La película de su vida

Sábado, luces, acción. El joven chico se prepara para una noche de cine. En la sala ya no queda ni un alfiler, pero a él no le importa llegar tarde. Hoy echan la misma que ayer. Y aun le quedan muchas tardes y sábados para volverla a ver. El chico se acomoda en su asiento, con un cartón de palomitas en una mano y un refresco en la otra. Los ojos giran y giran a lo largo de la pantalla, resaltando más y más su inmovilidad. La chispa que se esconde en ellos revela un hálito de vida en un cuerpo disociado de su mente. El chico no está en sí; el chico rasga cortinas llenas de misterio, prestando apartamentos a jefes y conocidos del trabajo y guareciéndose con John en el fuerte de los villanos.

El chico se embarca en la misión de salvar a la dama en apuros. La eterna batalla entre Montesco y Capuleto marca un tempo alto, con María como blanco de pureza. El chico conoce lo que es el amor, escarcea con imágenes de Marilyn, de Rita, Audrey, Elizabeth, Greta, Vivien, Grace… es inundado por los haces de luz que salen del proyector. El chico asiste al descanso, pero ya no es tan chico. A la segunda sesión asiste con sus pequeños, como cada sábado noche. Se deleita con la imaginación de los infantes, que vuelan en naves siderales y juegan a descubrir replicantes. El mismo hálito de vida se adivina en sus ojos, aunque ahora brilla con más intensidad que nunca.

El hombre no se mueve de su silla, aunque sus hijos crezcan. No se mueve del asiento aunque su esposa envejezca. El hombre estaba tan absorto en su visión que no sabría decir cuánto tiempo lleva allí. El chico ya no es chico; el hombre peina canas entre barcos hundidos y anillos destruidos con una legión de nietos peleando por la tierra media. Peina canas como las han peinado con él sus compañeros: el bueno de Clint ya no es tan fiero, el paranoico Woody no es tan gracioso. El anciano echa de menos sus clásicos, su mente sigue cabalgando contra los indios.

Un buen día, el sabio cinéfilo acude a su última obra. La misma chispa de todos los sábados noche se ilumina. Ahora está solo, su esposa ya no se encuentra con él; sus hijos han crecido, sus nietos ven películas en el móvil. Las luces se apagan, el proyector se enciende, sus ojos de cierran… La película comienza. Se encuentra andando entre las tinieblas. Ve una luz, camina hacia ella. Encuentra la salida, pero descubre… La misma sala de cine de cuando era joven. Esta vez él es el protagonista de la película y a su alrededor se congregan todos sus conocidos. Sus nietos, sus hijos, todos de corta edad, corretean por las butacas. Se forma un corrillo en el que cuenta a Norman, a Alvin, a Ethan, a Sabrina, a Cleopatra… Están los jefes indios y los cowboys de media noche. Por las esquinas del escenario Campanilla persigue a Peter que se acerca para llevarle al país de Nunca Jamás. Sus pies empiezan a despegar, pero algo le ata al suelo. Mira a un lado… Su mujer. Su compañera, con un vestido blanco y peluca rubia luce más despampanante que nunca. Toma su mano y comienza el vuelo. El negativo muestra signos de estar quemándose, el proyector va apagando su luz. Otro sábado noche, otra película que contar.

 

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4 Comentarios

  1. Yizeh dice:

    Guau. Me ha gustado mucho. Me gusta la metáfora. Me gusta cómo se va yendo la vida del chico. Y todos los paralelismos cinematográficos. Te doy 5 estrellas, una pasada. Además, lo le veo fallos. No cambiaría ni una coma. Chapó.

  2. bertcarfer dice:

    A mí también me ha gustado, no lo considero un relato sencillo pero precisamente eso lo dota de originalidad e intensidad!!!

  3. a90sm dice:

    Gracias. No suelo contestar mucho pero sí que aprecio vuestros comentarios. Aunque no sé cómo tomármelos, siempre son muy positivos para lo que yo espero…

    Creo que es bastante personal, de ahí su posible dificultad, no sé. En este caso también era un trabajo para clase, un relato iterativo. De nuevo gracias por los comentarios

  4. Pequadt dice:

    Sin duda alguna es un relato muy bueno. Coincido con Lascivo y con Bertcarfer.

    Lo único que al principio no me cuaja bien la frase de «En la sala ya no queda ni un alfiler». ¿Te refieres a que no cabe nadie más? De ser así, yo lo cambiaría a «En la sala ya no cabe ni un alfiler». Aunque claro, todo esto es muy subjetivo.

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