Un día, una sonrisa
- publicado el 20/06/2016
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Rutina
Me levanto y me desnudo, como todos los días. Me miro en el espejo y veo mi cuerpo rollizo y fofo. Qué gorda. Cojo unas bragas del cajón y me las pongo, mientras voy a la cocina (dos pasos más allá. Piso pequeño para chica grande) y me preparo el desayuno: café y nada más.
Ya vestida y preparada, salgo a la calle. Es un día apestoso: cielo descolorido, edificios descoloridos, personas descoloridas. Hasta el autobús en el que me monto parece haber perdido su color. Llego al trabajo.
No tengo ganas de nada. Mi trabajo es insufrible, carente de toda emoción, aburrido hasta decir basta. Además, no tengo demasiado que hacer. Sospecho que pronto me echarán. La crisis se va notando en la empresa, aunque es una de las más grandes del país. Necesito levantarme de la silla. Y otro café.
Ya en la cafetería me cruzo con algunos compañeros. También con Marcos. Marcos es muy guapo. Siempre va bien vestido y muy repeinado. También me sonríe siempre. A veces me saluda. Incluso una vez mantuvimos una corta conversación. Marcos me gusta.
Me gusta mucho. Pero es imposible que un hombre como él se fije en una chica como yo. Es sofisticado, elegante, educado y simpático. Y yo soy poco agraciada, con mi cuerpo deforme, y soy muy tímida. La psicóloga dice que soy introvertida y que tengo que esforzarme en hacer pequeños gestos de valor. Hemos hablado de Marcos muchas veces y me ha animado a que le invite a un café, de manera casual. Pero yo no me atrevo. ¿A Marcos? ¿Con qué cara voy a decirle nada? Me pondría tan nerviosa que la cagaría, seguro.
Al final sigo con lo mío. Termino mi café, sola, y vuelvo a encerrarme en mi despacho enano a mirar la pantalla del ordenador.
Un día aburrido llega a su fin. Ocho horas de no hacer nada.
De camino al autobús veo a Marcos a lo lejos, metiéndose en la boca del metro. Una idea me ilumina la cabeza: podría ir en metro a casa, en vez de en bus. Levanto la mano para saludarle, pero, pese a que creo que ha mirado en mi dirección, baja la mirada y las escaleras, yéndose, y con él mis ganas de acompañarle. Me meto en el autobús y me encajo en un asiento.
Ya en casa mi día termina, como casi todos, conmigo agarrada a las sábanas y la cabeza enterrada en la almohada, llorando. Estoy muy sola.
Otro día más empieza. Me levanto y me desnudo. La misma rutina.
Llego al trabajo y, pasada una hora, bajo a la cafetería a por un café. Justo cuando lo estoy pidiendo, una voz dice tras de mí “que sean dos”. Es Marcos. Marcos con traje, como siempre. Marcos repeinado. Marcos muy guapo.
—Hola —digo apenas mirándole. He sonado muy seca. Va a huir.
—¡Hola! —dice él, jovial—. ¿Qué tal estás?
El camarero nos sirve los cafés antes de que pueda contestar y mi respuesta se queda a mitad de camino, sin llegar a salir.
—Estás en el departamento de OP, ¿verdad?
—Eh…, sí —respondo.
—Dime la verdad, ¿es más divertido que el de TTO? Porque ahí es donde estoy yo y te aseguro que es… ¡Puf! Mortífero.
Estoy hablando con Marcos, estoy hablando con Marcos.
—Pues… es bastante aburrido, sí. —¿Aburrido? Es para pegarse un tiro.
—Por eso yo intento escabullirme siempre aquí. Es mi única vía de escape.
Asiento en silencio. No sé qué decir. ¡Algo tengo que decir! Se me adelanta él.
—¿Sabes? Te he visto bajar algunas veces. No sé cómo aguantas tantas horas en tu departamento. Aquí solemos escaparnos muchos cada vez que podemos. Es una pena que no vengas más a menudo.
Es… una… pena… que… YO… no… venga… Nuevamente, no sé qué decir. Noto que mis mejillas están ardiendo.
—Ah. Intentaré bajar más —digo.
¿Intentaré? ¿Eso es todo? Él me sonríe. Creo que me voy a morir.
Ahora su expresión cambia, parece que está saludando a alguien. Me giró y veo a otro hombre que viene hacia nosotros desde la entrada. Es bajito, un poco más que yo, corpulento tirando a obeso, con poco pelo.
—Mira, te presento a Juan.
Le doy dos besos a Juan, quien me sonríe y me dice hola con cortesía, y luego le da uno a Marcos. En la boca.
Creo que mi enrojecimiento de mejillas está ahora mismo alcanzando cotas insospechadas. Le ha besado en la boca. Es decir, este hombre, Juan, y Marcos.
—¿Estás bien? —pregunta preocupado—. Estás sudando.
Normal, estoy muerta de la vergüenza, acalorada, y totalmente deprimida para el resto del día.
Me excuso, no sé cómo, dejando a Marcos y a Juan con cara de duda, y vuelvo a toda prisa a mi despacho.
Hoy las lágrimas no van a poder esperar a que llegue a casa.
Yizeh. Primera mitad de 2013
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Pobre… Sé que el personaje es muy típico, incluso tópico. Pero es… ¿real?
Creo que es real, la vida es irónica ¿no? creo que eso has plasmado en tu relato. Me parece que has captado la realidad de muchas mujeres.
Bueno, diré que es basado en hechos reales. Pero que casi todo el mundo sale adelante 😉
Yizeh, ¿podrías ayudarme a arreglar mi desaguisado en la sopa que no puedo entrar porque me da incorrecto en la contraseña y no encuentro dónde meterme para corregirlo?, por favor contéstame. Gracias Victoria