla entre un coro angelical y unas guitarras eléctricas diabólicas parecía estar gustando al público. En el primer descanso los peces gordos se acercaban a felicitar a Lenz.
Continuó la segunda parte. La gente más emotiva lloraba a moco tendido. Los corazones más fuertes rugían con el estridente sonido de las guitarras. Hasta los críticos más conservadores seguían el ritmo del batería con la cabeza.
Llegó el momento final. Una mujer bastante fea y demasiado obesa subió al escenario. El batería tocaba un redoble mientras la mujer paseaba sus lorzas por la escenografía. Antonieta se llamaba aquella soprano de treinta años.
Sin más espera Antonieta cogió el micrófono y empezó a cantar con una voz tan profunda y clara que le hacían vibrar los rechonchos mofletes. Los corazones del público se encogieron al unísono ante aquel maravilloso espectáculo. Los guitarristas tocaban unos acordes muy suaves. Poco a poco los acordes se iban transformando en unos más profundos, y de profundos pasaron a ser agresivos.
Antonieta tenía dificultades respiratorias para seguir aquel maravilloso ritmo. Al parecer ni la mejor cantante del mundo podía reproducir lo que Lenz exigía. Unos surcos de sudor corrían por la cara de Antonieta, que con gesto de dolor intentaba seguir el son de la canción. Los guitarristas llegaron a la parte final, en la que hacían un sólo compuesto por un sinfín de notas y acordes imposibles, mientras Antonieta descansaba jadeante. Uno de los guitarristas rompió todas las cuerdas, pero aun así la actuación siguió. El público estaba enloquecido, extasiado del magnánimo concierto que se estaba dando.
En el acorde final, Antonieta agachó el pecho para poder llenar más sus pulmones de aire. Los guitarristas entraron en la etapa final, en la que casi no se les veían las manos de tan rápidos movimientos. En esta parte, Antonieta tenía que proferir un grito desgarrador, que mezclaba el bien y el mal en un único sonido. Dicho grito culminaría con millones de fuegos artificiales. Eso era en teoría.
La realidad fue que cuando Antonieta dejó de tragar aire y empezó a proferir un interminable alarido funesto, sus mofletes parecían gelatina derretida, agitándose como si un cocinero oculto en sus carrillos estuviera batiendo huevos, mientras que la cabeza de Antonieta había adquirido un rojo oscuro, como el de un grano enorme a punto de explotar. Con aquel profanante chillido, empezó a salir borbotones de sangre de su garganta mientras se llevaba asustada las manos a la boca con la finalidad de evitar desangrarse en el escenario.
Como si se tratara de diez toneladas de plomo, Antonieta se cayó al suelo levantando polvo incluso donde no había. Los chorretones de sangre seguían saliendo de su garganta mientras su cuerpo se convulsionaba como si el cocinero oculto hubiera dejado de batir los huevos para golpear un trozo de carne con un palo. A su espalda, millones de fuegos artificiales simulaban un segundo amanecer.
El público estalló en gritos de júbilo absoluto. La opereta “La Sanguinnoletta” había sido un éxito rotundo, casi sin querer. Al parecer todos creían que el desangramiento de la cantante era parte de la actuación debido al inconfundible título. Sólo la cara de terror de Lenz y los gritos de auxilio de los violinistas demostraba lo contrario.
Autor: Germán Pérez Campo, 1 de Junio del 2009.
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ossssssssssssstiassssssssssssss!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! hacía tiempo que no leía nada tan bueno. Se te ha echado de menos, Pequadt. Y se te ha echado de menos porque eres muy bueno, cabroncete.
Qué final más agónico. Joder, es que me iba imaginando palabra por palabra todo el relato. Muy bien descrito.
Has vuelto por la puerta grande
He tenido que quitar la descripcion de los ropajes de Antonieta y los guitarristas, para no exceder las 1.000 palabras (y de paso no saturar tanto el relato).
Me alegro que te haya gustado, ya que me estaba riendo mientras escribia el final xD
eres un sádico y un enfermo…
Pedquadt!!! Sigues vivo! Y tu pluma de escritor también! Casi podía oír la música leyendo el relato, qué bueno…
Hola!
Recibí tu mensaje, así que ya hice los cambios en el enlace a este blog.
Muy buen relato, pero pobre Antonieta 🙁
si que eres cruel 🙂
Ahh!! me imaginé viviendo en el siglo XXIII
Saludos
Gabriela
Muchas gracias, Gabriela, y a todos los que habeis comentado el relato.
Espero que nadie corra la misma suerte que Antonieta 😛
Dios, qué genial xDDD
vaya risas me he echado, menudo sádico xDDDDD
«Los chorretones de sangre seguían saliendo de su garganta mientras su cuerpo se convulsionaba como si el cocinero oculto hubiera dejado de batir los huevos para golpear un trozo de carne con un palo. A su espalda, millones de fuegos artificiales simulaban un segundo amanecer.»
Esta parte es BRUTAL, tio, queeeeeé Baaaassstoo jaajajaja
Muy bonito, aunque yo pensaba que cuando la tía lanzaba el último alarido iban a estallar bombas que Lentz había colocado en las gradas. Eso si hubiera sido una «sanguinnoletta» 😀
Eh, tío… me ha gustado el relato y bastante además. Está muy bien redactado, ciertamente. Pobre Antonieta… xD