Callejón sin entrada
- publicado el 12/01/2014
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Amont – Capítulo 4
Este es una de las partes de un largo relato que estamos escribiendo entre Yizeh y Champinon.
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Amont era una ciudad cuanto menos, curiosa. Se podría decir que incluso misteriosa. Richard Beck solo llevaba un día allí, y no había podido parar de poner los ojos como platos. Le sorprendió lo bien protegidos que estaban los accesos. Para conducirle a Amont, le vendaron los ojos durante todo el trayecto en coche. Sólo cuando estuvieron atravesando sus grandes muros de hormigón le desvendaron. Entonces vio Beck lo que Amont significaba, y apenas había empezado a darse cuenta de lo grande que le venía este nuevo trabajo. Detrás de él, los gigantescos muros; delante, una vasta red de calles, callejuelas y callejones. Le sorprendió las grandes distancias que separaban los edificios, y lo peculiares que eran éstos: no demasiado altos, sin apenas ventanas, la mayoría grises, oscuros; algunos coloridos. Le pareció ver incluso que un edificio cambiaba ligeramente de color.
—Señor Beck —dijo Muller, que le había acompañado en el largo viaje, mientras salía del coche—, bienvenido a Amont. Espero que el paisaje no se le haga demasiado… Incompatible. Considere esta burbuja su nuevo hogar.
—Ya… —respondió Beck, pensativo, mientras seguía explorando su alrededor con la mirada.
—Si nos lo permite, le llevaremos a la casa que hemos reservado para usted. No se haga ilusiones, no es gran cosa, pero tendrá todo lo necesario para que se sienta cómodo. Sobre todo, para que pueda hacer su trabajo sin complicaciones.
La casa de Beck, tenía Muller razón, no era gran cosa. Estaba no muy a la vista, en una esquina, a un par de kilómetros de la entrada de la ciudad. Por el camino, se percató de que había muy poca gente en la calle. Cosa curiosa. En el interior de la casa, que no era muy extenso, había lo justo para sobrevivir: cocina, baño, cama. Beck no necesitaba mucho más, aunque se le hubiera hecho algo difícil vivir con menos. En todo caso, no iba a quejarse.
—Ah, Richard —dijo Muller desde la entrada—. Procura portarte bien. No nos des problemas, y nosotros no te los daremos a ti —hizo una pausa y se acarició la barbilla, con calma—. Todo lo que necesitas saber para vivir y trabajar aquí, te lo dirá mañana el doctor Macintosh. Hoy, aprovecha para dar una vuelta —y, dicho esto, cerró la puerta, dejando a Beck solo.
Cuando hubo terminado de inspeccionar su nueva casa e instalarse, salió a la calle y se dispuso a pasear. Sacó un Dunhill de un bolsillo de su gabardina y lo encendió. Se dio cuenta de que era su primer cigarro del día, y que hacía tiempo que no estaba tan ocupado. Sin embargo, lo que más le pedía el cuerpo era una copa.
Tras andar durante quince minutos y no encontrar un bar, o algo que se le pareciera, decidió preguntar a uno de los pocos viandantes con que se había cruzado. Era un varón de pelo negro, enmarañado, y llevaba una bata blanca, bastante manchada.
—¡Eh! Oiga —le dijo Beck.
—¿Es a mí?
—¿Ve usted a alguien más? —le espetó Beck, haciendo un movimiento amplio con la mano, como señalando su alrededor.
—No, no, por supuesto —contestó el peatón, que parecía algo tímido. Más bien intimidado—. ¿Es usted nuevo?
—Sí, acabo de llegar —dijo Beck dando una larga calada a su Dunhill—. Estoy buscando un sitio donde tomar algo.
—¡Ah! Puede usted ir al bar que hay en la calle Almor, no está muy lejos de aquí.
—Pues dígame cómo ir, por Dios.
—Eh… Sí, sí, claro. Tiene usted que ir todo recto por esta avenida, tuerza la quinta a la izquierda, no tiene pérdida.
—Gracias —contestó Beck secamente, y se dispuso a seguir su camino.
—¡Oiga! No me ha dicho su nombre.
—¿Quién quiere saberlo? ¿Y por qué?
—No piense mal, hombre… Mi nombre es Fil Bedlam, trabajo en Automática, aquí, en Amont.
—¿Dónde iba a ser, si no es en Amont?
—Disculpe, no le entiendo —se mantuvo interrogativo Bedlam.
—¿No ha visto usted los muros?
—Sí, pero sigo sin ver a qué se refiere.
