El principio de un final

CAPÍTULO

No siempre se tiene lo que se desea, de hecho, no se tiene nunca en su totalidad. Estar allí era de todo menos divertido. Pero yo había deseado que no sucediera, y sucedió. Era todo tan… ¿cómo decirlo? … ¿Superficial? Entró, hizo ruido, y se fue. Y ahora todo había cambiado. Sí, cambiar, esta es la palabra. Quizás… ¿era éste su destino? ¿Existe el destino? Porque si existiera el destino, todo recobraría sentido: todo está escrito, no se puede elegir nada; lo sucedido es porque está escrito así, no se puede cambiar. Otra vez esta palabra: cambiar. Es bonita esta palabra… expresa muchísimas cosas, suena potente, “él ha cambiado”, ¿para bien o para mal? ¿Se puede cambiar para ir a mal? ¿Los cambios no son siempre buenos? Entonces, si se puede cambiar, será porque en el destino está escrito que debes cambiar. Curioso. Yo no creo en el “destino”, de hecho, no creo en nada que pueda estar por encima de mí, porque por encima de mí, estoy yo. Yo elijo, y yo cambio. Cambiar es fácil, constantemente la sociedad sufre cambios, las ciudades también, las épocas… todo. Incluso una verdad absoluta puede ser cambiada si sale a la luz una verdad más absoluta que la primera verdad absoluta, haciendo, entonces, que deje de ser una verdad absoluta. Curioso. Muy curioso. Aunque era un poco peligroso… ¡peligroso! Otra palabra que me gustaba, además de “cambiar”. “Esto es peligroso”, solo hace falta que te digan esta frase para que un montón de preguntas recurran a tu mente “¿Por qué?”, “¿Y qué pasará si lo hago?”, “¿Y si no lo hago?”, es divertido ver cómo reaccionaría X persona a esta frase, y cómo reaccionaría Y. De eso se trata, de reacciones. Quizás una lo haría, quizás otra no… quién sabe. Los humanos somos todos distintos, congeniamos con unos y otros, conocemos a gente diferente y algunos nos caen mal, otros bien y los convertimos en amigos. La amistad. Curioso fenómeno. Más curioso era que estuviera allí, en aquella situación, por aquello que se llamaba “amistad”. ¿Pero qué más daba? La amistad dejaba de tener sentido cuándo uno de los dos dejaba de sentirlo. Cómo el amor, “En el amor todo ha terminado cuando uno de los amantes piensa que sería posible una ruptura”, ¿de quién era? De un escritor francés, seguro. Solo ellos escribían estas… ¿chorradas? En fin… la cuestión es que ahora estaba allí, y esto sí que importaba. O no. Supongo que a alguien que no me conociera, no, que no le importaría, sería un poquito raro que alguien que no sabe ni que existo se preocupara por mí. Porque existo, esto es una de aquellas verdades absolutas. Pero quizás sería el momento idóneo para observar la situación. Ya había pensado demasiado, y esto no es propio de mí.
El viento rozaba mi cara, y mi pelo se movía a su son, al igual que la bata blanca que llevaba. Una de estas batas horribles de hospital. Porque estaba a un hospital, de hecho, estaba en la azotea de un hospital… fuera de los límites de las rejas. Sí. Lo que parece es lo que es, no estaba intentando rescatar ningún pobre gatito, ni mucho menos. Iba a tirarme, y lo tenía decidido. Aun así, mis padres, Charles y Miranda, el doctor Olive y las enfermeras Casandra y Joseline, no estaban tan seguros. Creo que incluso, tenían la estúpida esperanza de que no lo hiciera.
– Cariño, no te muevas… todo se arreglará. No fue por tu culpa- esta era Miranda Hanks, mi madre. Una joven mujer de 38 años recién cumplidos, alta y con el pelo largo, de ojos verdes.
La culpabilidad. Los médicos estaban convencidos que lo único que a mí me pasaba es que me sentía culpable. ¿Pero culpable de qué? No, yo sabía que no era culpa mía, pero eso no significaba que no tuviera parte de la responsabilidad y que yo quisiera pagar por ello. Por otro lado, decía que todo se arreglaría… ¿y si yo no quería arreglarlo?
– Vamos, sal de allí. Ven con nosotros- y mi padre, Charles Hanks. Rubio de ojos azules, más alto que mi madre.
Ir con ellos… no. No me llamaba ir con ellos.
– Nosotros te ayudaremos, Kath…- y este el Dr. Olive. Era un buen hombre, se había preocupado por mí mientras yo estaba ingresada allí aunque yo no quisiera la ayuda de nadie… es lo que pasa cuándo te ingresan en un hospital mental en contra de tu voluntad.
Me giré, el pelo se me puso delante de la cara por culpa del viento… pero dejándome ir de la baranda con una mano, me lo aparté. No volví a poner la mano allí. Mi madre lloraba, intentaba acercarse cautelosamente; mi padre estaba más cerca, un poco más adelante que el doctor… quizás quisiera cogerme para cuando saltara. El doctor lo tenía casi tocándome, y detrás de todo, las enfermeras… sufriendo. Esbocé una siniestra sonrisa, mirando al doctor.
– Yo no quiero su ayuda- se lo había repetido, una, dos, cincuenta y cien veces: “Yo no quiero su ayuda”. Pero eran perseverantes, pesados, cansinos… y así habíamos llegado.
Volví a mirar enfrente, por primera vez en tres meses me sentía libre. Me alegraba que la última sensación que tuviera de aquel mundo fuera la de libertad. Era lo bueno del suicido, que solo tú podías elegir cómo sentirte antes de hacerlo, aunque estaba claro que tampoco me lo había planteado nunca. ¿O quizás no estaba tan claro?
– Papá. Mamá. Voy a hacerlo. Pero quiero que sepáis que no ha sido por vuestra culpa. Vosotros me habéis educado lo mejor que habéis podido… y lo habéis hecho muy bien- miré a mi madre, que lloraba a moco tendido mientras me escuchaba, mi padre se había quedado quieto, casi atónito- Debo daros las gracias por todo, porque mi vida termina aquí. Yo he decidido que mi vida termine aquí. Adiós.
Solté la mano que me sujetaba a la baranda. No conseguí escuchar lo que me decían mis padres antes de que el viento pitara en mis oídos. Tampoco es que lo intentara… lo que quisieran decirme ya era banal para mí. La sensación de libertad… de que podía volar, que formaba parte del cielo… duró más poco que lo que deseaba, y es que raramente se cumplían tus deseos con su totalidad.
El golpe fue fuerte. O esto supongo. Porque no sentí nada, no tuve tiempo ni de sentir el golpe inicial. Al fin y al cabo, once pisos, eran once pisos. Aunque me esperaba un poco más de dramatismo… más dolor. Qué decepción.

