Carta a la soledad
- publicado el 01/03/2015
-
LA CARTA
El grito escalofriante del ama de llaves había alertado a los vecinos del inmueble. Cuando algunos de ellos acudieron, confusos, al piso, punto de origen de semejante alarido casi inhumano, se quedaron absolutamente sobrecogidos ante la escena dantesca. La mujer permanecía allí, de pie, petrificada como el resto de concurrentes. Justo enfrente, un cuerpo se balanceaba tímidamente, al compás del sonido que producía la lámpara desde la que pendía. Era la muchacha que se había mudado un par de días antes, quizás, según los pocos que habían tenido ocasión de entablar cierta conversación con ella, huyendo de un pasado que pretendía olvidar para siempre. Ahora su cuello gravitaba cruelmente, sin remisión alguna, sobre un trozo de sábana que emulaba a la soga de un verdugo. Pero aún encontraron en la habitación algo que despertó una mayor inquietud, si es que la capacidad sensitiva humana puede abarcar todavía un grado más amplio de agitación del que los allí presentes estaban experimentando desde el principio. Al frente, justo delante del ventanal abierto de par en par, las cortinas ondulando al son del viento, había una silla. Estaba chamuscada por algunas partes, y restos de ceniza se amontonaban sobre ella y el suelo alrededor de la misma. A medida que la gente se iba atreviendo a acceder al interior, hubo uno de ellos que se detuvo en seco ante un leve chasquido. Había pisado algo cuya presencia, hasta el momento, nadie había sido capaz de advertir. Una hoja de papel arrugada descansaba sobre el suelo, muy cerca de los pies de aquella desgraciada muchacha. Pese a que la tinta se había corrido en algunas zonas, el mensaje era perfectamente legible, y como, dadas las circunstancias fuera de lo normal, no había cabida para la culpa moral, entre todos comenzaron a leer:
“No sé cómo comenzar… Ha pasado tanto tiempo, y sin embargo te recordaba tal y como te estoy viendo ahora. No busco ya nada de ti, sería injusto por mi parte; no quiero que me esperes, ni que me sigas queriendo… porque no voy a volver. No puedo volver. Simplemente, sentía la necesidad, aunque sólo fuera por una noche, por un instante, de volver a verte, de observarte detenidamente, fijarme en cómo respiras, cómo apoyas la cabeza sobre la almohada, cómo la suave luz plateada de la luna baña tímidamente tus mejillas,… aún están húmedas… Quiero que no vuelvas a llorar, que seas feliz de nuevo. Pero para eso tengo que hacerte daño por última vez. Quizás el hecho de que sepas que he estado aquí, sentado junto a tu cama, te haga enloquecer, más aún cuando tengas la certeza de que después de esta ya no habrá más veces. Te pido que te lo tomes con calma. He venido a despedirme, a contarte por qué un día desaparecí sin más.
Lo recuerdo perfectamente, cada detalle, cada segundo, cada instante… Es normal, supongo, cuando no ha pasado ni un solo día en el que mi mente no haya repasado punto por punto todo lo sucedido. Me acuerdo de que me desperté temprano, de que salí a hacer unas últimas compras para dejar ya completamente finiquitados los preparativos de la boda. Esa mañana, justo al salir por la puerta, te dije por última vez te quiero. Todo transcurrió con normalidad hasta que emprendí el camino de vuelta. Pensaba, tal y como en otras tantas ocasiones, en cómo sería nuestra vida juntos, qué contingencias había reservado el destino para nosotros… La cuestión es que me distraje, no presté la suficiente atención y, al cruzar de una acera a otra, un vehículo impactó contra mí… He de confesar que no he sido sincero del todo. Los recuerdos nítidos se acaban justo en ese momento. A partir de ahí, hay un período del que sólo me quedan algunos retazos, imágenes sueltas.
Mientras sentía, o más bien, intuía cómo me recogían y me montaban sobre algo, una camilla supuse después, en lo único que podía pensar era en estar contigo, en sentir tu calor, abrazarte y que me abrazaras… Noté cómo me sacaban y me trasladaban a lo que más tarde comprobé era la habitación de un hospital.
Fue allí, mientras notaba cómo poco a poco la vida iba abandonando cada parte de mi cuerpo, cuando vino él. No sabía quién era, ni siquiera aún hoy lo sé, pero se acercó hasta mí y me susurró al oído que él tenía la clave para volver a vivir. Estaba aturdido, confuso, prácticamente había perdido la percepción de la realidad, no sentía nada, pero, sin embargo, escuché esas palabras con total claridad, era un susurro, pero intenso a la vez, un eco profundo. Casi no sé ni cómo lo hice, pero si aquello que decía era verdad, estaba ante mi última oportunidad para tener la posibilidad de volver a verte, así que, sin dudarlo, acepté, y aquel hombre, aquel ente que nunca más volví a ver, aproximó su boca hasta mi cuello. Lo sé porque noté su aliento gélido. Después, sentí un dolor punzante, como dos agujas. Por un momento, pensé que me había engañado. Seguía notando cómo mi fuerza vital, mi espíritu, seguía abandonándome, pero llegó un punto en el que el proceso se detuvo y comencé a sentirme cada vez más fuerte, mucho más de lo que nunca lo había hecho.
Cuando recobré el conocimiento, comprobé dónde estaba y comencé a entenderlo todo, el accidente, el hospital,… excepto lo que acababa de ocurrir. Pero, sinceramente, me dio igual. Lo único que sabía era que había estado al borde de la muerte, pero me había curado, podía volver junto a ti. Aunque pronto comencé a darme cuenta de que había cometido un grave error.
Desde entonces, vivo sin vivir. Me arrastro entre las sombras, siempre de noche, buscando alimento… Es horrible, pero necesito saciar esta acuciante sed, condición amarga de mi existencia eterna. Soy prisionero de una vida que no es tal, pero que tendré que soportar a lo largo de los siglos. Y no puedo aguantar más.
No soporto el tener que acabar con vidas humanas para alargar mi existencia, mi maldición, no soporto el tener que esconderme constantemente, no aguanto ni un segundo más el no poder hablarte, ni abrazarte, ni besarte…
Por eso hoy voy a acabar con todo. La noche está consumiendo sus últimos minutos… ¡Hace tanto que no puedo contemplar la luz del sol! Hoy lo haré de nuevo, por última vez.
Quiero que sepas que te he amado tanto… vive y disfruta de tu vida, pues de verdad he aprendido que sólo cuando perdemos algo, nos damos cuenta de su valor.”
- EL CLUB OLIMPO - 31/03/2010
- LA MISIÓN - 31/07/2009
- LA CARTA - 22/07/2009
Uoohhhhh!! Trágico a no poder más! Hasta la mitad no he entendido que se trataba de un vampiro! Muy original a pesar de que la temática esté tan tocada.
Si, es cierto, pero el cómo está escrito y el puntazo de la silla quemada me han gustado. La descripción de comienzo tb.