—Déjelo —dijo Beck en un hilillo de voz e irritación—. Mejor voy a ese bar. Adiós —y se dio la vuelta, con intención de seguir su camino, una vez más.
—¡Oiga! —le frenó Bedlam.
Beck se paró en seco. Un leve relámpago de ira le recorrió el cuerpo. No entendía cómo ese tipo podía ser tan pesado. A decir verdad, su aspecto no era muy amenazador, pero tampoco muy amigable. Beck no podía evitar fijarse en cada detalle de las personas que conocía. Deformación profesional. Bedlam era bajito, calvo, con sobrepeso. Nariz redonda, bonachona, y gafas gruesas. Nada amenazador, en realidad.
—Diga —contestó Beck, con rabia contenida.
—Quizás… Podría ir con usted. No me haría mal tomarme algo. No le importa, ¿verdad, señor…?
—Beck, me llamo Richard Beck. Y dése prisa, que empieza a hacer frío.
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El bar estaba completamente vacío. A excepción claro está, del barman. Un tipo alto, delgado, de unos treinta y tantos, nariz aguileña, barba mal recortada, camisa blanca, corbata gris oscuro. A decir verdad, casi todo en el bar era gris oscuro.
—¿Qué les pongo? —dijo el barman.
Beck, mirando a su alrededor, interrogativo y extrañado por ver un lugar con tanta ambientación y tan poca gente, pidió una cerveza negra y una rubia para su compañero, antes de que éste pudiera articular palabra.
—Parece que hoy estamos solos… —dijo Bedlam al cabo de un rato.
—¿Esto suele ser así? —preguntó Beck tras un breve sorbo a su cerveza.
—Si le soy sincero, no suelo venir… Mucho. Pero me han hablado muy bien de la bailarina.
Beck enarcó una ceja.
—¿Bailarina?
—Sí —interrumpió el barman—. De hecho, está ya saliendo. Miren hacia allá, en el escenario —dijo señalando—. Que disfruten del espectáculo.
En el escenario, una chica trajeada estaba sentada. Una leve música empezaba a oírse. Era muy tribal, y la chica empezaba a levantarse, moviéndose al ritmo de los tambores. Sus curvas eran sugerentes, y se intuían aun con el traje, que fue quitándose poco a poco. Para cuando llegó el final de la canción, sólo llevaba un minúsculo sujetador y un pareo que Beck no acertó a saber de dónde lo había sacado, de absorto que se había quedado. Bedlam le sacó de su ensimismamiento:
—Increíble, ¿verdad?
Beck, haciendo caso omiso a Bedlam, se giró hacia el camarero, y le preguntó:
—¿Cómo se llama esta chica?
—Lena —dijo el barman—. Se llama Lena.
Yizeh. 19 de diciembre de 2010
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Te paso el testigo, Juanjito. Espero la continuación con alegría y mocedad. Ojo a los nuevos personajes. Empezamos a tener muchos. Dentro de poco tendrémos que poner un resumen en el foro para que la gente no se pierda.
Jau!
Bueno, ya te he comentado algunas cosas de ámbito interno. Creo que ya podemos empezar a meter caña, pork llevamos demasiado de introduccion,… en el siguiente capitulo, del que ya tengo mucho pensado, empezaremos con la «sub-trama» de la «trama» de la historia xDDDD
Que grande va a ser esto!
caray con lena, que aparece en todos lados!
me estoy leyendo todo del tiron, y aunque aun no he terminado, queria comentaros una cosita: en el capitulo 3, se le promete a beck una vida nueva; empezar de cero. pero la descripcion de amont corresponde mas bien a la de una carcel. todo gris, sin ventanas, con frio, muros de hormigos, secretismo hasta en los propios ciudadanos… parece que hasta ni hay cielo y el viento no corre… supongo que sera que aun me queda algo por leer, pero si no, os lo comento para que lo tengais en cuenta 😉
a ver que me ofrece el proximo capitulo! me gustan los giros que dais al pasaros el relevo ^^
por cierto, soy amelie 😉
En realidad, no le dicen que la vida vaya a ser de color de rosa. Quizás sólo quieran quitárselo de enmedio. Y al fin y al cabo, Beck es un perdedor, quizás un elemento clásico de la novela negra. Aunque bien puede ser que Amont no sea tan malo como te imaginas. De momento, sólo he destacado los grandes muros (que bien podrían no encerrar a Amont, sino protegerlo del resto del mundo) y la extraña arquitectura y urbanismo. Aunque la gente que se ha ido encontrando tampoco parece muy normal.