7 Comentarios

  1. Champinon dice:

    Me lo he releido, me encanta. Tengo ganas de que lo sigas, pero no voy a adelantar nada…

  2. xplorador dice:

    Muy bueno, me encanta sentirme dentro de la cabeza de Kath. 😀

  3. Carita dice:

    Tío, hacía tanto que no leía algo bueno en esta web, en serio. Sigue escribiendo, ¿ok?

  4. pekemiaw dice:

    Ueeeeee! Me alegro que os gusteeee!

    Mañana subiré el CAPÍTULO I, que éste era el 0 (o prólogo) ^^

    Carita, soy una tía :3 xD

  5. Lascivo dice:

    juderrrrrr, y yo voy a estar una semana fuera y me perderé el resto de capítulos!!!!!!!!!! arg!! no me imagino cuál puede ser el motor de esta historia, sobretodo después del suicidio de la que aprece ser la prota. ¿Vas a hacer flashbacks? ¿O la historia tirará por otros lados, con otros personajes?

  6. pekemiaw dice:

    Intentaré subir un capítulo cada semana, de momento tengo hasta 10… pero no quiero subirlos todos de golpe porque claro, no tardo 1 tarde en escribir cada capítulo… xDDDDDDD Por eso doy margen de una semanita desde un principio.

    Respeto a tus preguntas… es todo una sorpresa ^^ xD En el próximo capítulo ya se empiezan a ver cosicas

  7. Zilniya dice:

    Quéeeeeee fuerteeeee!!! Nunca había leído un relato de suicida desde tal perspectiva. No te deja nada indiferente, no. O.O

Deja un comentario

Tu dirección de email no será publicada